Me he acordado de esto leyendo una de las historias que Pierre Bayard (Amiens, 1954) ha incluido en Cómo hablar de los hechos que no han ocurrido. Concretamente, la historia de Sigmund Freud y Leonardo da Vinci, a saber: Freud decide dedicar un libro a Da Vinci para abordar la relación entre el psicoanálisis y el arte. En sus páginas habla de que hay una energía psíquica autónoma que denomina libido –energía sexual para entendernos más rápidamente– que el gran creador del Renacimiento invierte en sus obras en detrimento de su capacidad para pasarlo en grande en la intimidad de una alcoba. En esas mismas páginas, Freud pasa por alto lo que seguramente ignoraba: que el pintor de La última cena tuvo una vida sexual plena e intensa. Vamos, que le sobraba energía para ser más cosas que nadie, pintor, arquitecto, botánico, ingeniero, inventor, músico, poeta, escultor… y además un ardoroso amante. Siendo Da Vinci lo opuesto a lo que creía Freud, lo cierto es que, como escribe Bayard, eso no invalida esta teoría de la sublimación por la que un artista convierte su impulso sexual en otro creativo como parece que le pasó, en realidad, al propio Freud. De algo falso, de algo que nunca pasó –Da Vinci sin vida íntima– se puede extraer una verdad, en este caso una “verdad científica”.

Bayard, que tuvo tanto éxito hace casi dos décadas con otro título parecido de irresistible encanto provocador –Cómo hablar de los libros que no se han leído–, nos entrega ahora un ensayo que se lee en un suspiro y que está lleno de ideas y opiniones que unas veces convencen y otras no tanto pero que siempre te hacen pensar y merecen debate. “No son las narraciones engañosas las que carcomen a las sociedades y las destruyen, sino su calidad mediocre”, dice el autor francés. A ver, uno quiere calidad, claro, pero ésta pasa a un segundo plano y pierde su gracia si el engaño, más o menos grave, se cuela en géneros como la biografía, la correspondencia, las memorias o el ensayo histórico.

Pierre Bayard. De BaoChanTL – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0,

Hablábamos antes de la verdad científica, pero recoge otras como la “verdad subjetiva”, a propósito del relato autobiográfico Sobreviviendo entre lobos, que cuenta la historia increíble de una cría (Misha Defonseca) que escapa de los nazis dejando atrás a sus padres. Tiempo después de su publicación llegaron los quisquillosos a verificar los detalles y supimos que aquella narración era una pura invención. Bayard condena la falsedad de la historia pero defiende la necesidad –y la verdad– de la autora real (Monique de Wael) de crear esta fábula para contar a los demás y a sí misma el dolor de la pérdida de sus padres y de ese modo, seguramente, salvar su vida.

La “verdad literaria” nos llega de la mano de John Steinbeck y sus Viajes con Charley, un clásico del género con el que contó la América de los sesenta en su recorrido por una treintena de estados. Al fabulista Steinbeck le salieron al poco los inevitables quisquillosos dispuestos a demostrar que su compañero de viaje, el héroe del libro, su perro Charley, no viajaba tanto, que muchas veces se quedaba en la perrera, que más bien iba con su mujer, que no reponía fuerzas en la autocaravana sino en buenos hoteles, que se podía inventar un buen personaje a partir de encuentros con varios entrevistados… No cuesta casi nada coincidir con Bayard que le perdona sin dudar tantos deslices porque, efectivamente, la verdad literaria no es patrimonio exclusivo de la ficción: porque lo que algunos quisquillosos no pueden entender es que “hay una forma de verdad literaria que es irreductible a la verdad fáctica y tiene su propia legitimidad. Ser veraz en el plano literario no implica ser fiel a la verdad fáctica y a veces incluso obliga a apartarse de ella”.

La “verdad histórica” nos la explica con el encuentro entre Chateaubriand y el primer presidente de Estados Unidos, George Washington. Parece que todo ocurrió realmente en la imaginación del escritor francés pero, justifica Bayard, había una necesidad de diálogo en ese momento entre las dos naciones representadas por ambos y, en ese sentido, “el poder simbólico de esta reunión es mayor que su realidad fáctica. La narración histórica lo exigía para darle toda su fuerza ejemplar, y efectivamente tuvo lugar de cierta manera, y todo indica que Chateaubriand acabó convenciéndose de que había ocurrido”.

La segunda parte del libro repasa situaciones en las que nos sentimos inclinados a inventar historias o a escucharlas sin apenas cuestionarlas. Momento para adentrarse en las cartas que Saint-John Perse se inventó sin pudor alguno para incluir en sus obras completa y darse el pisto de visionario; el doble diario (unas 35.000 páginas) que llevó Anaïs Nin; la descripción de la China de Mao, tan ajena a la realidad, que hizo la política italiana del Partido Comunista Maria-Antonietta Macciocchi; algunas leyendas urbanas como aquella que aún se cuenta de las terribles consecuencias del programa de radio con el que Orson Welles desató el pánico en Estados Unidos narrando la invasión de los marcianos; las crónicas que firmaba el periodista del New York Times Jayson Blair sin salir de casa; o la noción de la banalidad del mal que definió Hannah Arendt a partir de un nazi, Eichmann, descrito como un simple cumplidor de órdenes cuando realmente fue uno de los tipos más concienciados sobre la necesidad de exterminar a los judíos.

Historias de quisquillosos y fabuladores. Lo dicho: un libro que da mucho que pensar y, aún más, que debatir.


Cómo hablar de los hechos que no han ocurrido

Pierre Bayard

Editorial Cátedra

Traductor: Jenaro Talens

224 páginas

17,50 euros