Me cuento entre los que vivieron esa experiencia. Entre quienes desde aquel primer contacto como lector quedó subyugado por una forma de narrar deslumbrante y nueva. “Mis fantasías exploran el uso del poder como arte y su abuso como dominio: van y vienen por el misterioso límite que separa lo que consideramos real y lo que consideramos imaginario, explorando la zona fronteriza”, dejó escrito en uno de sus libros.

Por extrañas razones, acaso ligadas al hecho de haber sido encorsetada por no pocos en el apartado de escritora de historias “fantasiosas”. Acaso relacionadas con el hecho de ser una mujer discreta pero firme e independiente a la hora de escribir sobre sexualidad, etnología, género, derechos sociales, pacifismo o ecología, –temas que abordó en sus libros adelantándose a menudo en fondo y forma varias décadas a otros autores más conocidos–, Le Guin no ha tenido en España y en otros muchos lugares el eco ni ocupa el puesto que en justicia le correspondería como una de las escritoras más desbordantes de la historia literaria del XX.

Leerla es entregarse. Baste citar tres de sus obras maestras para asumirlo: El nombre del mundo es Bosque; La mano izquierda de la oscuridad o Los desposeídos.

Como ha escrito su incondicional Rosa Montero: “Entrar en sus libros es una experiencia extraordinaria: es aprender algo de ti que no sabías, es sentirte a punto de descubrir tu lugar en el mundo”.

Hija de antropólogos de referencia, –su padre, Alfred Kroeber, fue el fundador del Departamento de Antropología de la Universidad de Berkeley–, late en el conjunto de la obra de Le Guin la pasión por entender los cómos y los porqués del ser humano.

Al hablar de feminismo, término que no le gustaba, puntualizó: “Si una feminista es alguien que piensa que el género es en gran medida una construcción social y que nada justifica el dominio social de un género sobre otro, entonces soy feminista”.

Al hacerlo de la ciencia ficción clásica, cajón literario en el que algunos, torpemente, han querido encasillarla, dejó escrito: “No me siento únicamente una autora ligada a ese género. Quisiera que mis libros pudieran leerse en dos niveles: como fantasías puras o como parábolas del mundo real. Que cada cual escoja”.

En Portland, Oregón, donde vivía, su tiempo se ha acabado. Pero su rutilante imaginación, su legado creativo, seguirá brillando con vocación de eternidad en la constelación gloriosa de la mejor literatura. Esa que nos deja su huella para siempre.