


El tronco del enebro se inclina reseco y solitario bajo el peso de incontables amaneceres. Atrás queda el recuerdo de la primavera, del bullicio entre sus ramas. Atrás quedó lo que fue una isla de brisa fresca en la canícula o el abrigo en la cencellada. Pero el viejo enebro vive en la memoria de los que lo habitaron.


Categorías: Fotografía
Etiquetas: Luis Domingo, Una foto cada día
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