Considerado como uno de los maestros de la abstracción lírica, Wou-Ki vino al mundo en el seno de una poderosa familia de intelectuales y banqueros. El arte, la música y la poesía ocupaban en su casa natal espacio destacado. «Quizá no hubiera sido pintor, diría muchos años más tarde, si mi ambiente familiar no hubiera sido el que fue. Si no se me hubiera puesto delante de los ojos tanta belleza».

Un destino creativo

Su casa paterna albergaba una gran colección de arte medieval chino pero, como el propio artista recordaba, «fueron las reproducciones de obras de Cézanne, Picasso, Matisse y Renoir las que me atraparon el corazón. Las que me hicieron ver que mi destino estaba ligado a lo creativo».

Así fue. Esa cuidada educación caló pronto. El joven Zao Wou-Ki mostró una vocación muy precoz por la pintura y, firmemente apoyado por sus mayores, decidió consagrar su vida al arte.

En 1948, tras 36 días de navegación, desembarca en Marsella y, de allí, salta a París, ciudad en la que quedaría atrapado de por vida. Allí fraguaría casi toda una producción que arrancó a la manera de los maestros que admiraba, -Picasso y Matisse especialmente-, pero que muy pronto evolucionaría hacia una abstracción lírica muy sutil, con ecos en la tradición artística oriental.

En la capital de Francia conoció y trató al propio Picasso, a Giacometti, a Léger, a Miró y, muy especialmente, a Henri Michaux, uno de sus grandes valedores. Aquel que le calificó como «el inventor de la ligereza», un título que al pintor le hacía sonreír: «Nunca he sabido hablar de mi pintura. Lo que cuenta únicamente es el cuadro. Cuando oigo a los jóvenes artistas hacer largos discursos sobre la manera en que pintan, me sorprendo, interiormente, sonriendo».

Contra la repetición

Además del óleo, Wou-ki, que siempre declaró sentirse aterrado ante la posibilidad de repetirse, -«lucho cada día contra la repetición pues gangrena la espontaneidad», dejó escrito- , trabajó el grafismo y el grabado durante largos períodos de su vida.

Ese quehacer ha fructificado, como recordaban ayer algunos de sus estudiosos, en una síntesis admirable que moja el pincel en la herencia secular oriental para alimentar, desde una profunda sensibilidad, conceptos nuevos que se integran en la cultura occidental.

Sus cuadros, que cuelgan en los principales museos de arte contemporáneo del mundo, certifican la extraordinaria dimensión de su creatividad.

Sin ruido

Finalmente, el destino parece haberse aliado con su deseo y a la hora de su marcha, Zao Wou-Ki, que desde hace algún tiempo padecía la enfermedad de Alzheimer, ha ocupado discretos planos, poco más que recuadros y breves sueltos en los medios de comunicación.

Sin hacer ruido se ha alejado del mundo. Esa era su intención. Pero la justicia aconseja alzar la voz y decir, alto y claro, que con él desaparece un creador de primer orden. El autor de una obra larga y decisiva en la historia del arte abstracto.