No obstante, Coltrane, como Miles Davis, gusta mucho a rockeros con pedigrí y melómanos varios ajenos al jazz. Aun así, conviene advertirlo: quien quiera ingresar en la iglesia de Coltrane con ganas de ser un feligrés ejemplar quizá no debería hacerlo a través de su obra más conocida, A love supreme, sino por, sin ir más lejos, esa doble colección de baladas, inmarchitables maravillas editadas en Impulse.

No exageramos si decimos que su versión, con Hartman, del estándar My one and only love consigue algo tan difícil como hacernos dudar de si no es mejor que la clásica de 1954 que firmaron Ben Webster y Art Tatum. Los dos primeros minutos son la mejor demostración de que el poderoso saxo tenor de Coltrane podía ser no solo torrencial y espiritual, sino también profundamente delicado y exquisito.

Naima tiene la dulzura hipnótica de todas esas canciones clásicas pero al mismo tiempo es otra cosa. Fue compuesta por Coltrane hace justo cincuenta años. Fue el sexto de los siete temas de Giant Steps, obra mayor escrita por Coltrane cuando aún formaba parte del quinteto de Miles Davis. Pertenece a su primera etapa pero, como dice el historiador del jazz Ted Gioia, atesora cierto marchamo místico, el suficiente para que fuera una de las pocas piezas de su repertorio inicial que nunca dejó de interpretar en nuevas versiones en directo y en estudio. De hecho hace unos días descubrimos otra más: Naima abre el último disco perdido de Coltrane, Blue World, una sesión de apenas media hora que el genio preparó para la banda sonora de una película y que luego apenas fue utilizada.

A diferencia –escribió Gioia– de otros temas coltranianos, que parecen “ejercicios para poner a prueba la destreza y aptitud del instrumentista, Naima no hace alarde de su complejidad e impresiona más por su placidez y belleza que por las exigencias que plantea a los músicos”. Placidez y belleza que seducen a la primera. Hay de esto último un ejemplo maravilloso en el cine reciente. En la película Ida (2013), de Pawel Pawlikowski, se cuenta la historia de una novicia huérfana que antes de tomar los hábitos sale por primera vez al mundo exterior a conocer a su tía, único pariente vivo. Estamos en la Polonia de los años sesenta y en ella, Ida descubre, casi cada minuto y casi de manera continua, cosas horribles y bellas. Entre las hermosas se fija en un joven saxofonista que ameniza fiestas en hoteles y que está tocando en ese momento una melodía tranquila. Ella le pregunta por el tema y él le contesta que es Naima de Coltrane. “¿Te gusta?” pregunta ahora él. “Mucho”, responde ella. Lo dicho: jazz para disfrutar a la primera.