En FAST, además de las oportunidades profesionales, tenían múltiples beneficios, como jugar al ping-pong en horario laboral, heladeras con cervezas los viernes, Playstation y otras tantas peculiaridades que habían atraído a los mejores de cada rubro.

Aquel viernes, mientras Francisco se bajaba del 158 para ir a su entonces trabajo actual, y antes de tirar el boleto en la papelera más cercana, un pensamiento invadió su mente. No estaba del todo claro, pero algo le decía que debía arrollar bien el boleto y lanzarlo a distancia, cual si fuera un triple de basket. Lo arrolló y lo lanzó, pero al darle la fuerza que creía necesaria, omitió el factor viento, y el tiro fue un fracaso. En ese momento quedó más preocupado por haber errado que por ir y juntarlo del piso. Una señora mayor llegó a comentar algo acerca de la mala educación del joven, pero nada que le importara mucho a nuestro protagonista, que aún no podía entender cómo pudo errar un tiro tan fácil.

Y entonces ocurrió. Sobrevino la pregunta que estaba latente hacía rato:

—¿Acaso el éxito de mi tiro será la respuesta a algo?

—¿De qué hablas pajero? ¿Armaste el informe que tenemos que presentar hoy?

—Uhhhhh el informe.

Esteban ya estaba acostumbrado a escuchar a su compañero decir pensamientos en voz alta. Y lejos de prenderse a sus debates internos, hacía lo posible para bajarlo de un hondazo a la realidad que les tocaba. Tampoco quería entrar en mucha conversación, quizás avisorando lo que ocurriría meses después: se quedó con el cargo en FAST, y empezó a salir con Natalia, el amor imposible de Francisco,

Mientras tanto, Francisco venía postergando aquel informe hacía rato, con la secreta ilusión de cambiar de trabajo y mandar todo a la mierda.

Cuando de repente le sonó el celular, y calculó los movimientos necesarios para que en unos doce segundos ya pudiera haber salido del área en común y haberse metido en algún sitio para hablar tranquilamente. Su método era más o menos así:

0 segundos (1er timbrazo): se para y arranca a caminar hacia algún baño o sala libre.

3 segundos (2do timbrazo): ya en plena caminata atiende el teléfono con un lento “¿Hola?”

6 segundos: el interlocutor del momento pregunta por Francisco Abagnale.

9 segundos: “Sí, él habla”, era la respuesta para ese momento

12 segundos: ya puertas adentro de su destino, escucha atentamente lo que le tienen que decir.

—Era para comunicarte que al final no quedaste en FAST. Igual si estás de acuerdo nos guardamos tu currículum por si surge alguna otra oportunidad.

—Sí, muchas gracias por el llamado.

Francisco no lo podía creer. No sólo que un profesional de los Recursos Humanos utilizara la palabrra currículum en vez de currículo, sino que además él no haya quedado seleccionado, luego de la inmensa expectativa que le había generado este posible cambio en su vida. Si tan sólo hubiera tenido alguna advertencia…

—¡La puta papelera!

—¿Eh?

—¡La papelera! Ella ya sabía que yo no iba a quedar.

—No estoy para boludeces hoy, ¿puedes compartirme el informe de una vez?

—Ya vengo.

Entonces salió corriendo de la oficina hasta la parada del 158. Bueno, corrió un poco y después siguió caminando, porque su estado físico era deplorable. Y al llegar a destino escupió un chicle en sus manos, lo hizo bolita, y con un gran gesto ténico lo clavó adentro de la papelera a cinco metros de distancia. Triplazo. Mientras hacía todo eso, pensaba si esa noche Nacional le ganaría al Mineiro el partido por la Libertadores.

Y así fue. Batacazo en Belo Horizonte y triunfo tricolor.

Entonces diseñó algunas reglas para que el ritual fuera valedero. Las más importantes: tirar desde una distancia mínima de cinco metros, no repetir preguntas, y no contarle a nadie sobre su nueva pasión.

Y así mantuvo en el más profundo secreto su descubrimiento, al que día tras día le consultaba sobre las más variadas cuestiones: la reciprocidad de la mujer amada, el éxito laboral, la conveniencia acerca de la compra de un nuevo celular. Envoltorios de alfajores, estados de cuenta y hasta pañuelos desechables eran candidatos a transformarse en proyectiles en cualquier momento.

Los viernes quería saber si iba a levantar algo en el boliche, y ya aprovechaba para preguntar por todo el fin de semana, averiguando resultados deportivos. Curiosamente, a medida que mejoraba su técnica con el paso del tiempo, la papelera aumentaba el porcentaje de respuestas afirmativas.

—Marta, ¿no es raro que haya milanesas los martes? ¿Estamos celebrando algo? —Preguntó Francisco a la cocinera con una clara intención oculta.

—No preguntes mucho que te vas a quedar sin comer.

—Je, no, en serio, ¿pasó algo?

—No me jodas, boludo, quiero que terminen de morfar de una vez para irme a mi casa.

Pasaron semanas enteras hasta que a partir de un día ya no erró ningún tiro. Hubo milanesas durante dos meses seguidos, Nacional ganó como diez partidos al hilo (incluyendo uno contra Peñarol por goleada), logró un aumento, y fue acomodando su vida al ritmo de los triples.

—¿Marta, te acuerdas de la vez que te pregunté por las milangas?

—Yo no soy Marta.

—Bueno, ¿no es raro que desde aquel día no hayan cocinado otra cosa?

—No sé de qué estás hablando, por favor déjame trabajar en paz.

Más allá de la nula información que pudo obtener en sus infructuosas investigaciones, quedó convencido que en vez de un oráculo, aquella papelera era en realidad algo mucho mejor, y que en los cientos de tiros que llevó a cabo, aquel elemento fantástico no estaba respondiendo algo que ya estaba definido, sino que estaba cambiando el futuro de acuerdo al resultado del tiro.

Sin embargo, algo generaba que no pudiera escapar de preguntar cosas banales. ¿Por qué en vez de comer milanesas no tiraba para concretar con el amor de su vida? ¿Prefería un par de goles de Nacional antes que recibirse de Arquitecto, o que conseguir el puesto en FAST? La respuesta no era otra que el miedo a perder. Y es que no pasaba nada si un día en vez de milanesas tenía que comer pascualina, o si Rampla Juniors humillaba a su cuadro en el Parque Central. Quizás al día siguiente lo podría arreglar con un nuevo y mejorado tiro. Pero el día que preguntara por algo realmente importante probablemente tendría una sola oportunidad. Y es que si iba a estar el resto de su vida sin conseguir lo que más quería, prefería que al menos fuera por demérito propio, y no por un tacho de basura. Y así pasó sus años, consiguiendo cosas no tan buenas, yendo cada vez con menos frecuencia, hasta que un día se aburrió.

Mucho tiempo después, cuando ya tenía unos 50 años, pensó en tomarse el 158 para tirar algún tirito más. Su vida de hecho ya había sido un fracaso, sobre todo porque Esteban, su antiguo compañero, se había quedado con todo lo que Francisco quería: recibido de Arquitecto, se casó con Natalia y obtuvo el puesto en FAST.

Aquella tarde del año 2045, mientras nuestro personaje bajaba del bondi con dirección a la papelera mágica, pensó en todo al mismo tiempo. Sus viejos códigos poco importaban, ya que de nada habían servido. Esta vez iba por todo. Quizás si hasta podía lograr la vida eterna.

Con la mirada al piso apretó el boleto entre sus manos. Divisó a la distancia el objetivo mientras hacía la pelotita necesaria, y despegándose del suelo unos pocos centímetros lanzó una parábola perfecta con destino de gol.

Pero ni bien levantó la mirada ahí estaba él. Un cincuentón a quien los años habían tratado con bastante más cariño interrumpió la trayectoria de su proyectil con una mano. Mientras, con la otra disparaba silenciosamente un arma directo a su corazón.

—¿Esteban? —Alcanzó a suplicar desde el piso el hombre herido.

—Perdón Pancho, pero el destino no tenía lugar para los dos.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluyó el pasado 31 de mayo.

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