Me he acordado de aquella novela de Loriga leyendo una declaración del editor y escritor Mario Lacruz sobre una ficción suya titulada Concierto para disparo y orquesta: “En aquella época estaba más influido por la música que por la literatura; no solo en aquella época; en realidad, ha sido toda mi vida. En el fondo, soy un músico frustrado”. La confesión la recoge el profesor Rodrigo Guijarro en su libro Surcos sonoros que, como detalla el subtítulo, es un análisis de la música en la novela contemporánea.
Guijarro no se centra en obras en las que suene la música porque el protagonista toque el piano, porque se escuche una melodía en la radio o porque una pareja ponga un álbum romántico en el tocadiscos. Se apodera más bien de la metáfora del surco, de esa estría en espiral que apreciamos en los añorados vinilos, para trasladarla al análisis de la novela. Así hay un surco para la teoría pitagórica de la armonía de las estrellas, a saber: hay una música de las esferas que es “espejo del orden del cosmos y debe su armonía a patrones presentes en el movimiento de los astros, planetas y galaxias”. Ya hablamos aquí de ello cuando reseñamos, hace siete años, el ensayo de Stefano Russomanno, La música invisible. En busca de la armonía de las estrellas.
No pasa por alto este libro ni tampoco la única novela hasta la fecha de este especialista en música clásica, El concierto, que tiene como protagonista a uno de los grandes virtuosos del piano del siglo pasado, a Arturo Benedetti Michelangeli. Otros autores estudiados por este motivo son Benjamín Labatut (Después de la luz), Luis Sagasti (Una ofrenda musical) o Andrés Ibáñez (La música del mundo).
Hay otro surco para la impronta de la música popular (pop, rock, jazz…) en la narrativa. Y la gran pregunta es si las composiciones propias de estos géneros han proporcionado modelos formales significativos más allá de su presencia por un argumento que incluya un músico entre los personajes o por la asistencia a un concierto como parte de la trama. En este caso, Guijarro estudia obras como las de Rodrigo Fresán (Historia argentina) o de Antonio Orejudo (Grandes éxitos). Con la novela negra ya se sabe que el género que tiende a prevalecer es el jazz. No cuesta nada imaginar la emoción que debió de experimentar Antonio Muñoz Molina cuando su novela El invierno en Lisboa se adaptó al cine y de la música se encargó nada menos que el gran trompetista, que también intervino como actor, Dizzy Gillespie.
El último surco está dedicado al número creciente de novelas que incorporan partituras como parte integral de la obra y que Guijarro califica de “partituras literarias”. Ejemplo paradigmático es esa pieza revolucionaria que fue el ballet La consagración de la primavera de Ígor Stravinski y que es también el título de una de las grandes novelas de Alejo Carpentier, que aparte de escritor fue musicólogo.
Si alguna vez te has preguntado cómo algunos novelistas son capaces de evocar la música en sus ficciones sin necesidad de describirla, tratando más bien de “convertirla en un flujo narrativo que transcribe los estímulos sonoros como acciones o hechos sucedidos en el tiempo y el espacio”, estos Surcos sonoros van a resultar, seguro, de tu interés.
La música en la novela contemporánea
Rodrigo Guijarro Lasheras
Editorial Cátedra
240 páginas
20,86 euros

















