Misterioso e inquietante, lírico y original, el primer acorde de la ópera, esa disonancia clave en la historia de la música, y las notas de los violonchelos que la preceden, introducen al espectador hasta su última cadencia en una narrativa subyacente, ideada por el director escénico Peter Sellars y el maestro del videoarte Bill Viola, que de acuerdo con la del propio Wagner entrega al público al deleite puro de sentidos y emociones. Todo es más sencillo, más claro, pero a la vez bello y sublime.

Tristán e Isolda es probablemente una de las óperas de ejecución más difícil por sus grandes exigencias, por el despliegue de instrumentos de la orquesta que requiere y por el desarrollo continuo de la música que ofrece, llena de transiciones armónicas y diferente por completo de todo lo que se había hecho hasta el momento. Estrenada en Múnich en 1865 y dividida en tres actos, está inspirada en el amor prohibido que Wagner sentía por Mathilde Wesendonck y también por la filosofía de Arthur Schopenhauer. Además explora los límites de la tonalidad y el cromatismo y “supone una noción de melodía infinita que nos da una idea de camino de la oscuridad a la luz”, afirma Marc Piollet, el director musical de la producción en sustitución a Teodor Currentzis, que canceló su participación por motivos de salud.

“Una ilustración del paisaje interior del alma”

En la producción, estrenada hace casi nueve años en la Bastilla de París, Bill Viola introduce por primera vez en su carrera la imagen en movimiento constante en una ópera. Atraído por su base mitológica, para él, la historia de Tristán e Isolda está fuera del tiempo y no sale de la cabeza, sino del corazón. La define como “una ilustración del paisaje interior del alma” en la que están presentes la noche y el día, el hombre y la mujer, el fuego y el agua, la vida y la muerte. La historia va más allá de la tragedia y de la propia vida y, en sintonía con Wagner, Viola siente un interés especial por la ruptura de las normas establecidas, ya que sin ella “no habría revoluciones ni tampoco verdadero amor”.

En el vídeo, el elemento principal de la escenografía, Viola crea dos mundos diferenciados con el desdoblamiento de dos amantes en cuerpos terrenales y celestiales e inicia un recorrido desde la purificación hasta la disolución de uno mismo. Su trabajo se ajusta especialmente a cada función gracias a seis técnicos que analizan los movimientos del director de orquesta durante la representación y se encargan de que ambos cuadren a la perfección. Ninguna de las imágenes es digital y todas han sido rodadas realmente.

Con Robert Dean Smith en el papel de Tristán, Violeta Urmana en el de Isolda, Franz-Josef Selig en el del rey Marke y Ekaterina Gubanova en el de Bragäne, el Teatro Real ofrece esta ópera desde este domingo, 12 de enero, y hasta el 8 de febrero, intercalada con Brokeback Mountain, de Charles Wuorinen, cuyo estreno mundial tendrá lugar el 28 de enero. Sí, otra historia de amor imposible.

Vídeo, música y escena

Bajo la batuta de Piollet, la Orquesta y Coro del Real hace una lectura espléndida de la partitura de Wagner. Sus momentos de intimismo y recogimiento se combinan de forma deliciosa con las arias más potentes y cruciales de la ópera. En especial, ese momento en el que los protagonistas recuerdan ese “und” de Tristan und Isolde en el que “Tristan es Isolde e Isolde es Tristán. Incluso muriendo vivirán un amor sin miedo, sin nombres, sin fin, sin más dolor y sin separación”.

Mientras, Viola hace magia con cada frame. A veces se vuelve didáctico, a veces más abstracto, otras más un iluminador y otras un lector de la historia. Su vídeo es poesía y arte en términos absolutos, que en simbiosis con la música de Wagner y con la voz de Violeta Urmana en la última aria del tercer acto, conduce al espectador al disfrute de la belleza suprema. “Delicioso y suave cómo sonríe, cómo los ojos propicio abre, ¿lo veis, amigos? ¿No lo veis y sentís?… ¿Solo yo oigo esta melodía, que tan maravillosa y suave, lamentándose de gozo, diciéndolo todo, dulcemente conciliadora, sonando desde él penetra en mí, se eleva sobre sí, resonando propicia, rodeándome de sonido?… ¡En la crecida ondulante, en el sonido resonante, en el universo suspirante de la respiración del mundo… anegarse… abismarse… inconsciente… supremo deleite!”

Con Tristán elevado, iluminado, y ascendido a los cielos, el Real se queda cerca de convertirse en una ampliación del mismo.