El funeral fue todo un acontecimiento social, económico y casi hasta político. No en vano el abuelo había tejido una tupida red de negocios, concesiones y llamémosle “contraprestaciones”, que le habían hecho muy millonario y le habían procurado más enemigos que aliados, y digo aliados adrede, porque lo que se dice amigos, ninguno.

Y al funeral también fuimos los catorce nietos, con sus ocho respectivas parejas actuales más las cuatro no actuales, y los veintiún biznietos. Elegancia en negro, todas y todos, sin excepción. Había que dejarse ver, era seguro que estaría don Marcelino Iturrate, el albacea y abogado del abuelo, que, como manda la tradición, era hijo de don Marcelino Iturrate, anterior albacea y abogado del muerto. Todo el mundo sabe que los testamentos no se pueden modificar sin la firma del testador, pero habiendo tantísimo dinero de por medio no le convenía a nadie fiarse de nadie.

Una semana después del funeral recibí una carta certificada de don Marcelino. En ella se me citaba para dentro de diez días en el palacete del abuelo, a las cinco de la tarde; la mano del abuelo, taurino furibundo, seguía presente. La carta también decía que a la misma reunión habían sido convocados los otros trece nietos, listados en la misiva uno por uno, en riguroso orden de edad y con sus nombres y dos apellidos. Que el apellido del abuelo apareciera en toda la lista en segundo lugar, como era lógico, le daba a la carta un aire cómico que sin duda no tenía. La convocatoria era clara, debíamos ir solos, sin cónyuges, hijos, abogados particulares, ni nadie. Además del abogado estaría presente un notario para dar fe de la apertura del testamento.

Don Rigoberto nunca había querido hacer partícipes de sus negocios a nadie de la familia: hijas, yernos, nietas, nietos… nadie había trabajado nunca en ninguna de sus muchas empresas. Lo que sí hizo, habrá que reconocerle alguna acción positiva, fue ayudar con sus influencias, pero sin poner un solo euro a hijas y yernos en sus actividades profesionales o empresariales. También hay que recordar que solía cobrarse esos empujoncitos –como los llamaba él– cuando necesitaba algo de alguien.

Dicen que cuando nació su primer nieto se volvió “loco de generosidad” y mandó a sus contables abrirle una cuenta e ingresar en ella mil pesetas de las de entonces. Siguió esta costumbre con todos sus nietos y luego con los biznietos. La costumbre se hizo férrea, y la cantidad también: mil pesetas en cada cumpleaños. El único detalle de generosidad que se le conoció. “Si en el fondo era un filántropo”, se atrevió a comentar en voz baja alguien a la salida del funeral. Supongo que sus administradores se atrevieron a pasar las mil pesetas a seis euros sin pedirle permiso, no fuera a ser que les hiciera redondear a la baja. Hoy tengo en esa cuenta la fortuna de doscientos veintiocho euros (treinta y ocho mil pesetas).

Yo, y supongo que todos nosotros, le habíamos oído comentar en más de una ocasión que eso de repartir la herencia era una aberración económica y empresarial. Que más que un reparto era descuartizar el patrimonio y que no crearía más que vagos y vividores, así que ya sabía lo que tenía que hacer y que lo dejaría todo “atado y bien atado”. Por eso llamé antes de acudir al palacete a mi hermana y a mi hermano, para cerciorarme de que ellos también habían recibido la misma carta, lo que los dos confirmaron compartiendo conmigo su inquietud por el resultado de aquella reunión.

Puntuales como clavos, allí estábamos todos el día señalado, en aquella sala de reuniones/comedor del palacete, decorada estilo siglo XIX. Además de nosotros catorce, estaban el albacea, el notario, y Braulio, el veterano sirviente personal del abuelo, quien nos había pedido amablemente dejar los móviles en una mesita antes de entrar a la sala. Más misterio. La habitación tenía una mesa digna de ser empleada en Buckingham para recepciones reales, donde cabíamos cómodamente sentados los dieciséis, Braulio no, permanecía hierático, de pie, como siempre, en el rincón donde lo recordaba. Las miradas que nos echábamos eran de recelo y de futura envidia porque seguramente solo uno se llevaría la parte del león.

Don Marcelino Iturrate abrió el sobre lacrado que tenía en las manos. Dentro del sobre había dos sobres también lacrados. En uno –nos lo enseñó a todos– decía: “Abrir primero”, escrito a mano por el abuelo con su firma debajo. Lo abrió y leyó lo que estaba escrito, decía que en el segundo sobre estaba indicado cómo se repartiría su fortuna y que solamente los catorce nietos tendrían derecho a la herencia, pero que si alguno quería renunciar a su parte lo tendría que hacer en ese momento, antes de abrir el segundo sobre y a cambio de un cheque de cien mil euros.

El notario tenía preparado el cheque y el documento de renuncia para cada uno de nosotros, en el que tendría que firmar el interesado, el albacea y él mismo dando fe, y ceremoniosamente, en completo silencio, nos fue poniendo delante de nosotros nuestro cheque y nuestro escrito correspondiente. Nos dio diez minutos para pensarlo.

Como cabe esperar en una situación como ésta, el silencio no fue manchado ni por media tos o carraspeo. Yo miraba fijamente mi reloj de pulsera esperando que alguien se diera de baja antes de llegar a los diez minutos, porque no pensaba desistir pusiera lo que pusiese en el segundo sobre. Y cuando habían pasado siete minutos y medio, Ángel, el mayor de todos, rompió teatralmente en cuatro pedazos el cheque y en ocho el documento notarial y los tiró al suelo. Le seguimos todos, no vi asomo de duda en ninguno. La fortuna de nuestro Tío Gilito doméstico era incalculable, aunque seguramente menor que nuestra avaricia.

Entonces, el albacea, mirando hacia el notario y buscando su aprobación con un ligero gesto de asentimiento, abrió pausadamente el segundo sobre lacrado y leyó detenidamente y con voz clara, hasta tres veces, la voluntad del abuelo indicando cómo se repartiría su enorme fortuna.

Cumpliendo fielmente sus instrucciones, los nietos nos seguimos reuniendo para cenar cada último viernes de mes, aquí, en la misma sala en la que se leyó su última voluntad. Llevamos diez meses viniendo, con la de hoy ya son once, y todavía no hemos llegado a una solución definitiva. No se puede decir que las cenas sean muy animadas, pero el menú y los vinos siempre son de primerísimo nivel. Lo emocionante es al final de cada cena, cuando Braulio, siempre Braulio, trae una bandeja con copas ya servidas de un oporto excelente y anuncia pomposamente con una sonrisa: “El postre de don Rigoberto”

Hoy estamos solamente cuatro y cuatro copas traerá, una para cada uno. Nos miraremos con odio, como siempre, las escogeremos al azar, como siempre, y brindando por el abuelo las beberemos de golpe todos a la vez, como siempre. El mes que viene habrá solo tres copas en la bandeja.

Aquí viene Braulio con el oporto…

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022