Minucioso. Buscador del término exacto en el marasmo de las palabras, Strand compatibilizaba su labor en la literatura con su más que afición por la pintura. Alguien dijo de él que escribía como pintaba y pintaba como escribía. En ambos terrenos reflejaba la soledad del ser humano frente a sí mismo: la ausencia.

«En un campo
yo soy la ausencia
de campo.
Esto es
siempre así.
Cuando camino
parto el aire
y siempre
el aire ingresa
a llenar los espacios
donde ha estado mi cuerpo«.

El suyo, recto, largo, con un cierto aire de desgarbado galán de las pantallas de Hollywood, claudicó a causa de un cáncer que le perseguía desde la pasada primavera. Decidió entonces regresar a Nueva York desde un Madrid que le hacía «sentirse como en casa».

Una España de la que se sentía partícipe. Una España presente en su último libro Casi invisible (Visor) en el que incluía El poema del poeta español:

«En un cuarto de hotel
en algún lugar de Iowa,
un poeta americano,
cansado de sus poemas,
cansado de ser un poeta americano,
se acomoda en su silla
e imagina que es un poeta español,
un viejo poeta español».

Última lectura

En su última lectura en muestro país afirmó que volver a leer sus primeros poemas le producía «la extraña sensación de no estar seguro de acordarse de la persona que los escribió». Fue en la Casa de América de Madrid durante la presentación de 26 poemas tempranos, la antología de Ediciones El Taller del Libro, de la que rescató el poema Lo que permanece:

“El tiempo me dice lo que soy. Cambio y a la vez soy el mismo.
Vacío mi ser de mi vida y mi vida permanece”.

En efecto, en estos 26 poemas tempranos ya resulta apreciable la sutileza que caracteriza la obra de Strand.

“En un campo
soy la ausencia
de campo.
Así
sucede siempre.
Dondequiera que esté
soy aquello que falta”.

El poema es y no es:

“El poema que ha robado estas palabras de mi boca
Puede no ser este poema”.

La respuesta y la presencia son siempre leves, casi incorpóreas. En ese sentido, casi resulta inevitable relacionar a Strand con Edward Hopper. Strand quiso ser pintor antes que poeta y sentía devoción por el artista de Nyack y el paisaje silencioso que muestran sus cuadros.

La misma clave, también en Poemas de aire:

“Los poemas de aire se mueren despacio;
demasiado ligeros para la página, demasiado débiles,
demasiado lejanos; lo que llamamos La Luna,
Las Estrellas, El Sol, se hunden en el mar o tras los árboles
en el límite del campo. La tumba de la luz está en todas partes”.

Cuando en la primavera de hace ya un año Strand leyó algunos de sus poemas en Madrid, cerró sus intervención con los versos de Una mañana:

 “Me deslizaba como una estrella oscura sobre la inundada mitad
del mundo hasta que, empujado por una urgencia indefinida,
me asomé por la borda y vi un espacio luminoso bajo la superficie,
una tumba llena de luz; por vez primera contemplé el único
y diáfano lugar que nos es dado cuando estamos solos”.

Mark Strand regresa al silencio del que, acaso, nunca pretendió salir. Quedan sus palabras luminosas temblando en el espacio. Su poesía ya para siempre entre nosotros.