Odio esperar, pero no puedo evitar llegar con tiempo de sobra a los sitios. Él lo sabe y por eso aparecerá en el último segundo, para sacarme de los nervios y aun así poder decir que él es el puntual y yo soy una obsesiva del control.

Siempre pretendo aprovechar los tiempos muertos con libros que llevo conmigo en el bolso, pero la realidad es que esas oportunidades lectoras se me escabullen de los dedos, con miradas perdidas en detalles absurdos y divagaciones sin sentido. Como ahora, que me pierdo entre las humedades del techo y el exceso de tonalidades marrones de esta habitación incómoda. Detesto ese color, por más que se esfuercen por ponerlo de moda cada dos temporadas invernales.

También podría coger una de las revistas que están sobre la mesa de cristal o levantarme con la intención de poner en hora el reloj retrasado de la pared de enfrente, pero mi vista se queda petrificada en el aparador caoba de la entrada, con sus medidas tan desproporcionadas.

Si no fuera un territorio desconocido haría caso a mis instintos y me levantaría para explorar esos cajones que me gritan en silencio que los abra.

Todo el mundo trata de ocultar algún secreto, por pequeño que sea. Les da poder tenerlos escondidos y mantener esa parcela de privacidad bajo la alfombra.

Me gusta descifrar misterios mucho antes de comprender por qué la gente se toma tantas molestias en ocultarlos. No sé si porque era un juego para mí o por la adrenalina que se liberaba en mi cuerpo cada vez que encontraba algo que se suponía que no debería estar en ese lugar. La información que acompañaba al descubrimiento casi siempre solía estallarme en las manos.

Encontré diarios llenos de intimidades, objetos perdidos y confesiones; tan solo abriendo rendijas, revolviendo papeles y levantando almohadas. Con los años fui perfeccionando la técnica para no ser descubierta y aprendí a fotografiar minuciosamente las escenas que iba a alborotar con el propósito de dejarlo todo después en el mismo lugar. Sin huellas ni descuidos que pudieran delatarme.

Muchos pueden pensar que mi afición atenta contra la privacidad y la confianza hacia el otro, sobre todo si ese otro es tu pareja, así que supongo que es culpa mía que estemos hoy aquí.

Soy buena con los escenarios reales y los secretos que se susurran tras las puertas. Quizás hubiera sido una gran detective privada e incluso habrían escrito novelas sobre mis casos. Una pena que cuando las nuevas tecnologías llegaron a nuestras vidas tuve que empezar de cero para descifrar las otras verdades que se quedaban enmarañadas en una realidad virtual que estalla cuando se entremezcla con la de carne y hueso. Esa constante búsqueda mía tiene la culpa.

O tal vez haber sucumbido a la comodidad de la rutina, o el sentirme vieja antes de llegar a los cuarenta, o el olvidarme de ser mujer para volcarme en exclusiva al rol de madre o dejar que la negatividad inundara nuestros días. Existen demasiadas variables en este sentimiento de culpabilidad.

Todo se hubiera precipitado si hubiera encontrado carmín en una camisa o un recibo injustificado dentro de uno de los bolsillos de sus chaquetas, pero él era un maestro en esto de ocultar secretos. La objetividad pierde facultades cuando se trata de ver una realidad profundamente dolorosa. Quizás siempre lo supe y solo pospuse lo inevitable demasiados años usando a nuestros hijos como escudo.

Las cinco en punto y suena el timbre. Todos mis músculos se tensan y mi atención se vuelve a esa puerta que será abierta en cualquier momento. No, no fue mi culpa encontrar las contraseñas. No fue mi culpa cubrir con silencios los miedos ni fui yo quien buscó emociones nuevas fuera de casa.

Una chica joven sale de una habitación para abrir la puerta y él aparece con su sonrisa embaucadora y su cara de falsa inocencia. Sé que preferiría irse detrás de la falda con piernas, pero ella le sugiere con amabilidad que se siente en la misma sala de espera. La mujer desaparece y el silencio vuelve a la habitación como si no estuviéramos allí; solo que esta vez, él se encuentra de pie dando vueltas a la jaula de cinco metros cuadrados, deseando sacar un cigarro de su pitillera de plata y sin apartar la vista de las baldosas de mármol. Que se jodan él y todas sus adicciones.

Estamos aquí por su culpa. Por sus malditos secretos, su cobardía y ese egoísmo que ha protagonizado cada segundo de nuestras vidas. Él decidió crear otras realidades con la confianza de que jamás sería descubierto tras domesticar cada parcela de mi ser. Él fue quien construyó un muro a base de golpes y gritos, yo solo empecé a esconder los moratones con maquillaje y excusas baratas. Ahora sería un buen momento de arrebatárselo todo y dejar de ser una cómplice de sus mentiras.

La chica vuelve a aparecer y nos invita a seguir el sonido de esos tacones tan inapropiados para guiar a la gente al matadero. Él va detrás de ella y yo solo espero que este día termine cuanto antes.

Entramos en un despacho frío y sin personalidad, donde un hombre nos saluda desde un sillón ocre que me recuerda a un trono medieval. Ni siquiera hace amago de levantarse, supongo que también quiere irse pronto a casa.

Nos sentamos enfrente de él, cada uno en unos butacones más bajos que el asiento presidencial y nos mantenemos callados con las piernas cruzadas y la mirada gacha.

Los dos aceptamos estar hoy en este lugar para averiguar si es posible un arbitraje pacífico antes de que cada uno se busque a su propia fiera dispuesta a devorar al enemigo sin piedad. Creí que sería más fácil pasar por este trago amargo y que serviría para liberarme de la culpa.

—Ustedes dirán. ¿Han tomado una decisión?

—Todo depende de ella. Se trata de ser razonables.

—¿Te declaras culpable?

—Esto no es un juicio, Paz.

—¿Te declaras culpable?

—¿Lo ve? Es imposible mantener una conversación con ella.

—¡Maldito cabrón! — y me levanto empujando la butaca con furia y con ganas de tirarle a la cabeza el marco de foto que hay encima del escritorio gigantesco— siempre insinuando que la culpa es mía.

—Paz, serénese — interviene el hombre para justificar el dineral que nos va a cobrar por hacer de intermediario— Si no está dispuesta a llegar a un acuerdo esta cita no tiene ningún sentido.

Y mientras me siento vuelvo a admitir como una vez más este hijo de puta se sale otra vez con la suya. Si voy a ir a juicio, mejor será que aprenda a controlar esta rebelde ira.

—Tiene razón, lo siento. Siento haberle hecho perder el tiempo— y vuelvo a levantarme en esta ocasión sin ningún tipo de resorte y planchando con mis manos la falda en un alarde de falsa tranquilidad.

—Paz, si sales por esa puerta serás la única culpable de que vayamos a juicio.

Mi respuesta es un homicidio a través de mi mirada. No me giro, ni me despido, ni doy el portazo que me hubiera encantado protagonizar, porque es mejor actuar con dignidad ante hipotéticos testigos.

Recorro el pasillo lleno de puertas cerradas maldiciéndole mentalmente por haberme escondido durante tanto tiempo el más doloroso de los secretos: que nunca me amó.

Y desaparezco admitiendo que en esto del desamor jamás existe un único culpable.

Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.

Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021

Cierre: 7 de julio de 2021

Fallo: 6 de agosto de 2021

Acto de entrega: 21 de agosto de 2021