El Nagant M1895 reposa inofensivo en el estuche de madera labrada. La manada brama inquieta en los corrales.

El revolver, amenazante, es extraído de su estuche. Los morlacos, desafiantes, irrumpen en estampida.

Silencio y griterío.

Unos buscan apresurar la vida, otros corren para huir de la muerte.

Yukio M., con la disciplina y severidad consustancial a la ética del samurái, abre el juego. Un movimiento enérgico y decidido. CLIC. Es el primero en esquivar la embestida.

Cuesta de Santo Domingo. Los pitones avanzan sedientos de sangre. Los cuerpos se arremolinan, trastabillan, caen, se aplastan. Brazos pidiendo ayuda.

Zuzendu gure oinarrak

Entzierru hontan otoi

El carácter mesurado de Cesare P. contrasta con el del primer jugador. Tímido, atormentado, gestos livianos. Cansado de su oficio: vivir. El Nagant M1895 parece levitar en la mano cuando asciende hacia su cabeza. CLIC. Ha de seguir viviendo. Vivir también mata.

Los toros franquean el Ayuntamiento y siguen muy vivos por Mercaderes. Varios guiris en bermudas están donde no debían y ven venir en tromba miles de kilos de carne a toda velocidad.

La nariz con perfil griego de Virginia W. percibe el evocador aroma de las aguas del Rio Ouse. CLIC. La caricia que recorría su espalda cuando el metal le rozaba la sien, ahora es una gota húmeda y glacial. Araña.

El ángulo de noventa grados que forma Mercaderes con la Estafeta aumenta la velocidad de la manada. Los toros se agolpan. La inercia les precipita contra el vallado. Carreras, caídas y cornadas. Los cuerpos vuelan como peleles. Un mozo es corneado en el abdomen, otro agoniza bajo 600 kilos de carne.

Frenesí.

Malcolm L., arrumbado sobre la silla, golpea una botella de la que se derrama un licor aromático. Miradas inquisitivas de sus acompañantes. Alza la mano, baja la cabeza. Ambas, con el revolver de por medio, se encuentran CLIC. Regresará a las tierras de los indios zapotecas y buscará refugio en el mezcal.

La manada llega a Telefónica. Los toros aminoran el ritmo. Van lentos, pero sueltos. La manada se disgrega. Los mozos se envalentonan. Se adentran en los dominios del toro. Un morlaco que intenta cornear a un mozo cae. Los otros le pasan por encima. Otro, engancha aparatosamente a varios mozos que se revuelcan como muñecos de trapo. El pánico que han ido sembrando en la carrera lo están cosechando.

Walter B. es un hombre de carácter destructivo. Padece un frío antiguo, uno de esos que no hay abrigo que puede reconfortar; viene de dentro. Walter busca en la boca del cañón una chispa que arrase con el sufrimiento desalentador que lo aprisiona. CLIC. El frío seguirá atormentando su alma.

Y llegamos

Al tiempo que fenecemos

Así que cuando morimos, descansamos.

Los toros enfilan hacia el callejón. No hay refugio ni escapatoria. El espectáculo es dantesco. En el portón de entrada al coso hay docenas de zapatillas sin dueño.

¡PAM!

Un impacto seco y homicida quiebra el silencio cargado con humo de opio y tabaco. El mezcal derramado sobre la mesa adquiere un tono rojizo. Mariano José de L. se interna en un callejón negro del que no regresará. Ya se siente libre, no se siente. Ya no le atormentarán ni el desamor, ni los fanatismos ni la ignorancia.

El toque a muerto procedente de la Catedral llega hasta el café Iruña. Ernest H. apura el güisqui, el cuarto güsqui on the rocks de la mañana. Sus acompañantes están sorprendidos por la euforia que destila. El próximo año ocupará el vacío que ha dejado Mariano José de L. Esas campanas doblarán por él.

El comentarista televisivo informa sobre las tres decenas de heridos graves y la identidad de los fallecidos, uno por asta de toro y el otro por aplastamiento.

El nombre de Mariano José de L. no constará en las estadísticas. Ni el suyo, ni el de los heridos graves, que seguirán prisioneros de su propia cabeza.