La labor de Casiodoro de Reina ya hubiera sido merecedora de un profundo respeto y reconocimiento si la hubiera llevado a cabo en la tranquilidad de su casa o en el sosiego de la biblioteca de un monasterio, pero su fatigoso trabajo fue realizado mientras trataba de evitar los innumerables peligros de su tormentosa persecución, convirtiendo su obra en una proeza de valor incalculable. Porque no se trata de un texto literario más. Como afirma el escritor Andreu Jaume, uno de los artífices de la nueva edición que ahora ve la luz, “desde el punto de vista de la lengua, Casiodoro de Reina hizo el trabajo, como mínimo, de cien escritores, puesto que en su traducción ensayó tanto el tono épico como el lírico, el elegíaco como el hímnico, haciendo que el español resonara con una variedad de timbres inéditos”. Por su parte, Félix de Azúa asegura que “Reina trabajaba con ahínco y cada palabra que escribía era relevante”.

El propio autor extremeño-andaluz aclara con humildad y sencillez en su “Amonestación al lector” que “la obra nos ha durado entre las manos enteros doce años. Sacado el tiempo que nos han llevado o enfermedades o viajes u otras ocupaciones necesarias en nuestro destierro y pobreza, podemos afirmar que han sido bien los nueve que no hemos soltado la pluma de la mano ni aflojado en estudio en cuanto las fuerzas ansí del cuerpo como del ánimo nos han alcanzado. Parte de tan luenga tardanza ha sido la falta de nuestra erudición para tan grande obra, la cual ha sido menester recompensar con casi doblado trabajo; parte también ha sido la estima que Dios nos ha dado de la misma obra y el celo de tratarla con toda limpieza, con la cual obligación con ninguna erudita ni luenga diligencia se puede asaz satisfacer”.

Asimismo confiesa el propósito y los motivos que le llevaron a emprender tan magna obra: “Primeramente declaramos no haber seguido en esta translación en todo y por todo la vieja translación latina, que está en el común uso, porque, aunque su autoridad por la antigüedad sea grande, ni lo uno ni lo otro le excusan los muchos yerros que tiene, apartándose del todo innumerables veces de la verdad del texto hebraico”. De ahí que, en su opinión, era menester “antes que, conforme al prescripto de los antiguos concilios y doctores santos de la Iglesia, nos acercásemos de la fuente del texto hebreo cuanto nos fuese posible…”.

Castellano prodigioso

Según el novelista Antonio Muñoz Molina, “Casiodoro de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes, con una efervescencia expresiva que solo tiene comparación con santa Teresa, san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Es una lengua poseída por la misma capacidad de crudeza terrenal y altos vuelos literarios de La Celestina; un castellano mudéjar, empapado todavía de árabe y de hebreo, forzado en sus límites sintácticos para adaptarse a las cadencias y las repeticiones y las exageraciones de la lengua bíblica. Es una lengua de campesinos, de hortelanos, de trabajadores manuales, con una precisión magnífica en los nombres de las cosas naturales y los oficios; y también es una lengua todavía muy descarada, muy sensual, no sometida a la monotonía sofocante de la ortodoxia, a la esterilización dictada por el miedo, a la hipocresía de la conformidad. Es una lengua para ser recitada, entonada, cantada en voz alta; para expresar la furia tan desatadamente como el deseo erótico; y también las negruras de la pesadumbre y los extremos del dolor”.

Si volvemos a Andreu Jaume nos encontramos con estas palabras de reconocimiento: “La Biblia del Oso debería figurar, junto a El Quijote o el Cántico espiritual, entre las obras más importantes de nuestro canon (…). El español de Reina es afín tanto al vuelo milagroso de san Juan como al estilo conversacional de Cervantes, pero a ratos también puede recordar a Garcilaso o prefigurar a Góngora o a Quevedo. Su manejo de la lengua es a nuestros oídos un regalo y un privilegio que está todavía por sonar”.

Es verdad que Casiodoro escribió su obra en “el mejor tiempo de la lengua castellana”, pero él inventó neologismos, como es el caso del vocablo reptil, del que dice “es animal que anda arrastrando el pecho y vientre, como culebra, lagarto; propiamente pudiéramos decir serpiente, si este vocablo no estuviese ya en significación muy diferente del intento”. También justifica la utilización de esculptura y otros vocablos nuevos, pero pide al lector que “si nuestra razón no le es bastante, nos excuse y soporte con su caridad”.

Rozando el lirismo

Otras veces, su trabajo de precisión a la hora de traducir roza el lirismo, como pone de manifiesto el comienzo del libro del Génesis: “En el principio creo Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desadornada y vacía y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas” (Gn 1, 1-2). No dice desordenada o confusa, o que la tierra era caos, sino que estaba “desadornada”, es decir, falta de adorno o compostura, que todavía no tenía aquello que se pone para la hermosura o mejor parecer.

Entre los términos utilizados por Reina dos llaman poderosamente la atención de expertos como De Azúa: uno es Jehová, castellanización de Yahve, del que aclara que “es tomado de la primera propiedad de Dios, que es del ser, lo cual es propio suyo, y todo lo demás que en el mundo es, lo tiene mendigado de él”; así, en el capítulo tercero del libro del Éxodo puede leerse: “Y dijo Moisés a Dios: He aquí yo vengo a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; y si ellos me preguntan: ¿cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: Seré el que seré. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Seré me ha enviado a vosotros. Y dijo más Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre y este es mi memorial por todos los siglos” (Ex: 3, 13-15).

El otro término es concierto, que emplea como traducción del nombre hebreo berith, en lugar de pacto o alianza, justificándolo de esta manera: “El nombre hebreo (berith) significa lo mismo que el latino ‘foedus’ que quiere decir no simplemente concierto, sino concierto hecho con solemne rito de muerte de algún animal, como se tuvo diverso entre diversas naciones, y Dios lo imitó con Abraham estableciendo con él su Concierto…”; de esta manera se recoge en el capítulo quince del Génesis “aquel día hizo Jehová concierto con Abraham diciendo: A tu simiente daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Gn 15, 18).

Su influencia

En opinión de Jaume, la influencia de Casiodoro de Reina en san Juan de la Cruz, cuyos poemas han influido a su vez en los principales poetas españoles de todos los tiempos, es clara. Es posible que, a pesar de las prohibiciones impuestas por la Inquisición, el carmelita pudo tener acceso a la lectura de la Biblia del Oso. Por otra parte, uno de los maestros del autor del Cántico espiritual fue Fray Luis de León, quien no llegó a conocer a Casiodoro, pero compartía con él la preferencia del texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina (la traducción Vulgata de San Jerónimo) adoptada por el Concilio de Trento, y había traducido partes de la Biblia a la lengua vulgar, como es el caso del alabado Cantar de los Cantares, cosa expresamente prohibida (solo se permitía en forma de paráfrasis, esto es, usando más palabras que el original).

Así recoge la Biblia del Oso uno de los pasajes más significativos del libro de Salomón: “Yo duermo, y mi corazón vela. La voz de mi amado que toca a la puerta: Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, entera mía, porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche. He desnudado mi ropa, ¿cómo la tengo de vestir? He lavado mis pies, ¿cómo los tengo de ensuciar? Mi amado metió su mano por el agujero, y mis entrañas rugieron dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que pasaba sobre las aldabas del candado. Yo abrí a mi amado, más mi amado era ya ido, ya había pasado; mi alma salió tras su hablar: busquélo, y no lo hallé, llamélo, y no me respondió” (Ct 4, 2-6).

A su lado cabe mostrar el consejo del propio Fray Luis para canta el Cantar: “De la parte espiritual no hay que decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio. Solamente se recomienda trabajar en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro”.

¿Cervantes y Shakespeare?

Más dudas caben en la suposición de algunos críticos acerca del conocimiento que de la obra de Casiodoro de Reina pudiera haber tenido Miguel de Cervantes, e incluso William Shakespeare. En el caso del alcalaíno se ha subrayado la similitud entre la fórmula empleada por Cervantes cuando describe los últimos momentos de Alonso Quijano: “… el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió”, y las utilizadas por Reina para describir el último suspiro de Jesús en la cruz, tanto en el evangelio de Mateo (“Más Jesús, habiendo otra vez exclamado con gran voz, dio el espíritu”, Mt: 27, 50) como en el de Juan (“Y como Jesús tomo el vinagre, dijo: Consumado es. Y, abajada la cabeza, dio el espíritu”, Jn: 19, 30). En relación al Bardo hay quien ha querido ver influencias en obras como Hamlet y Macbeth de la Biblia del Oso y de Artes de la Inquisición española, obra atribuida a Casiodoro (1567) y arma propagandística utilizada por los impulsores de la leyenda negra española y la demonización de su historia y de su cultura, aunque su autoría no esté aclarada del todo.

En definitiva, asistimos al renacimiento de una obra tal cómo fue editada por Casiodoro de Reina en la etapa final del Renacimiento, es decir, con la “Amonestación al lector” incluida, que Alfaguara ha tenido el acierto de publicar en cuatro tomos, siguiendo la ordenación del autor y sin recurrir al incómodo papel Biblia, para que podamos oír las palabras del escritor con reposo y nitidez. La calidad de sus textos bien merece el esfuerzo. Como muestra he aquí algunos párrafos seleccionados del Antiguo Testamento, además de los ya citados anteriormente.

El primero de ellos corresponde al Libro de Job:

“Y tornó Jehová la aflicción de Job orando él por sus amigos; y aumentó con el doble todas las cosas que habían sido de Job. Y vinieron a él todos sus hermanos, y todas sus hermanas, y todos los que primero le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y condoleciéronse de él, y consoláronle de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él. Y cada uno de ellos le dio una oveja y una joya de oro (…). Y murió Job viejo, y harto de días” (Jb: 52, 10-11, 17).

El segundo permite recordar en este tiempo de presente discontinuo y falsas noticias una de las exhortaciones a la verdadera sabiduría contenidas en Proverbios:

“Cuando la Sabiduría entrare en tu corazón, y la ciencia fuere dulce a tu ánima, consejo te guardará, inteligencia te conservará, para escaparte del mal camino, del hombre que habla perversidades, que dejan las veredas derechas para andar por caminos tenebrosos, que se alegran haciendo el mal, que se huelgan en malas perversidades; cuyas veredas son torcidas y ellos torcidos en sus caminos (Pr: 2, 10-15).

El tercero corresponde a algunas de las enseñanzas del Eclesiastés:

“Para todas las cosas hay sazón y todo lo que quisiéredes (toda voluntad) debajo del cielo tiene su tiempo determinado (…), todo es hecho del polvo, y todo se tornará en el mismo polvo. (…) Ansí que he visto que no hay bien más que alegrarse el hombre con lo que hiciere; porque esta es su parte. Porque, ¡quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él” (Ec: 3, 1, 20, 22).

Y, como estamos en época navideña, finalizaremos la reseña con un par de textos referidos al Nuevo Testamento:

“Y como fue nacido Jesús en Belén de Judea en días del rey Herodes, he aquí que magos vinieron de Oriente a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en Oriente y venimos a adorarlo” (Mt: 2, 1-2).

“Y subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, la ciudad de David que se llama Belén, por cuanto era de la Casa y familia de David, para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba preñada. Y aconteció que, estando ellos allí, los días en que ella había de parir se cumplieron. Y parió a su hijo primogénito y envolviólo y acostólo en el pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Y había pastores en la misma tierra, que velaban y guardaban las velas de la noche sobre su ganado. Y he aquí que el ángel del Señor vino sobre ellos, y claridad de Dios los hinchó de resplandor de todas partes, y hubieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque os doy nuevas de gran gozo, que será a todo el pueblo: que os es nacido hoy Salvador, que es el Señor, el Cristo, en la ciudad de David” (Lc 2: 4-11).