La literatura está de enhorabuena. Y lo está porque se reconoce con el más alto galardón de la literatura universal a una escritora de enorme categoría. La balanza sigue muy desequilibrada si se constata que frente al centenar largo de escritores galardonados, sólo han tenido ese honor diecisiete mujeres en la historia… Pero la realidad es la que es y el nombre de Annie Arnaux venía siendo citado entre los favoritos a lograrlo desde hace ya años. Por fin llegó. La Academia Sueca ha dado en el blanco, una diana que en otras ocasiones parecía fuera de su foco.

Según el jurado su decisión entronca con “la búsqueda directa, desnuda y honesta de la verdad”, que es marca de la casa en cada una de las obras de quien escribe sobre su propia experiencia alejándose con valentía de pudores y, siguiendo sus propias palabras, “de todo aquello que confunde al lector, me confunde a mí misma y puede confundir a la verdad que intento narrar”.

Como se ha apuntado y han insistido quienes la han premiado: “La suya es una literatura  directa, desnuda y, en la medida de lo posible, totalmente honesta de lo que se puede llamar una verdad a la hora de escribir”. Una escritura no pocas veces cruda, que interpela con inteligencia y, al hacerlo, deja sobre la conciencia del lector cuestiones para la reflexión, dudas e interrogantes.

Los esenciales

Rousseau y Proust son, según propia confesión, faros que la adentraron en el mundo de una narrativa que comenzó a tener eco en 1983 con El lugar, su cuarta novela. Cinco años más tarde publicaría Una mujer, desgarrado homenaje tras la pérdida de su madre víctima de la enfermedad de Alzheimer.

En 1992, Pura pasión habla sin falso pudor del deseo femenino en una mujer madura y culta que espera la llamada de su amante, un hombre casado, diplomático de un país del Este. En el año 2000, en El acontecimiento, sin duda una de sus obras esenciales, relataba con crudeza la situación vivida por el aborto clandestino que ella misma vivió en los años sesenta cuando todavía cursaba estudios de Filología. La confesión pública de su firme decisión escandalizó a una parte de la sociedad. En 2008 ve la luz Los años, obra que en cierto modo conjuga toda su literatura al referirse a las vivencias que han marcado su vida. Al contar la historia de su vida pasa revista a la historia contemporánea de su país.  

Nacida hace 82 años en una familia humilde que regentaba un pequeño bar en Normandía, con el tiempo y el reconocimiento económico asociado a su creatividad, se ha autodefinido como una tránsfuga social, algo que no duda en confesar en sus textos. El paso de la estrechez a una situación mucho más holgada; la compleja relación con su padre, el afecto incondicional hacia su madre o los avatares amorosos son cuestiones sobre los que se asienta una narrativa que la ha hecho merecedora, entre otros, de los premios Renaudot, el de la Lengua Francesa, el Streg o el de la Academia de Berlín. En España, en donde ha sido traducida una docena de sus cerca de treinta obras, fue reconocida en 2019 con el Formentor de las Letras.

“Es un gran honor y una responsabilidad. Algo inmenso teniendo en cuenta mis orígenes”, señaló sorprendida hace sólo unas horas cuando se supo ganadora del Nobel.

Lo dicho: los lectores estamos de enhorabuena.