«A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman con nombre falso gobernar, y donde crean un desierto, lo llaman paz»

(Tácito, c. 55-c. 120)

Tácito puso estas palabras en boca de quien defendía sus tierras ante las legiones romanas. A partir del siglo XV, los imperios europeos llevaron esas antiguas prácticas a una escala inédita, cimentando sus conquistas en el saqueo, la esclavitud y el pillaje generalizados. Autoafirmándose en un derecho al uso unilateral de la fuerza, esos imperios consiguieron acumular a lo largo de los siglos un poder global.

En un relato que abarca desde Asia hasta América, la historiadora Lauren Benton muestra en Lo llamaron paz (Crítica, 2025) cómo la violencia ejercida por los imperios definió la naturaleza misma de la guerra y la paz. Los constantes enfrentamientos y las intervenciones armadas instauraron un estado de guerra de facto perpetua en todo el mundo. Esas disputas intermitentes desencadenaron atrocidades que fueron desde masacres repentinas hasta largas campañas de despojo y exterminio.

Su tesis es tan contundente como incómoda: la violencia no fue una anomalía ni un instrumento circunstancial de la expansión imperial, sino su condición de posibilidad y su forma natural de gobierno. Allí donde los vencedores decían imponer el orden y la paz, lo que en realidad instauraban era un régimen global de guerra continua.

La investigadora propone una lectura que desborda los límites de la historiografía tradicional. Su mirada conecta las incursiones coloniales del siglo XV con los bombardeos selectivos del siglo XXI; los campos de exterminio con los drones; los edictos de los virreyes con las órdenes ejecutivas de Washington o Moscú. Muestra cómo las llamadas “guerras menores” —esos conflictos locales y periféricos que raramente figuran en los manuales— fueron, en realidad, los ladrillos con los que se construyó el orden mundial moderno.

La cita de Tácito, que sirve de epígrafe al libro, se convierte en hilo conductor de una historia en la que la violencia no cesa nunca, sino que muta, se modula y se disfraza de legalidad. La autora recorre medio milenio de intervenciones, saqueos y masacres —desde las conquistas ibéricas hasta las ocupaciones contemporáneas— para demostrar que la promesa de una “violencia limitada”, esa ilusión tecnocrática de que la fuerza puede ser dosificada y controlada, ha sido una constante del poder imperial.

Uno de los mayores aciertos del libro radica en su capacidad para situar la violencia en el centro del discurso. Benton, que ya había analizado la relación entre derecho y soberanía en obras anteriores, expone cómo los imperios europeos se autoproclamaron árbitros universales de la guerra y la paz. Al hacerlo, impusieron un derecho internacional selectivo que legitimaba su intervención en cualquier territorio bajo el pretexto de “mantener el orden”. Lo que se conoció como “paz armada” no fue sino la institucionalización de la guerra perpetua.

Lejos del tono árido que a menudo acompaña a los ensayos académicos, la investigadora escribe con una claridad inquietante. Cada capítulo está atravesado por una conciencia ética y política que evita tanto el moralismo como la complacencia. No se limita a denunciar: ofrece un marco analítico para entender cómo las guerras menores —presentadas como intervenciones quirúrgicas o ejercicios de protección— desembocan inevitablemente en atrocidades. En sus páginas resuena el eco de los bombardeos “inteligentes”, de las “operaciones especiales” y de las fronteras convertidas en laboratorios de control y castigo.

El prólogo, de una potencia narrativa poco habitual en la historiografía, conecta la guerra de Vietnam con la invasión rusa de Ucrania y los ataques con drones en Afganistán. En cada caso, su autora identifica la misma lógica imperial: la convicción de que una dosis de violencia “racional” puede garantizar la estabilidad global. Pero el resultado —insiste— siempre ha sido el mismo: el sufrimiento de los pueblos sometidos y la naturalización de la crueldad como método político.

Lo llamaron paz no es solo un libro sobre el pasado: es una advertencia sobre el presente. Benton nos obliga a reconocer, en los discursos actuales de seguridad y pacificación, los ecos de las viejas justificaciones coloniales. Los imperios de antaño desaparecieron, pero su gramática del poder sigue vigente. En tiempos de guerras sin declaración y de fronteras militarizadas, su obra funciona como un espejo incómodo en el que el mundo contemporáneo se refleja con nitidez. Su propuesta final no es ingenua: no ofrece fórmulas para abolir la guerra, sino una invitación a comprender su genealogía, a reconocer los patrones que se repiten bajo nuevos nombres. Solo así —parece decirnos— podremos aspirar a un futuro en el que la paz no sea, de nuevo, el nombre que los poderosos dan a su propio desierto.

Lauren Benton (Baltimore, Maryland, 1956) es profesora de Historia Barton M. Biggs en la Universidad de Yale y ha sido galardonada con el Premio Toynbee por sus importantes contribuciones. Entre sus libros se incluyen A Search for Sovereignty: Law and Geography in European Empires, 1400–1900 y Law and Colonial Cultures: Legal Regimes in World History, 1400–1900 (Studies in Comparative World History).

 

Lo llamaron paz

La violencia de los imperios

Lauren Benton

Traductor: Efrén del Valle

Crítica

344 páginas

22,90 / 12,99 euros