Hijo de inmigrantes italianos llevaba cincuenta años viviendo en España, donde se había nacionalizado, desde que en 1975 tuvo que abandonar su país de nacimiento ante las amenazas del grupo de ultraderecha, Triple A, que le hizo llegar un escueto mensaje: “Si en cuarenta y ocho horas no abandona Buenos Aires, será ejecutado en el lugar en el que se encuentre”. Con más de mil asesinatos en el “haber” de la banda terrorista sus ultimátum se cumplían y aprovechando que se encontraba en San Sebastián para presentar La tregua, película de Sergio Román sobre la novela de Mario Benedetti, el actor se quedó, ya para siempre, en nuestro país.
Huérfano cuando apenas contaba doce años, Héctor Benjamín Alterio Onorato estudió arte dramático y debutó en los escenarios protagonizando la obra de Alejandro Casona Prohibido suicidarse en primavera. En 1950 crea la compañía Nuevo Teatro, que se mantuvo en pie hasta 1968 renovando la escena argentina de aquellos años. Compaginando su labor teatral con la cinematográfica, en 1965 debutó ante las cámaras en Todo sol es amargo iniciando una carrera que le ha encumbrado como uno de los intérpretes hispanohablantes de referencia.
El listado de sus películas, ya como actor principal o secundario, es apabullante. Antes de recalar en España intervino en algunas de las cumbres de la cinematografía argentina de aquellos años, como La fidelidad; Argentino hasta la muerte; La venganza de Beto Sánchez; Los siete locos o La Patagonia rebelde, que dirigida por Héctor Olivera en 1974 ganó el Oso de Plata en Berlín.
Tras su exilio no se olvidó de su país de origen participando como protagonista en cuatro de las cinco películas argentinas que optaron al Oscar en la categoría de habla no inglesa, un premio que lograría en 1985 La historia oficial.
Y, por supuesto, deja una profunda huella en numerosas producciones españolas como Cría cuervos, Pascual Duarte, A un dios desconocido, con la que logró el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián, El crimen de Cuenca, Las truchas, El nido, nominada al Óscar y premio al mejor actor de la Asociación de Cronistas de Nueva York, El detective y la muerte, La escopeta nacional o Don Juan en los infiernos.
En 2004 recibió el Goya de Honor y en 2008 el Cóndor de Plata por el conjunto de su trayectoria profesional.
Padre de los también intérpretes Ernesto y Malena Alterio, Héctor ha continuado actuando hasta bien entrados sus noventa, protagonizando sobre los escenarios Una pequeña historia, en la que lo autobiográfico juega su papel y A Buenos Aires, un recital de poesía a través del que hace un recorrido por su infancia.
Adiós a una leyenda que hace poco recordaba que cuando era un chaval se dedicaba a entretener y hacer reír a sus amigos: “Imitaba, interpretaba, cantaba… Me llamaban el Flaco, y me pedían que actuase. ‘Eh, flaco, haznos hoy de mendigo’. Y yo me tapaba un ojo, hacía que cojeaba, me tumbaba a pedir limosna y estiraba la mano para ver si caían monedas. Y caían. Comprendí que sabía hacer cosas que los demás no sabían hacer. Tenía ese poder y eso me hacía sentir muy bien. Las carcajadas de mis amigos eran un regalo que me llenaba de orgullo”.
“La vida pasa muy rápido. Demasiado rápido. Se va con un soplo”, dijo en una de sus últimas entrevistas. “Sé que tengo poco tiempo para seguir trabajando y viviendo, así que prefiero no pensar demasiado ni en el pasado ni en el futuro. Vivo mi día a día tranquilo. Me entrego tranquilamente a lo que me resta, como si fuera un tango”.
Hoy, ese tango y su verdad, -“Actuar ha sido para mí una búsqueda incesante de la verdad”-, bailan para siempre en el silencio. Chao Flaco.
















