La infancia de Teillier transcurrió en el sur de Chile, en la Araucanía, y con dieciocho años se trasladó a la capital para estudiar historia y geografía. Una vez terminada la universidad, ejerció la docencia en el Liceo de Lautaro. Fundó en 1963, junto a Jorge Vélez, la revista de poesía Orfeo, que sobrevivió hasta 1965. Es reconocida su labor como traductor, entre otros del ruso Serguéi Yesenin.

Su producción literaria se inició en 1956 con la publicación, cuando sólo contaba 21 años, de Para ángeles y gorriones. A este primer poemario, muy bien recibido por la crítica, siguieron El cielo cae con las hojas, El árbol de la memoria, Poemas del País de Nunca Jamás, Los trenes de la noche, Poemas secretos, Muertes y maravillas, Para un pueblo fantasma, La Isla del Tesoro, Cartas para reinas de otras primaveras y El molino y la higuera.

En 1965 publicó Los poetas de los lares, ensayo en el que revisa la obra de un grupo de poetas que, “atacados por el mal poético por excelencia y la nostalgia”, centraron su obra en su provincia de nacimiento, promoviendo la conocida Poesía lárica.

A lo largo de su vida, Jorge Teillier recibió numerosos galardones aunque, como ocurriría con clásicos de la literatura chilena como Huidobro, Lihn o Bolaño, nunca fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura.

Tras una semana hospitalizado en Viña del Mar a consecuencia de una crisis hepática, Teillier murió el 22 de abril de 1996. Póstumamente vieron la luz sus libros Hotel Nube (1996) y En el mudo corazón del bosque (1997).

De su poemario Para un pueblo fantasma rescatamos Para Antonio Machado al leer de nuevo sus poemas, su sentido homenaje al escritor español. Un poema fechado el 19 de septiembre de 1974:

Vuelvo a soñar caminos de la tarde,

vuelvo a abrir el libro de lectura

donde te hallé en las páginas escolares

acariciando el caballo gris del tiempo.

Ya no oí la campana del recreo. Tú enseñabas

que una pobre loba muerta

sería la juventud perdida. Pero una sombra amada

siempre entre álamos de oro nos aguarda.

Tus palabras

eran las mismas palabras verdaderas

con que en la provinciana tarde nos hablaban

la fuente de la plaza,

el solfeo monótono del piano

de los alumnos de la eterna solterona,

el humo interminable del cigarro

del caballero antiguo

que cuida su raída dignidad en el casino.

Sí, he vuelto a soñar caminos de la tarde.

Y he llegado a las calles del pueblo

donde una a una caen las ciruelas

como rojas y maduras campanadas

del reloj del verano,

por donde lentamente pasa

conducido por el fantasma del primo ferroviario

el tren que el Año Triste te llevaba

por yermos y escolariales

en su máquina a vapor de tos ferina.

Hoy ha llegado el tiempo del destierro

y tú no estás con nosotros.

Tú nos das a beber

vino nuevo en odres viejos,

hermano mayor mal vestido y triste,

borracho melancólico,

guitarrista, lunático, poeta.

Quien escucha tu voz oye hoy la propia.

Caminemos hasta vencer la niebla.

No has trabajado para el polvo y para el viento.