Estas piezas se ven por primera vez junto con obras de arte de época moderna, con el fin de romper una barrera temporal y de esta forma observar la similitud de conceptos y técnicas que no han cambiado, salvo por lo que se refiere a su contexto cultural.

Prehistórico y moderno de la mano

Henri Matisse. Grand Nu. 1950. Grabado / engraved. © Copyright holder is DACS (Design and Artists Copyright Society).

Henri Matisse. Grand Nu. 1950. Grabado / engraved. © Copyright holder is DACS (Design and Artists Copyright Society).

La muestra incluye, entre sus 68 piezas, una extraordinaria escultura de unos 13.000 años de antigüedad que representa a dos renos nadando, realizada con marfil de mamut, procedente de Montastruc, Francia, y conservada por el Museo Británico; la hermosa cabeza de íbice esculpida de Tito Bustillo cedida por el Museo Arqueológico de Asturias (Oviedo); y la singular escultura de 16.000 años de antigüedad que muestra a un glotón del Jarama II, uno de los tesoros custodiados por el Museo Arqueológico Nacional (Madrid). Realismo, imaginación y abstracción plasmados en dibujos sobre hueso y piedra, así como distintivas esculturas de mujeres hechas de marfil cedidas por museos de Halle y Weimar, Alemania.

La muestra, comisariada por la conservadora del Departamento de Paleolítico y Mesolítico del British Museum, Jill Cook, reúne grabados, utensilios decorados y esculturas procedentes de nueve museos de España, Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Arte, no arqueología

La presencia de obras de arte de época moderna permite destacar el valor de las piezas prehistóricas como obras maestras que descubren las capacidades cognitivas y creativas del hombre de la Edad de Hielo.

Jill Cook, comisaria de esta muestra y conservadora jefe del Departamento de Paleolítico y Mesolítico del British Museum, destaca que El arte en los tiempos de Altamira «no es una exposición de arqueología, sino de arte, cuyas piezas plasman la obra de creadores con un cerebro como el nuestro y con gran creatividad».

Como ejemplo, Cook se refirió a la pieza que está a la antrada de la sala, La punta de Volgu, «grande, fina y sin ninguna utilidad. Una pieza de artesanía que muestra que el ser humano hace cosas solo por disfrute y para compartir sus emociones».

Un Renacimiento de hace 22.000 años

Esta exposición desarrolla temas explorados en la muestra Ice Age Art: arrival of the modern mind (Arte en la edad de hielo: la llegada de la mentalidad moderna), que se presentó a principios de este año en el Museo Británico, e incorpora obras españolas y francesas que no se mostraron allí. Se centra en la época de Altamira, periodo que constituyó un «Renacimiento» en la Edad de Hielo en que surgieron nuevas técnicas, distintos estilos y un característico abanico de arte decorativo y figurativo.

También es un homenaje a la relación de la familia Botín con el descubrimiento de Altamira en 1879, cuando se puso en duda la autenticidad de las grandes pinturas debido a que las técnicas utilizadas presentaban similitudes con las de impresionistas contemporáneos, como Monet.

La antigüedad de las imágenes no se ha cuestionado desde 1902, pero solo ahora están empezando a ocupar el lugar que les corresponde en la historia del arte, en vez de ser consideradas únicamente como objetos arqueológicos.

Así, por ejemplo, Joan Miró visitó Altamira en 1957 y, a raíz de ello, las obras que pintó posteriormente las realizó sin caballete y utilizando colores terrosos. En una serie de grabados titulados Grans rupestres (Grandes rupestres), creados en 1977 y producidos en 1979, presenta una metáfora de la infancia del arte que abrirá la exposición.

La muestra incluye una extraordinaria escultura de unos 13.000 años de antigüedad que representa a dos renos nadando, realizada con marfil de mamut, procedente de Montastruc, Francia, y conservada por el Museo Británico.

 

Experiencia sinestésica

Figuras de siluetas femeninas esculpidas. Photo Luraj Liták. Copy LDA.

Figuras de siluetas femeninas esculpidas. Photo Luraj Liták. Copy LDA.

El Arte en la época de Altamira se centra en el desarrollo del arte de Europa occidental y en la cognición moderna que comenzó hace 22.000 años, un período de extraordinaria vitalidad artística en el que se produjo un renacimiento de la pintura como se puede apreciar en los grandes frisos de Altamira y Lascaux.

A través de esculturas y dibujos de seres humanos y animales de esa época, junto con obras modernas de Miró, Matisse, Hecht y Pasmore, así como una instalación fílmica que refleja la experiencia sinestésica de crear arte bajo tierra con la ayuda de luz artificial, la exposición revelará que las técnicas y conceptos empleados no han cambiado mucho con el paso del tiempo. Toda forma artística es producto del cerebro moderno, y la capacidad de crear arte fue y sigue siendo fundamental para la supervivencia humana.

Hace unos 40.000 años, cuando las poblaciones plenamente modernas llegaron a Europa desde África, donde habían evolucionado, y empezaron a utilizar pigmentos, diseñar motivos decorativos y elaborar adornos personales, comenzaron a crear el primer arte figurativo. Si bien ello les permitía expresar sus ideas a través de un complejo lenguaje, no bastaba para satisfacer las demandas de las duras condiciones ambientales en las que los animales eran mucho más numerosos que los humanos. El hecho de plasmar ideas en imágenes que las personas podían compartir les brindó la posibilidad de establecer vínculos emocionales y sociales que permitió a las comunidades colaborar y sobrevivir.