Aquellas bromas siguen hoy escociendo. En el último volumen de sus diarios (Sólo hechos, editorial Pretextos, 2016), Andrés Trapiello escribe, sin renunciar al humor, que “hasta que no haya un museo que retire de sus salas a quienes, como Duchamp, hicieron unas obras cuyo valor fue exclusivamente el cuestionamiento del museo, no se habrá pasado el sarampión de la modernidad. Hasta que el director del museo donde está el urinario de Duchamp no se lo lleve de la sala donde está expuesto a los retretes del museo, no habremos hecho gran cosa por el arte. Hasta que no se vuelva a mear en el urinario de Duchamp, nuestra sociedad seguirá enferma (de la vejiga, al menos). Será pintar un bigote a un artista que encontró muy gracioso pintarle otro a la Monalisa. Es justo que podamos volver a divertirnos todos, no solo unos pocos”.

Pablo Helguera. Artoons.

Pablo Helguera. Artoons.

En cambio, el director de Arte de la BBC, Will Gompertz, cuenta en su libro ¿Qué estás mirando? (Taurus, 2013) que si Duchamp hoy viviera (nos dejó en 1968) se habría reído mogollón de la reverencia con que hoy se sigue saludando al célebre urinario, “una escultura readymade que nunca fue mostrada en público, que no pretendió ser nada más que una provocación y una broma pero que se ha convertido en la obra de arte más influyente de todo el siglo XX”.

Ahora que el urinario cumple cien años sigue vigente la pregunta del millón. Si la maniobra de Duchamp fue y sigue siendo una broma que abrió la veda a muchos de los pasotes que todos tenemos en mente o si es, por el contrario, la creación de un genio absoluto… del intelecto. La opinión de Trapiello es transparente. La de Gompertz, que de esto sabe un rato, también. El periodista inglés otorga a Duchamp la responsabilidad y el mérito de “todo el debate de si algo es o no arte y eso es precisamente lo que pretendía”. Lo importante no es saber pintar ni proporcionar un placer estético, sino saber “generar sentido u observaciones mediante la presentación de ideas que no tenían otra función más allá de su propia existencia”.

Cuesta encontrar mejor adalid –por inteligente y entretenido– para el arte moderno que Gompertz y, sin embargo, el inglés no solo no teme burlarse de los excesos artísticos, sino que decidió salpicar su ensayo con viñetas de Pablo Helguera (Ciudad de México, 1971), cuyas caricaturas buscan hacer sangre a la menor ocasión; por ejemplo, en la que abre el libro de Gompertz vemos a dos arqueólogos que tratan de descifrar con una lupa las líneas de una tablilla de barro encontrada en una excavación. Resignado, uno de ellos razona: “El texto es incomprensible: debe tratarse del catálogo de una exposición”.

En otro ejemplo de cómo se las gasta este artista afincado en Nueva York vemos a dos árboles dialogar y uno de ellos confiesa un temor: “Lo que más me aterra es convertirme en un catálogo de exposiciones con ensayos académicos que nadie va a leer jamás”. Más: en una galería, copa en mano, una coleccionista le informa a otra: “Solo colecciono arte útil: arte que sirva para impresionar a mis amigos”. Helguera conoce a la perfección el ambiente que satiriza porque forma parte de él. Consonni, una editorial de Bilbao especializada en libros de crítica y arte, ha reunido una selección de casi doscientos de sus dibujos publicados en los últimos siete años.

Juanjo Sáez. El arte. Conversaciones imaginarias con mi madre.

Juanjo Sáez. El arte. Conversaciones imaginarias con mi madre.

Otro acercamiento al arte contemporáneo que busca la sonrisa del lector es el que propone –o propuso porque la primera edición es de hace diez años– El Arte. Conversaciones imaginarias con mi madre, de Juanjo Sáez (Barcelona, 1972). Ahora que ARCOmadrid está ya a la vuelta de la esquina, no está de más recordar que al arte moderno hay que acercarse siempre libre de prejuicios y con una mirada distinta de la que gastamos cuando paseamos por los museos clásicos. En ese sentido, pocas guías más decididamente personales, entrañables, apasionadas (“El arte ha hecho que mi vida sea mejor”), emocionantes y divertidas que la de Sáez. Con ese trazo, tan alérgico al virtuosismo como plenamente disfrutable, el autor explica a través de su experiencia –mejor que mil ensayos sesudos– por qué el mundo sería mucho peor sin arte y por qué aproximarnos al arte moderno puede ser un gozo para cualquiera sin distinción: para el crítico especializado y para una ama de casa como su madre. “Mamá, el arte es un tesoro que nos han robado. Han encerrado el arte en un cofre de conocimientos y para abrir la cerradura hace falta haber leído mucho. Pero cualquier persona mínimamente sensible puede saltarse la cerradura y abrir el tesoro”.

Sáez se pasea sin complejos, con ese descaro y sinceridad que son marca de la casa, por museos y galerías; se adentra en los estudios y las ideas de Miró, Tàpies, Warhol, Picasso o Chillida. A veces con rendida admiración, en otras ocasiones con cierta sorna, pero siempre con ganas de provocar una sonrisa, incluso en el capítulo dedicado a Duchamp y su centenario y todavía controvertido urinario.

Juanjo Sáez. El arte. Conversaciones imaginarias con mi madre.El Arte. Conversaciones imaginarias con mi madre
Juanjo Sáez
Editorial Astiberri
306 páginas
21 euros

 

 

 

 

Artoons.Artoons
Pablo Helguera
Traducción: Álvaro Perdices
Editorial Consonni
204 páginas
19,50 euros