El influjo español, fácilmente demostrable en no pocas piezas de estas dos glorias universales del país vecino, cuesta más, al menos a priori, percibirlo en otros gigantes europeos de la música culta de los últimos tres siglos, en los Haydn, Mozart, Beethoven, Chopin, Mahler, Sibelius o Britten.

Porque afinidades españoles, haberlas las hay en los citados y en unos cuantos más. El musicólogo Andrés Ruiz Tarazona (Madrid, 1936) las ha identificado todas y reunido en el libro España en los grandes músicos (Siruela).

Similar esfuerzo ha llevado a cabo otro especialista, el estudioso de la ópera, Fernando Fraga pero centrándose en exclusiva en Gioachino Rossini, del que este año se conmemora el 150 aniversario de su muerte. Dos libros que con la excusa de rastrear y desvelar el parentesco hispano en la vida y obra de todos ellos acaban por ofrecer una manera diferente de acercarnos al trabajo compositivo de los genios eternos de la sinfonía, la música de cámara y la ópera.

Las conexiones pueden ser de lo más variado y van desde la abuela española de Beethoven a la esposa madrileña de Rossini, la soprano y compositora Isabella Colbran, pasando por los viajes a Madrid, Barcelona o Granada que hicieron algunos de ellos, el aprecio por los clásicos de nuestra literatura de otros tantos o el modo en que, sobre todo los franceses, quedaron prendados de ritmos y cadencias genuinamente hispanas.

Singular es el caso de Luigi Boccherini que vino al mundo en la Toscana pero se despidió de él en el Madrid de Carlos IV. No es sólo que viviera muchos años en España con sus seis hijos, es que supo integrar más que bien los elementos definitorios de la tradición española en la música instrumental.

Ya no cabe imaginar otra banda sonora para los madrileños de aquel tiempo que salían de noche a divertirse a las calles de la capital del reino que algunos pasajes de su Musica notturna delle strade di Madrid.

Otra estancia célebre, aunque fuera pasajera, fue la de Frederic Chopin, que vivió unos meses en Mallorca. No obstante, como apunta Ruiz Tarazona en su libro, lo más relevante de su relación con España seguramente sea la influencia que su piano tuvo en la obra de algunos de nuestros mejores compositores, caso de Federico Mompou, que escribió unas Variaciones sobre un tema de Chopin, o el de Enrique Granados, que compuso un mazurca a la que bautizó con el apellido del virtuoso polaco.

A veces el paso por nuestro país ha quedado plasmado en una placa. En el 7 de la calle Ferraz de Madrid puede leerse que allí residió Giacomo Puccini cuando dirigió en el Teatro Real su ópera Edgar. Al compositor de Madama Butterfly le gustó además mucho la zarzuela e hizo amistad con Ruperto Chapí.

Pero para fan de nuestro género chico, Camille Saint-Saëns, rendido admirador de La verbena de la Paloma de Tomás Bretón o La Revoltosa de Chapí. Puccini podía haber sido más español si hubieran salido a flote dos proyectos largamente deseados, una ópera inspirada en la La vida del Buscón de Quevedo y otra en una pieza de los hermanos Álvarez Quintero. Ahora bien, puestos a recrearnos -o más bien lamentarnos- sobre lo que pudo haber sido y no fue, ninguna como el libreto de La Celestina que Stefan Zweig quería escribir y poner sobre la mesa de trabajo de Richard Strauss.

Componer y estrenar en España

Schönberg compuso en Barcelona parte de su ópera Moses und Aron y Prokofiev estrenó su segundo Concierto para violín en el madrileño Teatro Monumental, pero es posible que la obra más grande de entre las escritas en suelo español por un extranjero sea el Stabat Mater de Rossini.

En su homenaje al creador de El Barbero de Sevilla, Fernando Fraga relata el proceso de encargo de esta pieza por parte de un canónigo gallego y la creación de esta joya de la música religiosa; cuenta en sus páginas que vino de París a Madrid en carroza privada y que fue recibido en la capital “con un entusiasmo acorde con la popularidad de su música, tanto por parte aristocrática como popular”.

https://www.youtube.com/watch?v=MU9cyUBNH5U

Rapsodia española

Volviendo al principio de estas líneas, la primera obra para orquesta firmada por Ravel fue su Rapsodia española, un poema lleno de sensualidad vivamente elogiado por Falla por la libertad con que el compositor francés sabe valerse de “sustancias rítmicas, melódicas y ornamentales de nuestras lírica popular”. Una maravilla que no necesitaba ese título para que los españoles la reconociéramos como propia.

Antes de que Manuel Vilas nos contara que Lou Reed era español, ya sospechábamos que había muchos otros compatriotas haciendo buena música por ahí. Así que si la música tiene fronteras, ésta son, desde luego, muy raras.

 

España en los grandes músicos
Andrés Ruiz Tarazona
Editorial Siruela
288 páginas
21,95 euros

 

Rossini y España
Fernando Fraga
Editorial Fórcola
176 páginas
15,50 euros