El Prado muestra al público alrededor de 1000 obras, de las 4.900 que forman su colección.

El Museu d´Arqueologia de Catalunya exhibe algo menos del 10% de sus fondos: de las 40.000 piezas que posee, solo hay a la vista 3.900. Entre las ocultas está la estatua de Príapo, cuyo enorme atributo sexual le llevó, por pudor de un ex director, directamente al almacén.

Piezas del sótano del Reina Sofía sirven para decorar La Moncloa cuando cambia el Presidente del Gobierno.

Y así, una institución tras otra. Y con una justificación muy comprensible: saturados por el volumen creciente de sus colecciones, los museos se ven obligados a ocultar más de lo que muestran, condenando al olvido – en algunos casos de por vida – a más del 90% de las obras que comprenden sus fondos.

Sótanos visibles

Sin embargo, hay una tendencia que se va imponiendo desde hace años: el “visible storage”, el almacenamiento a la vista, abierto al público, vitrinas donde se exponen desordenadamente miles de piezas, mamparas de cristal móviles repletas de cuadros etiquetados que el visitante puede ver; en definitiva, exposiciones oficialmente montadas con unas pocas piezas muy valiosas, pero paralelamente, sótanos con infinidad de obras por las que el público puede moverse sin miedo a tener que opinar sobre “lo divino y lo humano”, sencillamente disfrutando del arte.

La pregunta, por tanto, es: todas esas obras almacenadas… ¿merecerían otra oportunidad? ¿se trata de arte de categoría B? ¿ha sido el propio mercado quien las ha relegado a la oscuridad de los sótanos? 

La realidad es que el interés o no de las obras, sobre todo en el caso del arte contemporáneo, es un concepto de doble filo: lo que para alguien hoy no tiene ningún interés, es posible que mañana le suponga un descubrimiento impagable para otro.