Ambas facetas, la más teórica y la más personal, definen este ámbito de su escritura y tuvieron siempre como denominador común su capacidad para transmitir entusiasmo sobre las obras, los compositores y los intérpretes que más le interesaban. En verdad cuesta leer sus múltiples textos sobre Albéniz o Falla y no abandonar la página para buscar y escuchar esta o aquella pieza de la que escribe con fervor.

Prosa musical. Historia y crítica musical es el primer volumen destinado a recoger la ingente y dispersa cantidad de artículos y ensayos que el poeta de la Generación del 27 publicó en periódicos y en las revistas especializadas más diversas de España e Hispanoamérica durante décadas. Casi 800 páginas en un libro bellamente editado, como todos los que pasan por las experimentadas manos de Alfonso Meléndez y Andrés Trapiello, por la Editorial Pre-Textos.

En su iluminador prólogo, el responsable de la selección, Ramón Sánchez Ochoa, ya advierte de que nos adentramos en la escritura de un poeta músico y músico poeta que “ha vivido y cantado la música como pocos escritores se han atrevido a hacerlo nunca” siendo la música desde el principio “el faro que orienta sus versos”.

Con prosa erudita pero ágil y casi siempre apasionada, Diego se pasea por el amplio territorio de la mejor y más conocida música clásica (de Scarlatti a Bach pasando por Mozart, Schubert, Beethoven, Brahms y Chopin) pero afortunadamente se sale con frecuencia del repertorio más trillado para hacer felices paradas en las composiciones de sus contemporáneos y mostrar hondo orgullo de cuanto se hizo en España entre finales del XIX y mediados del siglo pasado. Porque Prosa musical, por su finalidad exhaustiva, es inevitablemente desigual y en ocasiones repetitiva pero contiene dentro una maravillosa y personal historia de la mejor música clásica de nuestro país, la que escribieron los Albéniz, Granados, Falla, Mompou, Turina, Guridi o Rodrigo. A ellos y a algunos franceses –Debussy, Ravel, Fauré– dedica las mejores y más sentidas páginas del volumen.

Un viaje musical por las debilidades del autor del Manual de espumas debería tener la primera parada en Isaac Albéniz y en su obra más celebrada e interpretada: Iberia. Del genio catalán escribe Diego que es el padre musical del que proceden todos los demás, el que “inventa un estilo, inventa una atmósfera e inventa casi casi un instrumento porque el piano de Albéniz es algo fabuloso (…) todo exuberancia y explosión”. Ejemplo de ello es Albaicín, “obra de la más pura originalidad y de la más radiante perfección”, aquí en manos de una pequeña gran pianista ante cuyo talento sobre el teclado Diego se declara en el libro rendido admirador: Alicia de Larrocha.

Como por otra parte cualquiera que conozca la obra de Enric Granados, Gerardo Diego también se lamenta de que el genial compositor leridano se nos fuera sin cumplir 50 años y de forma tan trágica, en un naufragio, en el canal de la Mancha, provocado por un torpedo de un submarino alemán durante la primera guerra mundial. Un romántico tardío para Gerardo Diego que lo considera “el Schumann o el Fauré español o nuestro Grieg” y de quien ensalza su obra magna Goyescas, “a la vez popular y aristocrática”. Una maravilla en el chelo de Pau Casals, que para el poeta santanderino fue verdadero creador de un estilo e incluso de un instrumento, que en sus manos siempre suena distinto. Lo cual tiene más mérito si tenemos en cuenta que Diego siempre vio en Casals el ejemplo de virtuoso que “puso cuanto estuvo de su parte por respetar religiosamente la letra escrita, sin permitirse más licencias que las que le brotaban del corazón”.

A Manuel de Falla lo conoció personalmente y es probablemente el músico al que más páginas dedica, el mejor dibujado y del que más variaciones temáticas ensaya: Falla y la literatura, Falla y Andalucía, Falla y Castilla, Falla y Cervantes, Falla y los franceses, incluso Falla y su hermana, que “fue al músico lo que Zenobia a Juan Ramón”. Desde La vida breve a Atlántida, Diego parecer conocer todos los secretos, técnicos y personales, de la obra del compositor gaditano, si bien muestra predilección por El amor brujo, “su música más pura, elevada y perfecta”. La danza tiene una estupenda versión que no conoció Diego en el piano jazz de Chano Domínguez.

Otra versión maravillosa, delicada y al mismo tiempo llena de swing, y de la que no podemos saber tampoco si sería del gusto del poeta del 27, fue la que grabó con su trío de jazz el pianista norteamericano Kenny Drew Jr. de la Canción y Danza Nº 4 de Frederic Mompou. La de Mompou es una música “misteriosa, honda y espiritual” cuyo sonido fascina a Diego.


Contiene el libro una reseña histórica de un estreno histórico: aquel en el que se presentó por primera vez una nueva pieza del compositor Joaquín Rodrigo: el Concierto de Aranjuez con Regino Sainz de la Maza a la guitarra. Diego escribió al día siguiente en el diario Abc (12 de diciembre de 1940): “La caja de sorpresas que es nuestra guitarra española fue adivinada por el músico creador en toda su potencia expresiva, y los cálculos de color, de línea y de ‘jondas’ resonancias se demostraron en la pizarra de la orquesta con fulgurante exactitud”. Gerardo Diego falleció cuatro años antes de que Paco de Lucía pusiera su guitarra al servicio de la pieza. Joaquín Rodrigo sí vivió para oírla y no hay noticia de que se pillara un berrinche como sucediera con la versión para trompeta de Miles Davis de 1960.

Prosa musical es, de alguna manera, coherente con la obra poética de Gerardo Diego y, por tanto, imprescindible para los admiradores de su poesía pero es también un libro que contiene muchos y gozosos ensayos breves de innegable interés para los aficionados a la música culta y escritos por un clásico de nuestras letras.


Maquetaci—n 1Prosa musical. I Historia y crítica musical
Gerardo Diego
Editorial Pre-Textos
808 p
35 euros