La Academia sueca ha valorado, a la hora de la concesión del más importante premio literario universal, “el realismo alucinatorio y la capacidad de aproximarnos a leyendas, historias y elementos contemporáneos”, de su obra. En la cuneta de esta relativa sorpresa, -Mo Yan figuraba como uno de los “posibles” en los últimos años- se han quedado esta vez el americano Philip Roth y el japonés Haruki Murakami.

Vida novelesca

La historia de Mo Yan tiene mucho de literario. Dejó la escuela a los 12 años para cuidar ganado durante otros tantos, un período en plena Revolución Cultural en la que confiesa haberse sentido “enormemente sólo, alejado de casi todo. A veces hablaba a una vaca o a un árbol”, apunta quien reconoce haber pasado hambre y no haber pisado una ciudad hasta cumplidos los 20 años.

Con el final de las purgas maoístas el hasta entonces campesino se incorporó a la plantilla de una fábrica petrolífera. Ingresaría después en el Ejército Popular de Liberación y más tarde en la universidad en donde estudió literatura y descubrió como guías para su futura obra a autores como Tolstoy, , Faulkner o Hemingway.

Los primeros escritos conocidos del futuro novelista no se producen hasta que está próximo a cumplir los treinta años. De entonces a hoy Mo Yan ha estructurado una obra que ha sido en parte comparada con el realismo mágico de García Márquez y con el universo metafórico de William Faulkner, dos influencias que no rechaza el propio autor, aunque sobre su literatura gravitan inconfundibles ecos de Kafka o Dickens.

Satírico y corrosivo

Lo satírico y lo humorístico forman parte esencial de una obra que ya se manifiesta corrosiva desde la propia firma: “No hables”, que como queda dicho es lo que significa su pseudónimo en su idioma natal, en lo que parece un mensaje de fondo en un país en el que la censura no brilla por su ausencia.

El sentido del humor es tan imaginativo como la fantasía en una forma de escribir dura y sin concesiones, pero hilarante. “Esa fantasía, ha dicho el escritor, puede proceder de una mezcla de la tradición china, cargada de imágenes y símbolos, con la tradición occidental”.

Como se ha escrito en las últimas horas, “en realidad su territorio favorito no es el absurdo sino más bien lo grotesco, donde da rienda suelta a su imaginación sin perder de vista la gran narración tradicional china, que por vez primera empezó a modificar Lu Sin y de cuyo esfuerzo proviene la poderosa libertad de la renovación de procedimientos de escritura y estructura novelesca que alcanza a conseguir Mo Yan”.

Editado en español

Autor entre otras obras de La república del vino, La vida y la muerte me están desgastando y Grandes pechos, amplias caderas, (en España ha publicado Kailas Editorial), su novela Sorgo rojo fue llevada al cine por Zhang Yimou en una adaptación que tuvo repercusión a nivel mundial al lograr el Oso de Oro del Festival de Berlín en 1988 y que para muchos supuso la primera referencia del nuevo Nobel.

La noticia del Premio ha sorprendido a este hombre que se autodefine desde “la humildad que ha presidido mi vida desde siempre”, en la casa de su padre en la aldea de Gaomi. «Estoy aquí para ver el campo», ha dicho, para añadir: “Ganar no significa nada. Ha sido una sorpresa. Mi estatus no era tan elevado. Solo quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra. Quiero seguir aquí, en mi pueblo me siento tranquilo de cara a seguir escribiendo encerrado en mi habitación. Continuaré trabajando duro, gracias a todos».

Placet oficial

A pesar de las críticas a la sociedad china, Mo Yan ha evitado conflictos con el poder; no es un hombre polémico, hasta el punto de que incluso es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, organización respaldada por el Gobierno. Esta realidad ha generado algunas voces contrarias a la justicia de la concesión del Premio entre los intelectuales de su país, como las del artista Weiwei y el disidente Mo Zhixu.

 

Esta vez oficialmente China se ha congratulado del reconocimiento a uno de sus ciudadanos, lo que no había sucedido en ocasiones precedentes. No debe olvidarse que la obsesión de Pekín con el Nobel ha chocado con frecuencia con lo que el gobierno del gigante asiático considera el afán occidental de imponer su ideología al mundo.

En 1989, la concesión del Nobel de la Paz al Dalai Lama, exiliado en India desde 1959, provocó las protestas de Pekín, que considera al líder budista tibetano un secesionista. En 2000, el escritor Gao Xingjian, disidente emigrado a Francia en la década de 1980 para huir de la censura, logró el Nobel de Literatura y en 2010, Liu Xiaobo, un defensor de la democracia encarcelado, recibió el Nobel de la Paz, aunque no pudo acudir a recogerlo.

Aquellos “Nobeles” suscitaron airadas respuestas de las autoridades chinas, lo que no ha sucedido esta vez, con el premio a “No hables”.

Javier López Iglesias