Casi diez años después de ganar el León de Oro en Venecia con El regreso (2003), regresa tan reflexivo como entonces el ruso Andrei Zviaguintsev para contarnos una historia llena de matices.

Elena (Nadezhda Markina borda un papel plagado de recovecos) vive entre los lujos que le proporciona un marido adinerado. Su situación contrasta con las penurias en las que malvive su hijo Sergey, parado con dos hijos, que va tirando con la ayuda de su madre. El padre enferma y, olvidándose de su hijo, nombra como heredera única a otra hija. Elena reacciona y en su reacción se vuelve a demostrar hasta dónde puede llegar una madre.

Planos largos y silencios

Ese es el planteamiento casi primario, -es obvio que lo de la madre defendiendo a su prole es tema muy trillado-, de una película de planos largos y silencios; instintos y frustraciones, contenidas miradas filmadas desde una cámara que en la mano de un director que pregunta más que contesta, reflexiona y nos hace reflexionar sobre algunas de las ideas más establecidas e inamovibles en eso que conocemos como el pensamiento popular.

Apoyándose en la música visual de Philip Glass, acaso repetitivo pero siempre acertado, Zviaguintsev plantea una cosa y su contraria: la riqueza frente a la pobreza, la acción frente a la pasividad, el compromiso frente a la indiferencia…

Acaso de forma premeditada, sitúa al espectador en el centro de conceptos antagónicos, en el medio y medio del dilema. Como si quisiera agitarlo y exigirle que se cuestione lo que acaba de ver. A través de Elena lo consigue; ¡vaya si lo consigue!.

Elena
Dirección: Andrei Zviaguintsev
Intérpretes: Nadezhda Mardina, Anfrey Smirnov, Elena Lydadova y Aleksey Rozin.
Rusia / 2011 / 109 minutos