Integrante de la Generación del 45, en la que también se inscriben otros uruguayos ilustres como Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti o Idea Vilariño, la existencialista Ida Vitale es autora de una obra en la que confluyen la poesía, el ensayo, la crítica literaria y la traducción. Más de cuarenta libros, de los que 24 son de versos, que han merecido, entre otros, los premios Octavio Paz, Alfonso Reyes, Federico García Lorca, Max Jacob, Reina Sofía y el Cervantes de 2018, otorgado por un jurado que, textualmente, valoró: “Su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía moderna en español, que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y hondo. Convertida desde hace un tiempo en un referente fundamental para poetas de todas las generaciones y en todos los rincones del español”.

Descendiente de emigrantes llegados a Uruguay desde Italia, Vitale nació en una familia culta y cosmopolita que le animó a formarse en humanidades. En su país y hasta entrados los años 70 compaginó la docencia en literatura con una importante labor periodística colaborando en el semanario Marcha, dirigiendo entre 1962 y 1964 las páginas literarias del diario Época y de la revista Maldoror y como directora adjunta de la revista Ciclamen.

Empujada por las circunstancias políticas, en 1974 se exilió en México, en donde residió hasta 1984. Allí conoció a Octavio Paz, que la integró en el comité asesor de la revista Vuelta, además participó en la fundación del periódico Uno Más Uno.

En 1984 regresó a Montevideo, en donde dirigió el suplemento cultural del semanario Jaque durante dos años. En 1989 se estableció en Austin (Texas), desde donde desarrolló una intensa labor creativa, ensayística y como traductora de autores franceses e italianos, como Mario Praz, Pirandello, Gaston Bachelard, Simone de Beauvoir, Jules Supervielle o Jacques Lafaye.

Tras la muerte en 2016 de su segundo marido, el también poeta Enrique Fierro, regresó a la capital de Uruguay, en donde actualmente vive. En 2019 publicó sus memorias, Shakespeare Palace. Mosaicos de mi vida en México, y el 13 de octubre del pasado año fue oficialmente declarada Ciudadana Ilustre de Montevideo.

Ida Vitale confiesa que en su adolescencia la lectura de Gabriela Mistral la empujó a la poesía. Se muestra admiradora de Delmira Agustini y María Eugenia Vaz, dos poetisas uruguayas de entre siglos, e incondicional deudora de quienes considera dos de sus guías y maestros: José Bergamín, que fue su profesor en Montevideo, y Juan Ramón Jiménez, al que trató personalmente.

Inscrita en la tradición de las vanguardias históricas latinoamericanas, su poesía indaga en los misterios del lenguaje y en la búsqueda de la concreción y la precisión del verso, desde la afirmación de que “las palabras son nómadas y la mala poesía las vuelve sedentarias”.

Este mundo, el poema que rescatamos, transmite el aire vitalista común en su producción:

Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.

Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno; a veces, rara vez,
el paraíso.

Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.

Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.