Con el galardón, el jurado ha querido premiar la importancia y la coherencia de la trayectoria profesional de Soledad Sevilla. A lo largo de más de cuarenta años, la artista ha compaginado la pintura sobre soporte plano con la instalación tridimensional, partiendo de la pintura de raigambre geométrica hacia la búsqueda de una experiencia sensorial y orgánica; así como de la investigación conceptual y espacial a una emocional y poética.

La artista ha mantenido constantemente sus preocupaciones artísticas: el espacio, la luz, el color y el tiempo, consiguiendo que los dilemas de percepción se conviertan en experiencias emocionales.

La Fundación Arte y Mecenazgo instituyó estos galardones en 2011 como muestra de apoyo al arte español. Los premios no sólo reconocen el trabajo de los artistas, sino también el de galeristas y coleccionistas, figuras fundamentales para el desarrollo de la creación artística.

Sevilla se suma de esta forma a una nómina de creadores en la que ya figuran Isidoro Valcárcel Medina, Elena Asins y Eva Lootz, ganadores de las tres primeras ediciones de los premios en esta categoría.

Abstracción racional

Para el jurado, Soledad Sevilla es autora de una obra consolidada y de gran calidad que transita una de las vías excepcionales del arte español: la abstracción «racional», donde forma y color han sido conjugados desde el ámbito de la pintura en los años 70 hasta instalaciones y obras de gran envergadura.

Su valor es el cultivo de una obra arriesgada. En ella hay una permanente investigación del que resulta un lenguaje muy personal que ya en sus inicios era reconocible. El jurado también ha destacado que «en su trayectoria se ha mantenido siempre coherente, independiente y generosa, renunciando quizás a una proyección mediática». Su obra forma parte de las colecciones más representativas, ha desarrollado proyectos en numerosos museos y ha estado presente regularmente en galerías de todo el país.

Desde sus orígenes, el trabajo artístico de Sevilla se ha desarrollado principalmente en base a dos medios de expresión: la pintura y la instalación. Una revisión general de su amplia y variada trayectoria revela que el diálogo complementario entre estas dos prácticas ha sido, además de constante, decisivo para la evolución de su investigación artística.

Primeros experimentos

Los primeros indicios de una colaboración dialéctica entre diferentes formas de expresión pueden hallarse en sus primeros experimentos creativos, cuando en 1980 decidió desplegar extensos rollos de papel sobre los que había dibujado meticulosas tramas geométricas a través del campus universitario del MIT, transformado el soporte bidimensional en un objeto como material de una instalación y prologando el gesto del dibujo hacia una acción efímera.

La relación complementaria entre su producción pictórica y sus instalaciones resulta evidente entre las cualidades estéticas de una serie de pinturas como Alhambra (1984-1986), en la que la artista traduce la experiencia trascendental de las formas, la luz y las aguas que fluyen a través de este patrimonio arquitectónico en una serie de sugestivas tramas geométricas, y las características de una instalación como Fons et origo (1987), donde el reflejo resplandeciente de unas líneas de hilo tensionadas verticalmente sobre una superficie de agua se desfigura al ritmo de una gota cayendo mientras suena el fluir continuo de las fuentes de La Alhambra.

Analogías emergentes

Menos explícitas e igualmente estrechas resultan las analogías que emergen entre series de pinturas como Meninas (1981-1993), un homenaje geométrico a las dimensiones espaciales del cuadro de Velázquez, y la experimentación directa con la materialidad de la luz que se da en una instalación como Toda la torre (1990), donde los efectos lumínicos producidos por las tramas de hilos que en este caso se extienden en el interior de la Torre de los Guzmanes en La Algaba remiten a las ráfagas de luz que se introducen y dan forma a la famosa escena del pintor sevillano.

Sevilla no reprime la naturaleza de su ímpetu creativo ni modera excesivamente su materialización. Esta condición abre la posibilidad de que ciertos elementos subconscientes, tal vez los más íntimos, se reiteren en algunas de sus creaciones. En la instalación Leche y sangre (1986), las paredes de una galería fueron recubiertas con más de treinta mil claveles rojos. No habiendo anticipado toda la elocuencia de este sencillo gesto, eventualmente las flores se marchitaron hasta precipitarse al suelo, dejando aparecer el blanco envolvente que en vano aparentaban ocultar.

Treinta años después, la metáfora existencial que evocaba este proceso se manifestó nuevamente cuando el mismo efecto visual reapareció dentro de una serie de pinturas de gran formato denominada Insomnios (2000-2003). En algunas de ellas, el mismo vacío de fondo insistía en vulnerar las capas de pintura y emerger a la superficie, como en aquellos ambiguos momentos de desvelo que nos permiten ver a través de las cosas y vaciarlas de significado.

Exploración continua

Soledad Sevilla ha perseverado en su exploración continua de las relaciones entre luz, materia y espacio, llevando a cabo un cuestionamiento sobre lo elemental que se extiende naturalmente a interrogantes más profundos sobre la naturaleza de la vida y la condición de nuestra existencia; una reflexión que por el momento culmina en la sutil e imponente instalación Escrito en los cuerpos celestes (2012). Siendo invitada a intervenir el Palacio de Cristal del Parque del Retiro y tras treinta años de un proceso de maduración espiritual y artística, Sevilla introdujo en el Palacio una estructura que sume al espectador literalmente en la incertidumbre, reafirmando lo irresoluble en el misterio de la vida.

No sorprende que en medio de una multiplicidad tan extraordinaria de recursos formales la artista consiga conservar intacta la inmediatez poética que caracteriza y penetra cada una de sus piezas. En su obra lo poético es el elemento fundamental, tanto para la creación como para la apreciación de esta misma. En este sentido, su obra destaca particularmente por su capacidad de tomarle el pulso a la condición humana contemporánea, acertando en influir en ella con una dosis precisa de lucidez y poesía.