Tras haber trabajado en universidades como el King’s College británico o el Instituto Max Planck alemán, en la actualidad dirige un laboratorio que investiga la neurociencia de la meditación y la relación entre el cerebro y el resto del cuerpo, labor que compagina con la comunicación científica. Ha publicado los ensayos El espejo del cerebro (2021) y Neurociencia del cuerpo (2022).
Apasionada, didáctica y consciente de lo fascinante de su ámbito de investigación, confiesa: “Empecé a trabajar sobre el cerebro antes de acabar la carrera. Me quedé enganchada a este campo muy pronto, vinculada sobre todo a la investigación sobre el sufrimiento. He trabajado mucho con personas en coma, con traumatismos craneoencefálicos, con alzhéimer, con depresiones fármacorresistentes. Algo que ha estado siempre en mi línea de investigación ha sido el estudio del doble aspecto de la plasticidad: cómo la plasticidad del cerebro te puede llevar a un estado degenerativo, como es el caso del alzhéimer. A través de mi participación en el Proyecto Alzheimer Internacional vimos los biomarcadores que permiten observar si un determinado cerebro iba a progresar hacia un deterioro muy fuerte y cómo podíamos intervenir para ir en contra de esa tendencia. Esto surge en el momento en que el Hospital de Houston aprueba por primera vez la medicina del estilo de vida. Entonces nos preguntamos: ¿podemos hacer cosas que no sean farmacológicas para ir en contra de la propia evolución de la materia? ¿Podemos ayudar al cerebro mediante cambios voluntarios?”
—¿Cuál fue la respuesta a esas cuestiones?
Estudiamos a personas de edad avanzada que portaban genes de la enfermedad de Alzheimer para comprobar que, si se mantenían activas intelectual y socialmente, con una buena dieta y ejercicio físico —es decir, todo lo que comporta integralmente la medicina de vida—, podían desarrollar mecanismos neuronales que frenasen la evolución de la enfermedad. Lo mismo hicimos con personas que habían tenido un traumatismo craneoencefálico y cómo, a través de la estimulación cognitiva y el ejercicio, se podía conseguir que esa plasticidad fuese mejor que la propia plasticidad del cerebro cuando lo dejas a la deriva. Vimos con claridad que sí se conseguía una mejor recuperación.
—Y aplicó esos estudios a personas sanas…
En mi trayectoria siempre ha estado presente el estudio de la reorganización del cerebro, con el ingrediente añadido de hacerlo voluntariamente. Hace 12 años, cuando estaba en el King’s College, me planteé que, después de haber trabajado mucho tiempo con personas enfermas, podía hacerlo con quienes no están mal, para estar mejor. Previamente había comprobado que, en ese sentido, había un sesgo, pues de cada cien artículos publicados, noventa y nueve se dedican a la problemática —sobre todo en salud mental— y solo uno a las fortalezas humanas. Decidí investigar en personas sanas para conocer un poco más qué nos hace estar mejor, con el objetivo de que cuanto más sepamos, más podremos educarnos en esa cultura positiva que busca una mejor versión de nosotros mismos. Reconstruir no es volver a construir lo que había antes; no significa recuperar, ni reparar, ni restablecer o restaurar. Tampoco supone atarse a un pasado para repetirlo, sino para aprender de él y trascenderlo. Reconstruir es aprender, crecer, continuar. Reconstruir es apoyarse en el suelo en el que nos hemos caído para que se levante alguien nuevo, que no será el mismo que cayó.
[En El puente donde habitan las mariposas, publicado con el subtítulo Biosofía de la respiración, Castellanos se asoma a la filosofía de Martin Heidegger y propone tres pilares fundamentales en los que se sustenta la experiencia humana: construir, habitar y pensar. El relato comienza exponiendo la huella que los ancestros y las relaciones personales han dejado en la construcción de nuestro propio cerebro, para adentrarse en la posibilidad de reconstruir la arquitectura neuronal mediante la voluntad, algo para lo que la respiración es una herramienta esencial, “pues establece un puente entre el mundo exterior y el interior, entre lo que somos y lo que creemos ser”. Siguiendo el trazo anatómico que dejan cada inspiración y cada espiración en el cerebro pueden definirse las bases neuronales del encuentro con uno mismo. En un ejercicio en el que aúna humanismo, ciencia y algunas de sus experiencias, la autora recoge diferentes técnicas de respiración para reforzar determinadas zonas del cerebro que nos ayudarán a preservar nuestra salud mental.]
—¿A qué se debe que Ramón y Cajal y Heidegger estén tan presentes en sus investigaciones y en el libro que ahora publica?
Ramón y Cajal ha sido un personaje que me ha acompañado y al que he admirado toda la vida. Alguien que, siendo el enorme científico que era, siempre transmitió el mensaje de reforzar la voluntad del ser humano. Tiene muchas frases sobre eso —quizás porque tuvo una vida difícil que le obligó a hacerse a sí mismo—, acaso la más famosa sea la que afirma que “todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro si nos lo proponemos”. El puente donde habitan las mariposas recoge lo que he ido aprendiendo a lo largo de más de 25 años en relación con los factores que han ido esculpiendo el cerebro humano, los factores más pasivos y, sobre todo, cuáles son los mecanismos que hay detrás de esa voluntad que nos permite ir moldeándolo. Aquello que mezcla lo voluntario con lo involuntario. Parto de un ensayo humanístico de Martin Heidegger, un filósofo que me cautivó, que me llevó a irme un verano a Friburgo a empaparme de su visión. Mi escrito parte de una conferencia que pronunció en 1951, en una Alemania destrozada. Aquella charla la tituló Cómo nos construimos. Yo aprovecho ese acontecimiento, ese hecho de reconstrucción —que he visto tantas veces en el laboratorio—, trasladándolo a la biología: plantear cómo hemos llegado a una determinada situación y qué podemos hacer para solucionarla o mejorarla; cómo habitamos esos momentos que nos parecen inhabitables y cómo se puede construir ese pensamiento que guía la plasticidad neuronal, que es el tema central de mi investigación: el pensamiento, el diálogo interior y la influencia de la respiración en todo ello. Además, hubo un momento en mi vida personal que fue como una guerra, y me reconstruí a través de la ciencia para guiarme también a mí misma. En ese sentido, el libro es un compartir, como si lo hiciese con una amiga, pues creo que hace falta socialmente compartir este tipo de literatura. Más hoy en día, que los problemas de salud mental son tan fuertes.