Estas violentas acciones, realizadas por miembros de organizaciones como Future Vegetal o Just Stop Oil, han sido condenadas como destructoras de patrimonio y criticadas en todos sus aspectos. Sin embargo en estas discusiones se ha ignorado un asunto que no deja de ser relevante: la destrucción de obra ha sido una estrategia usada por los propios artistas en la reciente historia del arte. En algunas ocasiones ha sido incluso una forma de entrar en el mercado del arte.

Ejemplo de ello, la reciente hoguera que creó Damien Hirst para quemar parte de su obra del proyecto The Currency o cuando John Baldessari quemó toda su obra en 1970 en aras de no volver a hacer arte aburrido (Proyecto Cremación).

Hay piezas que también se destruyen en plena transacción económica. Niña con globo de Banksy fue triturada en directo, por un mecanismo oculto, tras ser adjudicada en 2018 en Sotheby’s por 1,2 millones de euros. De la misma forma, Yves Klein propuso quemar el recibo de compra de sus zonas inmateriales (1962). La obra implicaba la adquisición de documentación de propiedad del espacio vacío (zona inmaterial), en forma de recibo, a cambio de oro. Si lo deseaba el comprador podía finalizar el proceso quemando el recibo mientras al artista arrojaba la mitad del oro al Sena. Así se lograba una zona inmaterializada perfecta y definitiva, y una inclusión absoluta del propio comprador en lo inmaterial.

La paradoja es que la destrucción de una obra de arte puede ser una vía de supervivencia de la misma en el mercado. Es decir, no implica necesariamente una pérdida económica o un boicot a su inserción en el mercado. Al menos, claro está, cuando es el propio artista quien así lo decide. Yves Klein puede considerarse quizá el mayor maestro en esta estrategia negativa que construye mediante la destrucción o, como el caso de su obra Leap into the Void (Salto al vacío), producida en París en 1960, consigue la presencia a partir de la ausencia. La nada no es aquí el punto de llegada, sino el de partida: Klein logró generar documentación de una acción no realizada.

Se trata de una imagen en la que el artista sugiere un poder aeronáutico sobrehumano que le permite volar, pero sobre todo mediante la cual Klein demostró una enorme habilidad para idear y controlar acciones aparentemente espontáneas de forma dramática a través de la fotografía. Esta mítica imagen ayudaría a consolidar el lugar extraordinario de Klein en los anales de los gestos heroicos. A pesar de tratarse de un fotomontaje tuvo un extraordinario impacto en aquellos artistas que ponían su propio cuerpo en peligro, como aquellos implicados en el accionismo vienés y el body art. Y es aún más fascinante saber que, a través de la manipulación fotográfica, Klein pudo construir la percepción de la acción que amenaza la vida sin la necesidad de ejecutar la verdadera.

El primer salto al vacío –y probablemente el único– tuvo lugar el 12 de enero de 1960, cuando Klein saltó del segundo piso de la casa en París de la dueña de la Colette Allendy Gallery. Bernadette Allain presenció esta performance privada y confirmó que no hubo nada que amortiguara la caída del artista. Aunque Klein probó su salto con un tobillo torcido, muchos de sus colegas dudaron de la validez de sus afirmaciones, escépticos ante su declarado intento de entrenarse en el ejercicio de la levitación. Una vez realizada la acción, Klein sabía que no iba a poder promover sus ideas sobre la levitación limitándose a hacer una performance para unos pocos, por lo que en octubre decidió volver a repetir la acción únicamente para que se produjera el documento fotográfico. Harry Shunk hizo una serie de fotografías que pegó como collage para crear la impresión de que Klein saltaba sin ayuda desde otra ventana de un segundo piso, a cuatro metros y medio de la calle y sin colchoneta que amortiguara la caída. Se trata de un documento de ficción fotográfica que es claramente producto de una cuidadosa manipulación. La representación final es un fotomontaje que fusiona de forma invisible fotografías independientes del salto y del escenario para juntarlas en un sorprendente ‘documento’ sin líneas de unión.

La fotografía la publicó Klein en el periódico Dimanche, el “periódico de un solo día”, el 27 de noviembre de 1960, en el contexto de unas jornadas que él mismo organizó, tituladas el Teatro del Vacío. Entre los titulares se leía: “¡Un hombre en el espacio!”, y resultaba que ese primer cosmonauta de todos los tiempos era el propio artista. La imagen muestra una acción que desafía las leyes de la gravedad; no se sabe muy bien si va a salir volando o si por el contrario se va a estrellar contra el suelo. Se convirtió en una de las primeras acciones performativas fotografiada, con la salvedad que se trató de una acción inexistente.

La fotografía fue tomada por Harry Shunk y János Kender y supuestamente vendida por 3.000.000 de yenes, 8.333 dólares en ese momento. El año pasado salió a subasta en Sotheby’s para celebrar sus 50 años con un valor estimado de entre 30.000 y 50.000 dólares. El lote se cerró, pero se desconoce la cifra en que se materializó la transacción.