Desde su muerte, hace ciento siete días, no concilio el sueño. Mañana es clave. No puedo llegar a la oficina con estos ojos de drogadicto. Todas las noches me enredo religiosamente en las sábanas hasta que por fin duermo unos cuantos minutos.

El sonido se ha vuelto nítido y constante; mi respiración, firme; mis ojos, al acecho. Se detiene una mosca. Decide descansar en mi pecho. Contemplo su brillante cuerpo peludo, los rojos y enormes ojos, las alas plegadas. Soy su único depredador, y claramente no me teme. Frota las patas con insistencia; se limpia sobre mí sin inmutarse.

Muevo el brazo con lentitud. Mi mano, muy cerca de ella, desciende apresurada; logra escapar. Olvidé su sofisticado sistema de defensa. Puede anticiparse a mis movimientos.

Silencio. Quizá se asustó y se mantendrá alejada. Intento dormir. Escucho mi respiración. Un coche pasa veloz por la calle. A lo lejos, la sirena de una ambulancia. Y en mi habitación, silencio. Comienzo a soñar.

Sobresaltado giro bruscamente la cabeza. La mosca. Exasperado prendo una luz y la persigo. Cada vez que intento matarla, se deshace de mí con un vuelo rápido, ligero, eficaz. Me supera en agilidad. Coloco un pedazo de manzana encima de la pequeña mesa junto a la ventana. Se empieza a descomponer enseguida. Permanezco inmóvil, esperando a que mi presa se coloque en la distancia óptima entre la manzana y el periódico enrollado que sostengo. La veo disfrutar del manjar. Descargo un movimiento corto y golpeo… Logra despegar mucho antes del impacto.

El zumbido inagotable resuena más potente. Parece irritada. Comprendo que hice algo atroz: la he alimentado. Adquirió más fuerza con la manzana.

Miro el tapiz de las paredes, buscándola. El patrón que eligió mi mujer siempre me pareció horroroso: parece que miles de ojos café me acechan por todos lados. El escondite perfecto para una mosca.

Los ojos me observan, sin pestañear. Me juzgan. Les parezco cómico. Veo a la mosca por un segundo. Desaparece en el empapelado.

De la caja de herramientas saco una espátula. Raspo el tapiz con vehemencia, rompiendo la alianza entre la mosca y las miradas. Advierto un movimiento. Sigiloso tomo el periódico y golpeo en dirección de la mosca. ¡Me estás destruyendo! Grito. Adherida a la ventana, se burla de mí.

Continúo mi cautelosa persecución para asesinar a la agente de muerte y deterioro, a la protagonista de la cuarta plaga bíblica de Egipto, la indomable, la tenaz mosca. Su único objetivo es volverme loco. Debo ser preciso, exacto. La mosca vuela. Logro anticipar sus movimientos y doy el golpe mortal.

La busco en el suelo y la descubro boca arriba sobre un pedazo del tapiz. Tomo una lupa y observo el diminuto cadáver durante un rato. En esa extinguida vida me reconozco.

Su empeño por sobrevivir es el mío por no hundirme en el vacío que dejó la muerte de mi mujer. Orgulloso, regreso a la cama. Hace tiempo no tenía un triunfo. Con renovada motivación logro entrar en un sueño profundo. Escucho un zumbido. Abro los ojos y miro el reloj. Furioso me levanto a buscar a la mosca. Yace muerta en el mismo lugar, pero el zumbido continúa. Es otra.

La busco incesante pero no aparece. Quizá es la pareja de la difunta. Y dejé al pobre esposo viudo, como yo. Si eran marido y mujer es probable que se hayan reproducido e infestado mi cuarto de larvas. No supongo que las moscas tengan juicio, y que la mujer haya decidido desafiar las convenciones sociales retrógradas de su género al no tener hijos.

El sistema de creencias y comportamiento de los insectos es más simple que el nuestro. Y las larvas crecerán. Se reproducirán y multiplicarán hasta que mi habitación se pueble con millones de moscas nuevas, vigorosas, ágiles, de enormes ojos demoniacos rojo bermellón. Lamerán, perforarán mi cuerpo hasta succionar y agotar mi sangre. Nunca más podré dormir.

No es posible escapar de ella. Su voluntad por existir es mayor que la mía. Cargo mi revólver, libero mi angustia.

En la quietud de la habitación, miles de ojos café miran la escena junto a mí: la mosca se ha postrado orgullosa sobre los ojos abiertos de mi cadáver… Son perversas las moscas, no tienen respeto ni por los muertos.

Más sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, y KOS, Comunicación, Ciencia y Sociedad, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocan la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’, dotado con 3.000 euros.

El certamen se desarrolla en una fase previa y otra final. Durante la previa, el viernes de cada semana, el Comité de Lectura selecciona el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha, publicándose el lunes siguiente en hoyesarte.com. Como este Lo predijo Darwin, septuagésimo segundo cuento seleccionado.

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