Al jazz hay que entrar comprando discos que lleven a otros discos y leyendo con atención los cuadernillos del CD para quedarte con el nombre de ese arreglista tan elegante o ese saxo alto que te vuela la cabeza cada vez que llega su turno. Y además hay que tratar de frecuentar garitos que den música en directo para descubrir hasta dónde puede llegar un músico cuyo único límite es su capacidad para  improvisar. No hay música más libre. Desde el 23 de abril y hasta el 2 de mayo, ciudades como Madrid se suman al Día Internacional del Jazz con diferentes actos y conciertos. Desde aquí hacemos lo propio sugiriendo diez discos tan variados en épocas y estilos como disfrutables para cualquier paladar. Si uno no experimenta ganas de repetir alguno de los siguientes platos, debe buscarse otro restaurante urgentemente.

Kind of blue, de Miles Davis

Es imposible arriesgar menos en la primera elección de esta lista. No es el disco más vendido del jazz por casualidad. Tiene algo difícil de definir que lo hace adictivo y que va más allá de que al piano se siente Bill Evans y el saxo tenor cuelgue del cuello de John Coltrane. Como Pablo Picasso medio siglo antes, Miles iba abriendo caminos a veces de manera casi simultánea. Por eso no hay guía mejor que su discografía para navegar por la historia de esta música: del jazz rock al jazz orquestal pasando por el cool o el jazz modal, en todos los movimientos que lideró dejó obras mayores. Cualquier entorno multiplica su elegancia desde el mismo momento en que suenan las primeras notas al teclado de So what. Es probable que haya discos con mayor refinamiento y mayor grado de compenetración pero servidor no los conoce.

Beyond the Missouri sky, de Charlie Haden & Pat Metheny

Hace justo veinte años, Charlie Haden, el mismo contrabajista que había estado en algunos de los proyectos más osados y vanguardistas del jazz moderno, decidió, con sesenta años, echar la vista atrás y marcarse un álbum nostálgico y calmado, con aromas country y versiones de éxitos cinematográficos. Lo hizo con otro culo inquieto a la guitarra y el resultado es una de las cosas más hermosas que nos dejó el jazz en los últimos años del siglo pasado.

The Blanton/Webster Band, de Duke Ellington

Habrá quien no le guste la idea de que el jazz es la música clásica de Estados Unidos, pero nadie puede discutir que uno de sus iconos, Duke Ellington, debería tener un espacio grande en cualquier enciclopedia que cuente la historia de la música culta en ese país. Como compositor, como director de orquesta o como pianista. Ellington es al jazz lo que Bach a la clásica, todo un continente por explorar. Citemos al menos su disco a medias con Coltrane o alguna joya sin orquesta (Piano in the foreground) pero puestos a elegir solo uno, lo suyo sería uno de esos álbumes con esas piezas estilo jungle grabadas en los años cuarenta –en su cénit creativo- de encanto inoxidable.

Tete Montoliu interpreta a Serrat hoy, de Tete Montoliu

Antes de Chano Domínguez tuvimos en España un pianista descomunal. Ciego como Art Tatum, Tete Montoliu consiguió, junto con Pedro Iturralde, no solo ser el nombre más relevante del jazz con acento español; también se hizo un merecido hueco en la escena internacional. Fallecido en 1997, entre sus últimas grabaciones dedicó una al cancionero de Serrat, evitando sus temas más conocidos con alguna excepción.

My favourite things, de John Coltrane

Es divertido imaginarlo: ese estirado crítico de jazz que reniega de las canciones azucaradas de The sound of music y que dos años después alucina con lo que hace este titán del saxo con una de las melodías de aquel musical de Broadway, que unos años después sería oscarizada película con el título de Sonrisas y lágrimas. Meses más tarde grabaría su disco de baladas (Ballads, 1962), que es otra puerta muy recomendable para adentrarse en el intenso universo coltraniano.

Jazz at Massey Hall, de The Quintet

Uno de esos trucos que solo permite el jazz a la hora de hacer listas: en un solo disco dar entrada a cinco gigantes, a cinco maestros absolutos. La trompeta de Dizzy Gillespie, el saxo alto de Charlie Parker, el contrabajo de Charles Mingus, el piano de Bud Powell y la batería de Max Roach. No busquen una operación similar en cualquier otro estilo de música porque es muy improbable que den con ella. Discográficamente semejante combo empezó y acabó en una única grabación en directo en mayo de 1953 en un local de Toronto.

You must believe in spring, de Bill Evans

Qué difícil elegir entre tanto pianista genial. Lo merecen Thelenious Monk (tan raro como asombroso: Round about midnight), Herbie Hancock (Watermelon man), Horace Silver (Song for my father), Keith Jarret (The Köln Concert) o Art Tatum (a mano con Ben Webster en su álbum de 1956), entre otros muchos. Ahora bien, nadie tiene más hijos en el jazz de las últimas décadas que el gran Bill Evans. Puede que el disco obligatorio sea su directo en el Village Vanguard o el Waltz for Debby, pero esta obra póstuma si la hubiera podido escuchar Ravel, sería su álbum de jazz favorito.

Porgy & Bess, de Ella Fitzgerald and Louis Armstrong

Dos vocalistas superdotados juntos dejando claro el enorme partido que le ha sacado siempre el jazz al repertorio de los Gershwin, Porter, Rodgers & Hart, Berlin y compañía… Cuando Armstrong grabó este disco llevaba más de treinta años en el negocio y podía presumir –sin exagerar- de haber inventado el jazz con su trompeta tal y como hoy lo conocemos. La Fitzgerald no podía competir en dramatismo con Billie Holliday pero no tenía rival en términos de dinamismo, vitalidad y sentido del ritmo. Ambos tenían un instrumento único en las cuerdas vocales y los discos que grabaron a medias son clásicos que no envejecen por muchos años que pasen.

The art of the trio III, de Brad Mehldau

¿Es posible a estas alturas tener una voz propia en el trío de piano, contrabajo y batería? ¿Cabe de verdad decir algo nuevo en este formato? Mehldau lleva dos décadas demostrando que sí, que se puede bucear en el pasado y ser tan moderno como el que más poniendo de relieve que en el jazz continúa vigente el cancionero de Cole Porter pero también el más reciente de Radiohead. Mehldau ha escuchado tan atentamente a Chopin y Brahms como a Evans o Jarret. La música europea y la americana congenian a las mil maravillas en las manos de este prodigioso pianista dispuesto a reinventarse cada pocos discos.

Jazz Samba, de Charlie Byrd y Stan Getz

Estaba cantado que algún jazzman tenía que fijarse en la música brasileña e incorporar para siempre las tonadas de Antonio Carlos Jobim al canon del jazz. Ese honor le correspondió al saxo inconfundible de Stan Getz. Con la ayuda de Joao Gilberto aquel maridaje con la bossa nova fue un éxito planetario.