Paul R. Laird era un veinteañero en 1981 cuando pudo por fin conocer a su ídolo y comprobar que efectivamente irradiaba “la intensidad de un láser”. Este año, coincidiendo con el centenario de este icono de la música del siglo XX, del “gran patriarca de la música estadounidense” (Alex Ross, El ruido eterno), Laird ha resumido de forma encomiable una obra que solo en su faceta como director daría para más de un volumen, con más de cuatrocientas cincuenta grabaciones y versiones de referencia de Stravinski, Bartok, Copland o Ives. Aquí tratamos de llevar el resumen más lejos dibujando la silueta del genio en 10 adjetivos.

Precoz

Niño prodigio, precoz y pionero. No es solo que con 24 años un golpe de suerte le permitiera debutar como director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, aprovechar esa oportunidad y convertirse en una celebridad, es que además con 25 ya había entregado, con maestría indudable, su primera sinfonía (Jeremiah) y la partitura de su primer ballet (Fancy Free). Fue el primer director de orquesta nacido y formado en Estados Unidos que llegó a tener una carrera internacional. Fue también el más joven en estar al frente de la Filarmónica de Nueva York, que dirigió durante 11años; también fue el primero nacido en Estados Unidos en adueñarse de esa batuta.

Excesivo

Excesivo sí y arrogante, exuberante, osado, intenso, entusiasta… Todo en grado máximo. Y no a todo el mundo le gustaba ese estilo en el escenario pero contenerse hubiera sido renunciar a su manera de ser. En las giras era igual. Egocéntrico, disfrutaba encantado de su fama, de la adoración que le rendían en cualquier lugar del globo, de las suites de los hoteles de lujo… No lo podía evitar: le gustaba ser el perejil de todas las salsas. Tocar para el Papa Juan Pablo II, grabar a Wagner en Múnich, interpretar en Berlín la novena de Beethoven tras la caída del Muro, salir al encuentro de María Callas cuando la diva reclamó su presencia para dirigir Medea en la Scala de Milán. Nada escapaba a su interés… si había un foco cerca. No solo sabía navegar entre controversias, parecía buscarlas.

Agradecido

Agradecido y generoso. Agradecido para siempre con sus mentores y maestros iniciales en la composición y dirección. Generoso con los músicos jóvenes como antes habían sido con él cuando empezaba. Extrovertido y democrático con los integrantes de su orquesta, dispuesto siempre a dirigirse al público. El polo opuesto al otro gran director de su época, el imperial Herbert von Karajan.

Ecléctico

Se enamoró siendo un crío del Rhapsody in Blue de Gershwin y aún más de las Variaciones para piano de Aaron Copland. En ellas descubrió que la verdadera voz americana en la música clásica no llega hasta que compositores como los citados incorporan sin complejos elementos del blues y del jazz. Una manera de entender la música que Bernstein llevó más lejos que nadie. Se movía a gusto en la mezcla de estilos pero con estilo propio.

Judío

Hijo de ucranianos llegados a Estados Unidos, la primera vez que escuchó música en directo fue en la escuela hebrea. En los años de la Shoah dio forma a su primera sinfonía, dedicada a su padre, la mayor influencia judía de su vida. Igual que pronto se mostró firme defensor del sionismo con la creación de una patria para el pueblo judío en Israel, no dudó varias décadas después en expresar su repulsa por el auge de las posturas más conservadoras de aquel país y la persecución y amenaza creciente de los derechos de los palestinos.

Maestro

Quien quiera conocer la visión de la música que tenía Bernstein debe hacerse con sus vídeos educativos. Basta ver unos pocos minutos de cualquier de los episodios de la serie que grabó para la televisión con el título de Young People’s Concerts para darse cuenta de que era un superdotado para la divulgación hipnotizando por igual a los más duchos y a los poco o nada entendidos.

Fue muy consciente enseguida de que estas transmisiones contribuían a mejorar el conocimiento de la música en general y, claro está, de él en particular como pianista, compositor y director. Como celebridad. Cuenta Laird en su libro que el padre de Bernstein quería que su hijo fuera rabino y que de alguna manera cumplió ese deseo porque rabino significa maestro. “Su tema favorito, en vez de la explicación de las escrituras hebreas, era la música en todas sus formas, y su aula cualquier lugar donde estuviese”.

Seductor

Elegante y glamuroso, con esa clase que no se aprende ni se compra, con esa distinción que se trae de fábrica. En los videos de los sesenta luce ya canoso pero con una prestancia que bien podría haber sido un modelo a imitar para el Don Drapper de Mad Men que fuma, bebe y convence cada vez que abre la boca.

Sexual

Parecen coincidir todos sus biógrafos: el sexo fue una de las principales motivaciones de su vida, que fue incluso el rasgo más definitorio de su naturaleza. Disimuló su homosexualidad con un matrimonio que le permitió mantener las apariencias y poder aprovechar oportunidades laborales que de otra manera -años cincuenta- no habrían sido posibles. Y sin embargo a nadie quiso como a su esposa y madre de sus tres hijos, la actriz Felicia Montealegre, con quien se casó en 1951. Ella aceptó que él tuviera sus encuentros sexuales con hombres siempre y cuando no tuviera que enterarse. Están enterrados juntos.

Político

Ejemplo de varón progresista siempre preocupado por los derechos humanos, no se vio obligado a delatar comunistas pero casi. Le gustaba aprovechar su fama para apoyar todo tipo de causas sociales, el desarme nuclear, la investigación del SIDA, el racismo, Save the Children, Amnistía Internacional…

Teatral

Tenía un don para la música vocal. Se fue a la tumba consciente de que sería para siempre y antes que nada el compositor de West Side Story. No se conoce generación que no haya caído rendida a la belleza, emoción y profundidad de esa partitura, del musical y de la película que inspiró. ¿De verdad le perjudicó ese hito de la cultura o en realidad es una envidiable puerta de entrada a su universo compositivo que tiene otras muchas piezas maravillosas (Serenade, Chichester Psalms, Mass)? Antes de poner música a la historia imposible de Tony y María, ya había disfrutado del éxito en los teatros de Times Square con On the Town y Wonderful Town.


Vida y obra de Leonard Bernstein

Paul R. Laird

Traductor José Adrián Vitier

Editorial Turner

200 páginas

20,90 euros