Su interpretación, contenida y luminosa, funciona como un testamento artístico. Un adiós  sereno y poderoso de una actriz que marcó de forma decisiva varias generaciones de espectadores y cineastas. El filme se inscribe así no solo como una nueva pieza en la filmografía de Miñarro, sino también como un homenaje profundamente conmovedor a Marisa Paredes, cuya huella en el cine español está destinada a permanecer.

Estamos ante una película difícil de clasificar. Sus catorce personajes, trazados con una notable carga literaria, basculan entre la realidad y el sueño, la vida y la muerte, la ironía y el absurdo para contarnos la historia de una actriz que revisa su carrera (Marisa Paredes), una antropóloga desorientada (Naomi Kawase) y dos divas legendarias (Arielle Dombasle y Myriam Mézières).

Ellas transitan con otros extraños a través de paisajes irreales en un autobús misterioso del que no parece que puedan bajar fácilmente. Durante este extraño viaje liminal fabulan sobre su identidad mientras el deseo, – Eros -, se encarna para seducir a cada cual.

Para el realizador Lluis Miñarro, “esta película está profundamente arraigada en referencias culturales, sociales, religiosas y filosóficas, integrando arte visual, literatura y música en su tejido narrativo. Inspirada en artistas de vanguardia como Remedios Varo, Max Ernst y Man Ray, así como en movimientos como el expresionismo, el simbolismo y el realismo mágico latinoamericano, explora los límites porosos entre la realidad y la percepción”.

Es clave en el logro hipnótico que el largometraje desprende un impecable reparto coral en el que, además de Marisa Paredes, destacan Emma Suárez, Oriol Pla Albert Pla, Francesc Orella, Gonzalo Cunill, Aida Folch, Miquel Barberà, Lu Colomina, Laia Brugarolas, las actrices y cantantes francesas Arielle Dombasle y Myriam Mézières, el brasileño Jhonattan Burjack y la realizadora japonesa Naomi Kawase.

“Desde el inicio, que combina un poema simbolista de Marià Manent con arte visual contemporáneo, continua el cineasta barcelonés, la película se desarrolla como un diálogo entre tradiciones y disciplinas: la pintura clásica europea, los rituales amazónicos, el patrimonio japonés y catalán, y las mitologías de paisajes sagrados como el Monte Fuji y el Teide. Sus referencias se extienden a la historia del cine, con Marisa Paredes interpretándose a sí misma y Naomi Kawase reinterpretada como una antropóloga que preserva canciones de cuna en peligro de extinción”.

El espíritu del cine de los años 70 permea una obra accesible, lúcida, lúdica y abierta. Un film, nada impostado pese a que ese podía haber sido uno de sus riesgos, que invita a reflexionar sobre la existencia, el amor, la muerte y la trascendencia además de dejar en la pantalla el adiós de una actriz inolvidable.