Una capa de barniz negro, que deslucía los matices aplicados al bronce por el artista, y algunas partes con aspecto borroso y cromáticamente alterado eran los daños que el polvo, la contaminación y los materiales usados para proteger la estatua produjeron sobre la estatua del Rey Planeta, concluida por el escultor Girolamo Lucenti en 1666 (un año después de la muerte del monarca) sobre los diseños del propio Bernini.

Intervenciones quirúrgicas

Las labores de limpieza y las intervenciones "quirúrgicas" llevadas a cabo por el equipo de restauración, dirigido por el director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, y por el responsable del Departamento de Arte Medieval y Moderno de dicha institución, Arnold Nesselrath, han devuelto en un 75% el aspecto de la pátina original aplicada por Lucenti y la posibilidad de apreciar los numerosos volúmenes tallados en relieve y cambios de plano que, según los responsables de los trabajos, “hacen vibrar la superficie en sofisticados pasajes lumínicos”.

La escultura de Felipe IV, encargada en 1659 por Giulio Rospigliosi, nuncio del Vaticano en Madrid y futuro papa Clemente IX, es una muestra de la especial vinculación de la Corona española con esta basílica, única de las cuatro mayores de Roma que conserva su estructura original. 

Una relación muy estrecha

La relación de España con el templo arranca con el emperador Carlos V y, posteriormente, tanto su nieto Felipe III como su bisnieto Felipe IV contribuyeron con numerosas donaciones a acrecentar el esplendor de la Basílica, por lo que se convirtieron en sus benefactores.

En virtud de la Bula "Hispaniarum Fidelitas" se instauró que cada año España entregase el óbolo a la basílica y se celebrasen solemnes celebraciones eucarísticas en la misma con motivo de la festividad de San Fernando y en otras ocasiones. Gracias a estas numerosas aportaciones, Felipe IV fue honrado con la estatua ahora restaurada y con un majestuoso y enorme catafalco; la basílica acoge también los sepulcros de dos cardenales españoles.