Rosa García Pérez, doctora en Psicología y Musicoterapia, considera que esta especialidad «sirve para cualquier persona que esté dispuesta a recibirla, pero es especialmente importante en aquellas que tienen problemas de comunicación» porque su base, su eje, es la comunicación no verbal.

«La musicoterapia verdaderamente nace con el mundo, con la necesidad de que la persona busque por propio interés o a través de un experto o de alguien que le quiera ayudar, una manera de sentirse bien. Sin embargo, no es estructurada y conocida como tal hasta los años 50 en que comienza a utilizarse en los hospitales de veteranos de la II Guerra Mundial», cuenta Pilar Largo, doctora en Ciencias de la Educación y Musicoterapia.

¿Un chamán?

Miguel Peira define al musicoterapeuta como un chamán: «Tiene la influencia de la sociedad y de las músicas que conviven en ella, pero también tiene la habilidad de responder a la demanda de cada una de las personas». Para Diego Salamanca, también musicoterapeuta, «debe tener una formación específica universitaria en la materia, conocimientos y aptitudes musicales tanto en la interpretación como en la improvisación y pasar por un período de terapia personal y de autoconocimiento».

«Creo que no hace falta que sea un gran músico pero sí un músico con formación, capaz de ponerse en el papel del paciente y hacer frente a sus necesidades. Creo que lo más importante es la empatía», apunta por su parte Denise Garat, musicoterapeuta con enfermos de Parkinson.

Modelos

Existen diversos modelos de musicoterapia: el Nordoff-Robins, el modelo Benenzon basado en la identidad sonora, la musicoterapia conductista o la humanista. Peria, por ejemplo, no se decanta por ninguno de ellos «porque lo importante es ser capaz de utilizar la metodología que ellos proponen en función de las personas» y «cuantos más métodos conozcas más fácil te será tener esa herramienta para dar respuesta a sus necesidades», afirma.

Para Mariano Betés, catedrático de Medicina y Musicoterapia, cada modelo tiene una utilidad específica en ciertos tipos de trastornos y la elección del modelo está en función de las necesidades del paciente.

Existe, además, un método, llamado GIM, que consiste en que, a través de la música, el paciente evoca imágenes simbólicas que representan parte de su vida y de su entorno. Surgió en EE.UU. alrededor de una idea: los efectos que producía el LSD en las personas.

«El LSD es una droga que produce unos cambios de percepción de la realidad y estados modificados de conciencia. Empezaron a trabajar con él y después una violinista americana pensó, junto con un equipo de psiquiatras y de psicólogos, que utilizando ciertas músicas podríamos crear efectos similares a los que produce el LSD», relata Betés en el documental.

Más protagonistas

Música Maestros, además de contar las historias de José Luis, Manuel, Sergio y Martín, narra la de Isabel, una anciana con Alzheimer que trata de recuperar la memoria al cantar y bailar canciones tradicionales; la de Cristina, una adolescente con retraso madurativo a la que la música le está ayudando a comunicar sus sentimientos y a mejorar su lenguaje; o la de Manuel, un enfermo terminal ingresado en un centro de cuidados paliativos que pasa sus últimos días acompañado por la música.

El equipo del documental consiguió la cesión de varios instrumentos para la realización de la película que después fueron donados a varias fundaciones que colaboraron en su realización.

Música Maestros es la primera producción de Festimania Pictures, compañía creada en 2011 y cuyos ejes de acción, además de la producción, son las ventas internacionales de programas y el desarrollo de propuestas transmedia.