Entre los proyectos que ahora amasa está la obra La chica que soñaba que, después de su estreno la semana pasada, estará en Conde Duque los días 13, 14 y 15 de marzo (20.00 h). Una obra representativa del llamado ‘teatro foro’ que implica a los espectadores en la representación en un formato casi democrático, y cuya temática aborda la disminución de las matriculaciones de mujeres en las carreras técnicas.

Una forma de colaborar con el otro para crear, transformarse y lograr entender el teatro como un proyecto colaborativo y de transformación personal y comunitaria.

The Cross Border Project nace en Nueva York…

Nace en Nueva York por casualidad, cuando monto mi espectáculo final de máster, De Fuente Ovejuna a Ciudad Juárez. Ahí identifico la oportunidad de crear un proyecto alrededor del espectáculo con temas que no se estaban tratando mucho en España, como la diversidad cultural, la relectura de los clásicos o el tema de género.

Así, la marca nace a raíz del espectáculo. Es decir, no fue primero el proyecto y después el espectáculo, sino al revés y lo bien que fue hizo que naciera. Ahí se abre un periodo de dos años, con estreno en Nueva York y una gira posterior por los festivales de teatro clásico de España.

¿Y cuándo llega a España?

Tras Nueva York hay un periodo en mi vida en el que vivo en varios sitios, vuelvo a EE.UU., estoy una temporada trabajando en París –en plena crisis económica en España– y decido lanzarme a esto de ser dramaturga en España. A raíz de esta decisión empiezo a buscar equipo y a encontrar personas que son fundamentales para el proyecto, algunas que ya conocía y otras con las que me crucé más adelante y que estaban en una misma línea de trabajo.

Así, desde 2012 empezamos a generar trabajo en dos líneas, una que es la compañía de teatro con espectáculos profesionales, –y ahí surge Perdidos en nunca jamás–; y otra, con la Escuela de Teatro Aplicado, en la que formamos con herramientas como teatro foro, teatro documental, drama education… tanto de artistas como de profesores.

¿Algún otro hito que destacar en esa carrera de fondo?

Nora, 1959, una producción de la Zona Kubik en la que me invitan a trabajar junto a otros cuatro creadores, a la que llego con el equipo de Cross. Esa obra marcó un gran cambio porque, a nivel de compañía, estrenamos en el Centro Dramático Nacional y empezamos a trabajar fuera de las salas alternativas, por lo que también se enfocó de otra manera. Además, Nora, 1959 es también mi primera publicación en un libro, lo que también me empuja a seguir escribiendo.

¿Qué obras destacaría de su trayectoria?

Si tuviera que rescatar alguna seria Fiesta, fiesta, fiesta, nominada a los Max, una obra de teatro documental verbatim que estuvo tres años de gira, y se caracterizó por la diversidad cultural sobre el escenario, un tema que nos ha definido siempre…, actores, que más allá de su origen cultural, pueden hacer cualquier papel. Y entre los próximos proyectos está La chica que soñaba, que tiene todo por hacer, que habla de género, nuevas masculinidades, de la mujer en la ciencia y la tecnología… y que utiliza el teatro foro como herramienta.

¿Escribe todas las obras?

No todas. La primera fue Qué hacemos con la abuela, muy cortita, y ya después, Nora, 1959. Las anteriores las han escrito distintos dramaturgos: la idea original era mía y contactaba a alguien experto en la materia… Por ejemplo, en Perdidos en nunca jamás colaboré con Silvia Herreros de Tejada, gran experta en Peter Pan.

¿Cómo se convierte el teatro en herramienta de transformación social?

Es fundamental el trabajo que hacemos con la escuela de formación de formadores, enseñando recursos que tienen que ver con el teatro como herramienta y no como fin. Es decir, que haya profesionales que siguen trabajando el teatro para que sirva para la resolución de conflictos en el aula, para dar visibilidad a los problemas de ciertas comunidades, aprendizaje de idiomas…, entre otros objetivos.

¿Algún ejemplo?

El proyecto que tenemos con la Universidad Antonio de Nebrija, por ejemplo, que ayuda al aprendizaje del español a través del teatro poniendo el foco en las emociones. Aquí es muy importante el trabajo de investigación, para el que hemos traído también muchos profesionales de fuera a la escuela de verano, para entender el teatro no como fin sino como medio para conseguir otra cosa.

Para eso ya está la compañía…

Así es. El teatro como fin ya lo tiene la compañía. Hacer espectáculos profesionales que abarquen temáticas políticas, sociales… pero el producto es un espectáculo. Sin embargo, en la escuela se trasciende lo que nosotros hacemos. Se aplican las metodologías que impartimos en su ámbito local y les resultan útiles. Para mí ese es el impacto.

¿A qué tipo de público se dirigen?

Cualquier tipo de público, infancia, adolescencia, juventud, personas mayores, en definitiva, todo el rango de edades. También hemos colaborado con colectivos, como la comunidad gitana o las personas con diversidad funcional, entre otros. Aunque es verdad que los últimos cinco años, a raíz de Fiesta, fiesta, fiesta, nos han hecho especializarnos en el universo adolescente.

¿Cómo identifican las necesidades de un entorno?

A veces los problemas llegan a través de un colectivo, comunidad o institución que se pone en contacto con nosotros. Y otras veces somos nosotros los que nos damos cuenta, viviendo y leyendo. No hay un método exacto… Nos reunimos, tenemos reuniones de organización y otras más de pensamiento…

¿Cómo se responde a cada tipo de necesidad a través del método teatral?

Hacemos muchísimas cosas: obras profesionales acompañados de un proyecto educativo que tiene videotutoriales para que el profesorado pueda hacer ejercicios en el aula, encuentros con el público, formaciones que tienen que ver con la metodología o temas del espectáculo… En cuanto a la escuela, los proyectos van en dos líneas. Por un lado, formación de profesionales del sector y, por otro, proyectos más ad hoc que tienen que ver con lo que nos pide cada comunidad o institución.

España, extranjero… ¿Cómo contactan con las problemáticas locales?

Cuando trabajamos fuera solemos hacerlo a través de un agente local que conoce las estructuras, los barrios, la situación política o la propia comunidad.

Después de definir el objetivo hay un trabajo previo, vía Skype o e-mail, con esas personas para conocer el contexto, a quién nos vamos a enfrentar, las peculiaridades, la selección de personas y todo lo que implica. Y después nos trasladamos allí para trabajar de forma intensiva y, cuando nos vamos, esa formación recae en cada uno. Hoy por hoy no tenemos la capacidad, ni como equipo ni económica, de hacer un seguimiento, aunque sí que mantenemos el contacto.

¿Entonces cómo evalúan la efectividad?

Es difícil. Llevamos nueve años de proyecto, siete de ellos en España, y estamos empezando a hacerlo ahora. Necesitamos a una persona que haga entrevistas, las analice, las estudie y, por ahora, no hemos contado con recursos para ello.

¿Qué perfiles tiene en su equipo?

Sobre todo somos creadores, es decir, contamos con actores, músicos… pero también hay gestores culturales. No tenemos una plantilla fija, lo que pasa es que a lo largo del año hay tantos proyectos que acabamos trabajando los 12 meses.

Algo habitual en el sector cultural...

Es preferible. Creo que es muy bueno que la gente trabaje un 70% en el Cross y el resto fuera, porque los aprendizajes los inviertes en el proyecto y haces que éste se enriquezca. Nosotros hablamos mucho de la figura del arte educador, un artista en activo. Es un valor, nada negativo.

Habla de la figura del arte educador, y de otra a la que denomina espect-actor, que está presente en La chica que soñaba...

Es un término que surge en los años 70 de la mano de Augusto Boal, un conocido pedagogo y director brasileño, y que se refiere a un espectador activo que puede entrar en el escenario, cambiarse por uno de los personajes y probar la idea que tiene en la cabeza mediante la improvisación para resolver el conflicto que ha visto sobre las tablas. La chica que soñaba como espectáculo dura 30 minutos, pero el tiempo total de la obra es de una hora y media.

¿Qué es lo que más le gusta de The Cross Border Project?

¿Lo que más? Que hemos sobrevivido. Llevamos 10 años haciendo esto que tanto nos gusta y, por ahora, no nos hemos matado.

Incluso a la crisis...

Hay que hablar un poco de por qué resisten las ideas y los proyectos, algo que tiene que ver con la inversión económica personal, con el tiempo… el trabajo.

¿Y con la pasión?

No, yo creo en el trabajo. En nuestra profesión se suele hablar de la pasión por lo que haces, pero pocas veces del dinero que arriesgas, las cosas que dejas atrás a nivel personal por tener un proyecto, y creo que hay que hablar de eso porque si no parece que vivimos en Jauja, y nuestra realidad son 12 horas diarias, 7 días a la semana… Ésa es la realidad.