– ¿Cómo empieza su relación con Bob Dylan?
Bueno, como yo soy ya muy mayor, mi relación con Dylan data de hace más de cincuenta años, cuando escuché por primera vez, en una fiesta que habían montado mis hermanos en casa, una cosa rarísima que no se parecía a nada que yo hubiera oído antes. Entonces me acerqué al tocadiscos y vi que había un single en cuya portada ponía Like a Rolling Stone, un disco de un tal Bob Dylan. Me pareció algo alucinante. Yo tendría once o doce años y la verdad es que no sé si me gustó o no, pero sí sé que me impactó muchísimo. Luego, unos años después, fue cuando empecé a meterme de lleno en sus discos.
– Cuando escuchó ese single, ¿ya escuchaba música habitualmente?
Sí, sí. Tuve la suerte de ir a un colegio británico de pequeño y allí había un ambiente muy cercano a la música: los Beatles, los Stones, Manfred Mann, The Who, The Kinks… todos esos grupos. También escuchábamos música francesa, como Françoise Hardy… y en casa mis hermanos ponían música con frecuencia. Pero para mí, Like a Rolling Stone fue algo totalmente nuevo. Pensaba: «¿Y este tío que da esos aullidos, quién es?».
– ¿Cuándo fue, entonces, cuando se enganchó verdaderamente a Dylan?
Unos años más tarde. Empecé a escucharlo mucho en COU, donde tenía un compañero al que también le gustaba. Nos pasábamos el día oyendo The Freewheelin’ Bob Dylan, The Times They Are a-Changin’… Me enganché muchísimo, pero de una forma muy natural. Me encantaba escuchar aquellos discos.
– A partir de entonces, ¿cómo ha seguido la carrera de Dylan? ¿Qué suponía la edición de cada nuevo disco?
He disfrutado mucho de Dylan siempre, salvo una época, la época cristiana, que me decepcionó por varias razones. Primero, ideológicamente, por las cosas que decía y todo eso; y luego por la propia música, más cercana al gospel y al soul, que no me gustaba demasiado. Además, leía cómo eran sus actuaciones, en las que daba una especie de sermones a la gente… Esas cosas no me gustaban nada, así que me separé un poco de él durante ese periodo. Solo redescubrí esos discos mucho más tarde, ya de mayor. No son mis favoritos, pero, desde luego, tienen cosas muy buenas. Salvo esa fase y algún disco de los ochenta, en la que también estaba un poco perdido, el resto ha sido muy intenso. Recuerdo esperar con verdadera ansia cada nuevo álbum para ir a la tienda a comprarlo.
– ¿Cree que, para ser un buen conocedor de Dylan, es necesario ser previamente fan?
Creo que, para ser un buen conocedor de cualquier cosa, te tiene que gustar mucho esa cosa, sea Dylan, los toros, el fútbol o la cocina.
– ¿Cómo y por qué surge la idea de hacer este libro?
Aunque no me he dedicado a ello profesionalmente, siempre me gustó escribir. Empecé a hacerlo también con once o doce años. Preparaba unos cuadernos en los que, basándome en un montón de revistas que compraba, redactaba mis propios artículos, recortaba fotos y las pegaba, haciendo mis propios diseños… Yo era el último de una familia de seis hermanos y, además, estaba un poco descolgado, así que era casi como un hijo único. Me buscaba la vida para divertirme, y escribir y la música eran cosas que me apasionaban.
Sin embargo, luego estudié e hice mi carrera profesional y es cuando me jubilo —momento que, además, coincide con la pandemia— cuando me planteo empezar a hacer lo que de verdad me gusta. Y pensé que no había mejor forma de pasar aquel tiempo tan raro que escuchando a Dylan, leyendo a Dylan y sobre Dylan, y escribiendo acerca de él. Eso hice.
– Sobre Dylan hay muchísimas cosas escritas. ¿Cómo encuentra algo que escribir que aporte algo diferente?
Claro, esa es la pregunta que yo mismo me hacía. No solo es preguntarse si hace falta que yo escriba un nuevo libro sobre Dylan, sino si hace falta que alguien escriba un libro más sobre él, con todo lo que hay publicado. Porque, efectivamente, hay millares de títulos de todo tipo y en todos los idiomas. Pero, dándole vueltas, llegué a la conclusión de que podría intentar hacer algo de forma distinta y para el público español. Ahí es donde entra la parte de fijarme mucho en las letras y, aparte de dar información —que creo que es importante—, contar mi propia experiencia como oyente de Dylan, para que otros puedan adentrarse por ese camino.
– ¿Cuáles eran sus expectativas antes de escribirlo y hasta qué punto se han satisfecho?
Soy una persona muy perfeccionista y revisé el libro de arriba abajo un montón de veces. La verdad es que, si lo volviera a leer, seguiría cambiando cosas hasta el infinito. Con todo, he quedado bastante satisfecho con el resultado. Cuando lo tuve terminado, lo leí y me gustaba: me resultaba entretenido e interesante.
– El libro tiene una estructura muy singular, con siete grupos de siete canciones seleccionadas por la temática de sus letras. ¿Por qué tomó esa decisión?
En primer lugar, no quería hacer un listado de mis cincuenta canciones favoritas por varias razones; entre otras, porque es una tarea casi imposible: cada día cambiaría esa lista. Por otra parte, también quería comentar la mayor parte de los discos, algo que he logrado, porque solo faltan dos, que considero de los más flojos. La estructura que pensé me ha permitido abordar prácticamente todos sus álbumes sin ir hablándolos uno por uno. Me costó bastante dar con el planteamiento definitivo: le dediqué mucho tiempo y fui cambiando muchas cosas hasta conseguirlo. Fue costoso, pero también divertido.
– ¿A quién va dirigido el libro?
Nace con la intención de acercar a Dylan a los no creyentes, por así decirlo. Hay mucha gente a la que le gusta, sobre todo sus canciones más conocidas, pero que no ha ido más allá por una cuestión puramente idiomática. Lo que he intentado es acercar la figura y la obra de Dylan a esa gente que quizá lo conoce, pero de un modo más superficial.
– Menciona a menudo la importancia de las letras y traduce (e interpreta) muchas de ellas. ¿Cuánto peso cree que tienen las letras en la obra de Dylan?
Para mí, el valor de sus canciones se reparte al cincuenta por ciento entre la música y las letras. Sus melodías son fantásticas, muchas de ellas inigualables, pero si no estuvieran acompañadas de su poesía, de sus versos, se quedarían en buenas canciones y punto. Creo que ambas cosas tienen la misma relevancia. Me considero amante del Dylan poeta y del Dylan compositor de canciones.
– ¿Qué le pareció, entonces, la polémica suscitada por la concesión del Nobel?
En su momento me puse muy contento, porque era algo que se esperaba desde hacía tiempo: había muchos catedráticos, universidades, etcétera, que lo reclamaban. La polémica me parece totalmente absurda, porque entiendo que, en todo caso, la controversia vendría por todos los escritores que no han recibido el Nobel. Hay muchos autores cuya ausencia en esa lista no se comprende: Pessoa, Galdós, Italo Calvino, Patricia Highsmith, Henry James, Borges, Cortázar, Gorky, Nabokov, Kafka… Es larguísima. Ese sí es un verdadero debate.
Quizá haya gente que plantee que las canciones no son literatura, que sería otro tema, pero yo creo que sí lo son. En mi opinión, fue una crítica bastante corporativa por parte de algunos novelistas, pero, realmente, no tenía mucho sentido.
Caló más o menos entre el gran público, porque se planteaba cómo podía ser que un cantante recibiera el Nobel de Literatura, pero a esa gente quizá habría que preguntarle primero si ha leído las letras de Dylan.
Para zanjar la cuestión, está la famosa sentencia de Leonard Cohen, que dijo que darle el Nobel a Dylan era como ponerle una medalla al Everest por ser el pico más alto del mundo.
– ¿Cómo valora la evolución de sus letras a lo largo de su carrera?
Como su música, las letras de Dylan van cambiando mucho con el tiempo. Al principio, cuando se le consideraba un cantante protesta, la voz de su generación y todo eso, eran muy obvias, casi panfletarias, tenían que ser muy claras para que todo el mundo las entendiera. Cuando Dylan empieza a crecer, empieza a reinventarse, en buena medida gracias a su novia, Suze Rotolo, que lo acerca a los simbolistas franceses, a Poe… Él comienza a leer y a empaparse de toda esa literatura y también cambia el ropaje musical, acercándose al rock and roll. Además, empieza a expresarse de otro modo y a tratar temas que le interesan de forma más personal: eso se ve en Another Side of Bob Dylan, pero sobre todo en Bring It All Back Home, Highway 61 Revisited, Blonde on Blonde… Además, en ese momento tomaba bastantes drogas, lo que sin duda contribuyó a ese proceso de introspección que lo llevó a escribir cosas completamente distintas, algunas ciertamente descabelladas pero maravillosas, muy visionarias, que no tenían nada que ver con la fase anterior.
En cualquier caso, Dylan siempre habla de la condición humana, de sus miserias y grandezas, y, de una forma u otra, lo hace muy bien. Eso es lo que provoca que siga siendo tan grande después de tantos años.
– ¿Considera que incluso en sus últimos discos mantiene esa lucidez y ese genio?
Digamos que ya no es tan rompedor, pero sí mantiene una tremenda facilidad para escribir y para nutrirse de todo. Dylan se quedó con aquella idea de los orígenes del folk, según la cual era legítimo aprovechar lo que han hecho otros, reciclarlo o reinventarlo, y él eso lo ha practicado siempre. Muchas veces se le ha acusado de copiar o de inspirarse en ciertas cosas, pero eso sucede constantemente en la música. Lo que él hace es conseguir que suene diferente y enormemente personal, lo cual es fascinante. Creo que todavía es perfectamente capaz de escribir de forma brillante.
– ¿Es capaz de mencionar su disco favorito de Dylan?
Depende de cuándo me lo pregunten, pero tengo dos: Blonde on Blonde y Blood on the Tracks. Luego podría mencionar muchos otros, claro, pero esos dos son mis favoritos.
– ¿Cuál es la característica que más valora de Bob Dylan?
Lo más significativo es cómo se ha reinventado constantemente y, además, cada vez que estaba en la cima. Cuando lo era en el folk, se pasó al rock and roll; cuando era el amo del rock y había cambiado la historia de la música, se pasó a la música religiosa; luego al country & western, que es la corriente más conservadora y reaccionaria del mundo, y aun así hace otro discazo tremendo. Cuando se le reconoce todo eso, llega su etapa intimista, con su separación; después, el gospel… pero siempre crea discos maravillosos, siempre cambiando y haciendo las cosas a su manera, sin importarle lo que diga el público, la crítica o quien sea.
– En el libro, fuera de esas siete categorías o grupos de canciones, menciona Like a Rolling Stone, que quizá constituye una categoría en sí misma. ¿Qué cree que tiene esa canción que la hace única?
La verdad es que no sabría decirlo muy bien. Creo que es una canción tan redonda, tan intensa, que llega tan adentro —tanto la letra como la música— que resulta absolutamente rompedora, sobre todo en el año 65, cuando se publica. Luego está toda la historia alrededor de ella: cómo aparece Al Kooper, que es guitarrista, pero, como estaba Mike Bloomfield, se pone al teclado y casi de casualidad se inventa ese arreglo fantástico del comienzo, que entusiasma a Dylan… Todo eso generó una mística en torno a la canción que contribuyó a su leyenda.
Velada perdida
Este jueves, 20 de marzo, Balas Perdidas, el boletín para gourmets del rock and roll de hoyesarte.com, celebra su primera Velada Perdida, dedicada a la figura de Dylan a propósito de la publicación del libro de Conde y el estreno de la película A Complete Unknown, de James Mangold, que rastrea los primeros años de actividad del músico.
El encuentro se celebrará en el Wild Thing, uno de los bares con más solera del circuito «musiquero» madrileño, y contará con, además de Conde, Gonzalo Sánchez Terán, escritor y gran conocedor de la obra de Dylan.
Para cerrar la velada contaremos con una actuación acústica de la banda Barrelhouse, que recreará algunas de las más destacadas canciones del músico de Minnesota.