Mientras gran parte de la producción visual contemporánea participa de esta tendencia, la mayoría de las veces por puro instinto de supervivencia, el fotógrafo JEOSM (Madrid, 1982) se ha erigido como una excepción con causa. Su retrato no negocia con la vanidad del sujeto ni con el patrón de corrección que rige en las pantallas: interroga, despeja, expone. No embellece por agradar, sino que revela por buscar. En vez de construir una máscara deja que la luz, las sombras y la geografía del retratado hagan su trabajo. En lugar de plegarse a una lógica no tan lógica, insiste en devolver al retrato su función más honesta, aunque incomode a algunos.

Y, con todo, o quizá por eso, JEOSM es uno de los retratistas contemporáneos más prestigiosos que ha dado nuestro país en los últimos años. Por delante de su objetivo han pasado algunas de las figuras más representativas de la cultura, del pensamiento, de la política y del deporte, y lo han hecho bajo una misma premisa: ser mirados sin coartada. Entre sus muchas obras, destaca No soy uno de los vuestros (Círculo de Tiza, 2023), que recoge gran parte de su obra en el mundo editorial.

Ahora, JEOSM ha sido invitado por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza a participar como artista invitado y jurado en la XXIV edición del proyecto #VersionaThyssen. Su intervención consiste en una reinterpretación de la Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio, en la que traslada el imaginario barroco al conflicto del creador contemporáneo mediante la sustitución de los elementos del lienzo original por objetos actuales cargados de significado.

—¿Por qué has elegido esta obra de Caravaggio?

Lo primero, por su autor: Caravaggio. Ha sido una gran influencia en mi fotografía. Para mí es el gran pintor del Barroco, sin desmerecer a otros maestros. Su uso de la luz, junto con el de Rembrandt y Velázquez, abrió el camino por el que siglos después transitamos fotógrafos y cineastas. La figura de Caravaggio siempre me pareció muy interesante, no solo como pintor. Y lo segundo, por su protagonista: Santa Catalina de Alejandría. Fue una mujer culta, luchadora y muy relevante en su tiempo. Sufrió torturas y acabó decapitada por sus ideas.

—¿Cuánto de influencia barroca en el uso de las sombras hay en el trabajo de JEOSM?

Mucha, pero no solo en el uso de la luz y las sombras, también en la voluntad de humanizar al retratado. Para mí el Barroco es fundamental en la evolución de mi trabajo. De hecho, mis influencias vienen más de la pintura que de la fotografía.

—¿Por qué Espido Freire como modelo? ¿Cómo fue el proceso de creación de la obra?

Espido es maravillosa. Creo que por su trabajo, trayectoria y personalidad era la persona que mejor encajaba para versionar esta obra. Siempre ha sido muy generosa conmigo y desde aquí quiero aprovechar para darle las gracias. Cuando me planteé hacer esta versión necesitaba cargarla de simbolismo y mensaje. La conceptualización parte de recrear una escena similar a la de Caravaggio en iluminación y encuadre. Los conceptos que quise representar: el tiempo como valor fundamental para la creación (y una crítica a la inmediatez), la figura del creador como su peor enemigo y juez, la esclavitud a las redes sociales y la necesidad de exposición que se exige como parte del discurso de la obra. Una reflexión sobre la celeridad de los plazos de entrega y sobre cómo la tecnología, siendo herramienta necesaria del creador, es a veces un arma de doble filo.

Los objetos que acompañan a Santa Catalina son parte fundamental en la obra de Caravaggio. En mi versión los actualizo manteniendo su función simbólica: la rueda con púas es sustituida por un espejo que convierte al creador en su propio juez; la torre de libros reivindica el tiempo de lectura y de pensamiento; la espada es reemplazada por un palo selfi y un teléfono como síntesis de la esclavitud de la exposición pública. Una vez tuve todo claro, fuimos al estudio e hicimos la foto.

[Caravaggio pintó a Santa Catalina como una mujer castigada por ser fiel a sus ideas. No hay martirio sin convicción que lo sostenga. Algo de esa lógica cruza también el trabajo de JEOSM: su retrato asume un coste, aun sabiendo que la verdad estética —como la fe intelectual en el siglo XVII— puede llegar a incomodar, exponer y, a veces, penalizar. En ambos casos, el rechazo no es un efecto colateral, sino la consecuencia natural de no renunciar a un juicio propio.]

—Hablas del valor del tiempo como parte del proceso artístico, algo que crees que se está perdiendo. ¿Cómo tratas de respetar el tiempo en tu obra?

Es complicado. Vivimos en un mundo donde la inmediatez ha tomado una gran relevancia: la mayoría de los clientes para los que trabajo necesitan el material a las pocas horas, principalmente para compartirlo en redes. Esta tendencia influye en el proceso de cualquier creador, donde la urgencia está sustituyendo al discurso o a la estética. No sólo ocurre en mi sector: en la vida cotidiana publicamos en redes la foto de un concierto antes de que termine, dando más importancia al “mira dónde estoy” que a la experiencia de vivirlo. En la fotografía comercial o editorial sucede algo parecido, y no hablemos ya de la prensa. Yo vivo en una reflexión constante —una especie de lucha— para intentar mantener esos tiempos como parte del proceso y como valor del retrato. Si se elimina el tiempo, lo que se pierde no es solo calidad: se pierde sentido.

—Tiempo para un instante decisivo, como decía Cartier-Bresson, para captar la esencia… ¿cómo conviven en tu proceso ese tiempo, esa preparación necesaria y, al mismo tiempo, la obligación de decidir en una milésima de segundo?

Para mí el disparo es eso: un disparo. No tiene más importancia. Lo que necesito está en todo lo que sucede antes. Como bien dices, Cartier-Bresson era el maestro en eso, no tanto por el instante en sí como por la espera que lo precede. Ahí reside lo importante. Siempre he creído que el verdadero talento está en saber esperar. Unos segundos de diferencia pueden alterar por completo el resultado de la fotografía y hacer que el gesto buscado se escape. Por eso la observación es un valor fundamental en la fotografía y, para mí, está unida al tiempo. La decisión de disparar siempre viene después de haber escuchado, mirado y entendido. Hago muy pocas fotos en mis sesiones: necesito hablar con la persona, observarla y escucharla más que disparar.

—Por otro lado, tengo la impresión de que, aunque hay más escaparates que nunca para que un artista muestre su obra, paradójicamente, hay menos espacio para que esta permanezca. ¿Coincides con esta idea?

Sí, totalmente. Hay más escaparates que nunca para mostrar trabajos, pero también menos atención y menos tiempo para verlos. La cantidad nunca fue sinónimo de calidad. Estamos sobresaturados de información, de imágenes y de estímulos —no solo visuales— y eso diluye la atención. En el caso de las redes sociales se llega a competir por la visualización. Son entornos saturados donde los estímulos para captar al espectador se rigen por códigos que el creador no controla. Con esas condiciones es muy difícil que el mensaje cale o que un trabajo trascienda. Para que una obra llegue a un público amplio, hoy hay que dedicar más tiempo a comunicar y entender esos escaparates que a crear. Eso obliga a los creadores a invertir esfuerzo en una disciplina que no es la suya y, en muchas ocasiones, da más visibilidad a quien sabe comunicar que a quien sabe hacer. También influye el hábito de consumo: el desplazamiento infinito, los vídeos breves, la velocidad del estímulo… Todo eso genera una desmemoria inmediata. Lo que se vio hace dos minutos se olvida. Con esa dinámica, la idea misma de permanencia se erosiona.

—¿Se valora al artista por los followers?

No sé si se llega a tanto, pero desde luego el número de seguidores condiciona mucho, por ejemplo, a una marca, institución o medio a la hora de dar trabajo o voz a un artista. A mí me han dicho abiertamente que no me contrataban por tener pocos seguidores. Creo que ese baremo, en entornos profesionales, no debería tener tanto peso: tener muchos seguidores no es garantía de nada.

—¿Hasta qué punto crees que el canon visual contemporáneo lo están marcando las redes sociales?

Hasta el punto de que se hacen refritos de cosas que ya funcionaron en redes solo para que vuelvan a hacerse virales. Lo importante es replicar y conseguir impacto. No se busca tanto generar un concepto con tiempo, estrategia y coherencia, que a largo plazo funcionaría mejor y estaría más en la línea de tu trabajo o tu marca.

—¿Se han convertido las redes en una trituradora de la creatividad —no solo en un canal, sino en un filtro que homogeneiza y borra lo que se sale de norma?

No creo que llegue a tanto. Hay cosas increíbles en redes y perfiles con estilo y personalidad. El problema es que lo que más se muestra no siempre es lo más interesante. Ahí se compite con tendencia, publicidad y algoritmos. Además del tiempo, reflexionas a menudo sobre el retrato sin filtros como una forma de verdad, de aceptación personal. De cómo vivimos para proyectar una imagen que rara vez coincide con lo que captas con tu cámara. Sí. Esa es la parte que más dificulta mi trabajo. Vivimos condicionados por la imagen que queremos mostrar. No se valora lo que somos, lo que hacemos, y que el rostro es una biografía: tiene vida, no es un busto griego.

Borrar ojeras, cicatrices o arrugas es quitar personalidad, sobre todo en el ámbito en el que más trabajo, que es el cultural. Ahí el discurso y la estética deberían ser fieles a la verdad de la persona retratada. Me he encontrado muchas veces con gente que me pide “hazme Photoshop”, y no suelo hacerlo: sería borrar su experiencia vital. Es evidente que a todo el mundo le gusta salir bien, y parte de mi trabajo es eso, pero mi premisa no es el canon de belleza, sino la personalidad. La vida vivida —lo aprendido, lo sufrido— es un capital que no se devalúa: ahí reside la auténtica belleza y eso es lo que nos hace únicos. Con el abuso de filtros solo se consigue generar una imagen que no es real, con consecuencias en la aceptación personal. Hay una comparación constante con otras personas que suele tener efectos negativos en la salud mental. Es complicado, sobre todo para los jóvenes o para quienes están muy expuestos, vivir rodeados de filtros y asumir que lo natural sea lo humano.

—¿Hay que buscar un acuerdo entre retratista y retratado?

Hay que buscarlo cuando hablamos de retrato en cualquier disciplina. Para mí, el retrato es una conversación, un acuerdo. Se trata de intentar llegar a algo más: a un gesto, una mirada, una personalidad, aquello que hace a la persona especial, y mostrarlo.

—Mostrar al retratado cómo es realmente —no cómo quiere ser visto—, ¿ese es el verdadero sello artístico de JEOSM?

Más que sello es un compromiso conmigo y con quien retrato. Es una cuestión de honestidad. El artificio solo sirve para distraer o camuflar lo importante.

—Si tu trabajo es, en cierto modo, una resistencia al artificio, ¿cómo quieres que evolucione en un entorno que premia lo contrario?

Concibo mi trabajo como una carrera de fondo. La fotografía ha pasado por muchas épocas, modas y tendencias, pero lo que perdura es aquello que resiste al tiempo, que tiene una mirada propia y una historia. Simplemente quiero que evolucione así. No busco otra cosa que ver envejecer mi trabajo con dignidad y coherencia y poder seguir viviendo de él.

—Has colaborado con el Prado, con el Thyssen, eres un respetado retratista, has trabajado con grandes marcas de la fotografía. ¿Qué sientes que te falta todavía por hacer?

Siento que solo estoy empezando. Llevo muy pocos años haciendo fotos: mi primer libro lo publiqué en 2010 y el tiempo ha pasado muy rápido. Solo quiero disfrutar, seguir creando y ver dónde me lleva todo esto. Nunca esperé nada de la fotografía: ni imaginaba, cuando hacía mis primeras fotos con una cámara de carrete, que iba a retratar a la gente que he fotografiado ni que iba a colaborar con marcas importantes o con museos nacionales. La determinación y la pasión son fundamentales en mi trabajo; la ambición, no tanto. Si algo tiene que llegar, llegará. Y si no, disfrutaré de lo conseguido hasta ahora.

—¿Cómo llega JEOSM a la fotografía?

Gracias al grafiti y a una pulsión que no sabía que existía.

—¿De qué ha salvado la fotografía a JEOSM? Si es que te ha salvado de algo.

Al hacer retrato, sobre todo, me ha salvado del prejuicio.

—¿Qué te gustaría que aportara la fotografía de nuestro tiempo a la historia?

Me gustaría que aportase verdad, que no perdiese el valor de testimonio ni la importancia del recuerdo. Los álbumes de fotos familiares, por ejemplo, son un gran patrimonio que se está perdiendo. Me da pena, porque es una manera de mantener vivas a personas que ya no están con nosotros.