El fallecimiento de su padre, cuando él solo tenía dieciocho meses, y la Guerra Civil, que dejó un reguero de dolor en su casa pues un hermano fue fusilado, otro tuvo que exiliarse y su hermana Maruja no pudo ejercer como maestra, marcaron fuertemente su infancia y primera juventud.

Tras estudiar Magisterio y Derecho en su ciudad natal, en 1950 viajó a Madrid para formarse como periodista. Tras opositar al Ministerio de Obras Públicas, su carrera como funcionario concluiría en 1955, cuando solicitó una excedencia y se trasladó a Barcelona para trabajar como corrector en distintas editoriales. En ese período entabló amistad con Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo, lo que supuso la eclosión definitiva de su vocación poética. Áspero mundo fue, en 1956, su primer poemario publicado.

Desde 1970 vivió en Estados Unidos, donde fue profesor de Literatura Española en las universidades de Alburquerque, Nuevo México, Utah, Maryland y Texas. Tras su jubilación en 1993 pasó largos períodos en España. Murió en Madrid el 12 de diciembre de 2008.

El amor, el paso del tiempo, la conciencia social y una declarada pasión y defensa de la libertad fueron los ejes de una obra poética en la que destacan títulos como Sin esperanza, con convencimiento; Grado elemental; Tratado de urbanismo; Breves acotaciones para una biografía; Prosemas o menos; Deixis de un fantasma, y su último libro Otoño y otras luces, publicado en 2001. Rescatamos el poema Me basta así, un claro ejemplo del tono dialogante de muchas de sus composiciones:

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).