Veinte años antes de que Meg Ryan escandalizara a Billy Crystal y a todo un restaurante simulando un orgasmo en Cuando Harry encontró a Sally… (When Harry Met Sally…, 1989), Jack Lemmon hizo algo parecido en La extraña pareja (The Odd Couple, 1968). En una de las escenas más divertidas de esta inolvidable comedia, Lemmon, en el papel del hipocondriaco Felix Ungar, empezaba a emitir unos espasmódicos mugidos en un bar para destaponar sus oídos, obstruidos por una sinusitis. Frente a él, con cara de circunstancia, le observa impasible Oscar Madison, interpretado por Walter Matthau.

En pocas ocasiones el cine ha encontrado una pareja de cómicos con tanta química. Y si a eso se suma una amistad que se llevaron a la tumba, rompiendo con el estereotipo de las parejas de humoristas que se acaban odiando, al estilo de Lewis y Martin, Lemmon y Matthau solo se pueden comparar con los geniales Stan Laurel y Oliver Hardy. No es ningún secreto que Billy Wilder admiraba al Gordo y al Flaco, y llegó a plantearse dirigir una película protagonizada por el dúo. Cuando Oliver Hardy murió, el proyecto se fue al garete y Wilder decidió crear a sus propios Laurel y Hardy.

Lemmon y Matthau, la extraña pareja.

En bandeja de plata (The Fortune Cookie, 1966), de Billy Wilder, supondría la primera colaboración de la pareja. Lemmon llevaba tiempo queriendo actuar con Matthau: «Resulta gracioso que nunca hubiéramos trabajado juntos, porque pertenecemos al mismo crisol de intérpretes que comenzaron a actuar al volver de la guerra. Tenemos aproximadamente la misma edad (Walt es un par de años mayor), estábamos en el mismo barco. Los dos actuamos en los comienzos de la televisión en vivo y en Broadway, pero nunca hicimos un espectáculo juntos. Hice al menos quinientos programas de televisión en un período de cinco o seis años, desde 1947 hasta 1953, y Walter estaba haciendo lo mismo y actuando en Broadway. Yo solo hice un espectáculo en Broadway, pero interpreté un papel protagonista de inmediato, en una reposición de Room Service. Se suponía que Walter iba a actuar conmigo, pero desafortunadamente no pudo hacerlo. Trabajó con Felicia (Felicia Farr, la mujer de Lemmon) antes de hacerlo conmigo. No llegamos a trabajar juntos hasta En bandeja de plata. ¡Jesús, funcionó desde la primera mañana! La primera escena fluyó como si estuviéramos sentados desayunando, simplemente hablando el uno con el otro. Es ese mismo tipo de sensación, simplemente fantástico. Ha sido una relación maravillosa que se fortalece por el hecho de que no solo tenemos una relación que funciona muy bien en la pantalla, sino también a nivel personal. Y cuanto más conoces a alguien, más fácil es trabajar con él. Lo mismo ocurre con nuestras esposas, que son como hermanas. Así que nos vemos a todas horas. Y cuando Walter y yo trabajamos juntos, podemos cambiar de escena justo en el medio, hacer cualquier cosa, y el otro lo acepta».

‘En bandeja de plata’.

Wilder ya había querido trabajar con Matthau en La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), pero el estudio se negó a darle el papel protagonista porque no era lo suficientemente conocido. De modo que en esta ocasión, Lemmon insistió en formar pareja con Walter, cediéndole el papel de Willie Gingrich, un picapleitos que malvive demandando a aseguradoras hasta que ve la posibilidad de hacerse rico, proponiendo a su cuñado que finja una parálisis para poder reclamar medio millón de dólares.

Según contaba el propio Matthau, llevaban tres semanas rodando cuando se dirigió a Lemmon y le dijo: «¿Por qué estás haciendo esta película? Yo tengo el mejor personaje». Él se volvió y le respondió: «¿No crees que ya iba siendo hora?» El rol de Willie Gingrich supondría el regreso del actor a Hollywood tras un triunfal paso por Broadway que le valió dos premios Tony. En palabras de Lemmon: «Era simplemente un actor maravilloso que nunca tuvo su gran oportunidad, y ya era hora de que la tuviera». Matthau siempre agradeció el gesto de su amigo: «Este hombre es manso, encantador… Es generoso, no tiene problemas de ego. Es un hombre sin ego».

Aunque Matthau tenía el rol más lucido, Lemmon está increíble en un papel discreto, que requería que estuviese casi todo el tiempo en una silla de ruedas. Resulta especialmente memorable la escena en que se da cuenta de que su exesposa ha vuelto con él por su dinero, donde expresa tanto dolor con su mirada que es imposible no emocionarse.

El rodaje de En bandeja de plata resultaría accidentado para Matthau, pues sufrió un infarto que obligó a Wilder a posponer cinco meses la producción. El trabajo del cómico sería reconocido con el Óscar al mejor actor secundario, aunque Matthau siempre creyó que le dieron el galardón porque pensaban que estaba al borde de la muerte.

‘En bandeja de plata’.

Lemmon solía contar una historia real que parece sacada de La extraña pareja. Cuando Matthau estaba en el hospital, tenía miedo de que su corredor de apuestas le matase si no pagaba sus deudas, de modo que le envió a Lemmon un sobre con un mensaje: «Quiero que te reúnas con Jaime mañana a las diez de la mañana, frente a la entrada de los estudios Goldwyn. Estará en un viejo Dodge destartalado. Te mirará y no dirá ni una palabra. Dale el sobre». Por supuesto, Lemmon no conocía al tal Jaime, pero acudió a la cita y entregó el sobre cerrado a un tipo que medía poco más de metro cincuenta.

Billy Wilder volvería a dirigir al dúo en otras dos ocasiones: Primera plana (The Front Page, 1974) y Aquí, un amigo (Buddy Buddy, 1981), pero antes se pusieron a las órdenes del también actor Gene Saks, quien filmaría en 1968 la adaptación cinematográfica de la pieza teatral de Neil Simon La extraña pareja.

La obra se estrenó en Broadway en 1965, con Matthau y Art Carney en los papeles principales. Matthau quería ser Felix, porque pensaba que el papel de Oscar era demasiado fácil. Acabaría ganando el premio Tony encarnando a Oscar Madison, en lo que Lemmon definió como: «La mejor interpretación que he visto en una comedia». Cuando Paramount Pictures planeaba adaptar la obra a la gran pantalla, le ofrecieron a Lemmon el papel de Oscar. Él dejó claro que solo actuaría en la película si Matthau caracterizaba a Oscar. Antes, se aseguró de que el estudio no quería a Carney en el papel de Felix, porque no tenía experiencia en el cine. Lemmon no quería quitarle el trabajo a nadie. Esa es la clase de persona que era.

‘La extraña pareja’.

Lemmon y Matthau. Felix y Oscar. Para el público, el contraste entre ambos personajes quedaría asociado para siempre a la pareja de cómicos. Felix es maniático, escrupuloso y desdichado. Oscar, desastroso, sucio y despreocupado. Matthau reconocería que algo de esa disparidad se correspondía con la realidad: «Creo que la magia es que él es ordenado y hábil y yo soy lento y descuidado. Él es el perfeccionista y yo no, y nunca chocamos».

Aunque Matthau era más corpulento que Lemmon, el contraste entre ambos no se basaba, como suele ser habitual en las parejas de cómicos, en el aspecto físico (el gordo y el flaco, el guapo y el feo…) sino en sus personalidades. Lemmon era un protestante estricto y neurótico, y Matthau un judío relajado y cínico. Se entendían a la perfección. El argumento de La extraña pareja explota ese antagonismo con una dinámica de matrimonio malavenido. Lemmon de nuevo asume los roles tradicionalmente atribuidos al sexo femenino.

Jack Lemmon se divirtió caracterizando a Felix Ungar. Al contrario que Matthau, que apoyaría la comicidad de Oscar en sus ocurrencias y su extravagancia, en el personaje de Lemmon la comedia nace del dolor, ya sea físico (sus continuas y disparatadas dolencias) o mental (su depresión y su sentimiento de culpa). Felix es un hombre serio en una película muy divertida.

‘La extraña pareja’.

La primera escena de La extraña pareja no da ninguna pista de que estemos viendo una comedia. Lemmon, totalmente hundido, entra tambaleándose en un hotel y pide una habitación. Cuando le dan una en el tercer piso, pregunta si no tienen una más alta. Es la sombra de un hombre. Su esposa acaba de pedirle el divorcio. En su habitación del piso noveno, Feliz mira unas fotos que ha sacado de su cartera, se quita el reloj y su anillo de boda y lo guarda todo en un sobre, dirigido a su mujer y sus hijos. Después se aproxima a la ventana desde la que se va a suicidar. Está atascada. Al tratar de abrirla tiene un ataque de lumbago y se tiene que tumbar en la cama. Con un gesto, Lemmon transforma la tragedia en comedia. Magic time.

‘Primera plana’.

Primera plana también explotaría la dinámica de matrimonio de la pareja. Matthau interpreta al director de un periódico, celoso porque su reportero estrella, Lemmon, se va a casar y abandonar la profesión. Desde el primer momento hará todo lo posible para que la pareja rompa su compromiso.

El filme de Wilder era la tercera adaptación cinematográfica de la obra de teatro de 1928 The Front Page, una ácida crítica al mundo del periodismo escrita por dos antiguos reporteros de Chicago, Ben Hecht y Charles MacArthur. La obra se trasladó por primera vez a la gran pantalla en Un gran reportaje (The Front Page, 1931), considerada la primera screwball comedy del cine. Howard Hawks creía que el filme tenía el «mejor diálogo moderno» jamás escrito y decidió hacer el remake Luna nueva (His Girl Friday, 1940), cambiando a uno de los protagonistas por una mujer, que interpretaría Rosalind Russell. Luna nueva es recordada por ser una de las películas con los diálogos más rápidos de la historia.

La versión de Billy Wilder es una ácida crítica a la pena de muerte, la corrupción política y el sensacionalismo periodístico. Pese a ser fiel al original de Hecht y MacArthur, siempre sufrió la comparación con la obra maestra de Hawks. El propio Lemmon reconoció en una entrevista que el Wilder guionista tomó el control y no dejó que los personajes se pisaran los diálogos. Obsesionado porque el público entendiera todo lo que había escrito en el guion, el realizador olvidó su pasión por el timing y traicionó el espíritu desenfrenado de la obra original.

Con Cliff Osmond y Walter Matthau en ‘Primera plana’.

Al trabajar con el dúo, Wilder ahondaría en las relaciones de dominación y sumisión que ya aparecían en Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959). Lemmon siempre jugaría el papel del sumiso. En En bandeja de plata es el hombre que se deja manipular por su cuñado y su exmujer para simular una parálisis. En Primera plana, el periodista que es mangoneado por su jefe. En Aquí, un amigo interpreta a un hombre que intenta suicidarse en la habitación de hotel contigua a la de un asesino a sueldo, encarnado por Matthau.

Billy Wilder afrontó la realización de la película tras haber decidido abandonar el cine, a causa de su nefasta experiencia dirigiendo Fedora (1978), y solo se sumó al proyecto cuando Lemmon y Matthau se unieron al equipo. La comedia adaptaba la película francesa El embrollón (L’emmerdeur, 1973). Nadie quedó contento con la producción. A Lemmon no le gustó el guion y Wilder creía que se había equivocado con el casting: «Fue absolutamente erróneo coger a dos cómicos. Después de haber rodado durante dos semanas me di cuenta que tendría que haberle dado el papel del asesino a alguien que impresione, no a un cómico. A Clint Eastwood, en lugar de a Walter Matthau». Aquí, un amigo fue la última película dirigida por Billy Wilder.

‘Aquí, un amigo’.

Anteriormente, Lemmon se había puesto por primera y única vez detrás de las cámaras para dirigir a su amigo en la emotiva comedia Señor Kotcher (Kotch, 1971), donde Matthau interpretaría a un vendedor jubilado. A Walter se le daba muy bien meterse en la piel de ancianos, algo que demostraría en otras películas como La pareja chiflada (The Sunshine Boys, 1975). Lemmon disfrutaría dirigiendo a Walter y a Felicia, aunque volvería a mostrarse humilde ante la experiencia: «Tuve la suerte de que Matthau interpretara el papel. No necesitaba ninguna dirección. Mantuve la boca cerrada la mayor parte del tiempo y me limité a decir “hagamos una más”, “un poco menos” o “un poco más”, pero hubo muy pocas ocasiones en las que sentí que Walter estaba yendo por mal camino. Es un actor tan bueno que sus instintos eran casi infalibles».

Lemmon dirige a Matthau en ‘Señor Kotcher’.

En solitario, los papeles que le ofrecían a Lemmon respondían a la popularidad de sus anteriores películas. Tras interpretar en El apartamento (The Apartment, 1960) a C.C. Baxter, el gris empleado que conseguía ascender en su empresa al ceder su piso a sus jefes para que culminasen sus aventuras amorosas, se sucedieron las tramas de enredos inmobiliarios y laborales, como Adán también tenía su manzana (Under the Yum Yum Tree, 1963), donde encarnaba a un casero que quería tener un romance con su inquilina; La misteriosa dama de negro (The Notorious Landlady, 1962), donde interpretaba a un diplomático que se enamoraba de su casera, o Préstame tu marido (Good Neighbor Sam, 1964), donde un gris empleado de una compañía publicitaria logra ascender de la noche a la mañana por ser un respetable padre de familia. Al menos esta última, una divertida farsa del matrimonio dirigida por David Swift, cuenta con la participación de la fabulosa Romy Schneider.

Con Romy Schneider y Edward G. Robinson en ‘Préstame a tu marido’.

Cuando Lemmon tenía que asumir roles de seductor la cosa quedaba forzada. Por muy buen actor que fuera, no era su papel. Al verlo es imposible no imaginar cómo lo habría interpretado Cary Grant o incluso su amigo Walter Matthau, que siempre resultó más efectivo en este tipo de roles, como demostraría en películas como Guía para el hombre casado (A Guide for the Married Man, 1967) o Flor de cactus (Cactus Flower, 1969).

Lemmon lo intentó, pero los personajes resultaban repetitivos, basta comparar a Stanley Ford, el solterón misógino, dibujante de tiras de prensa y alérgico al matrimonio de Cómo matar a la propia esposa (How to Murder Your Wife, 1965) con Peter Wilson, el solterón misántropo, humorista gráfico y alérgico al matrimonio de Guerra entre hombres y mujeres (The War Between Men and Women, 1972). No resulta difícil ver el patrón de estas producciones, que presentaban el manido conflicto entre el playboy cosmopolita, con un martini en una mano y un sujetador desabrochado en la otra, y la firme defensora de los valores tradicionales, obsesionada con el matrimonio y la maternidad.

Con Virna Lisi en ‘Cómo matar a la propia esposa’.

Lemmon resultaba más brillante cuando desataba su alma de volatinero en roles dobles, como el de Nestor Patou y Lord X en Irma la dulce (Irma la Douce, 1963) o el profesor Fate y el príncipe Frederick Hoepnick en La carrera del siglo (The Great Race, 1965), de Blake Edwards. La película se basaba en la Carrera Nueva York – París de 1908, una extravagante competición automovilística organizada por The New York Times que exigió cruzar Estados Unidos y viajar en barco hasta Rusia, para luego recorrer todo el continente asiático y parte de Europa hasta París. Lemmon caracteriza al mezquino profesor Fate como si fuera un villano de cómic, apoyado en la química con Peter Falk, que encarna a su esbirro, Max. La carrera del siglo inspiraría la popular serie animada de Hanna-Barbera Los autos locos (Wacky Races, 1968–1969), donde los populares Pierre Nodoyuna y su perro Patán estaban basados en los personajes de Lemmon y Falk.

Con Peter Falk en ‘La gran carrera’.

Blake Edwards fue el primer director que dio a Jack Lemmon la oportunidad de demostrar su talento en un drama. Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962) adaptaba una obra de teatro televisada de J.P. Miller, emitida en 1958. Lemmon encarna a un borracho que acaba empujando a su mujer al alcoholismo. El actor entregaría una de sus caracterizaciones más conmovedoras, exhibiendo su capacidad para encarar roles dramáticos.

Con Lee Remick en ‘Días de vino y rosas’.

Una vez más fue nominado al Óscar, pero el premio fue otorgado en esta ocasión a Gregory Peck por Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962). En palabras de Peck: «Pensé que Jack Lemmon ganaría por Días de vino y rosas. Mientras caminaba por el pasillo, Jack estaba justo allí. Di tres o cuatro pasos y simplemente le toqué el hombro mientras pasaba. En una afortunada coincidencia, Jack ganó el Óscar años después y yo estaba ahí para entregárselo».

Décadas más tarde, en la serie Inside the Actors Studio (1994), el conductor del programa, James Lipton, le pidió a Lemmon que interpretara la escena en que el personaje reconoce su adicción en una reunión de Alcohólicos Anónimos. Abriendo su corazón, Lemmon reconoció en ese momento que era alcohólico, sembrando un silencio sepulcral entre los asistentes. Era la primera vez que hablaba en público de su adicción.

Con Sandy Dennis en ‘Los encantos de la gran ciudad’.

Lemmon siguió oscilando, cual funambulista, entre el drama y la comedia en dos películas con guiones escritos por Neil Simon, el autor de La extraña pareja: Los encantos de la gran ciudad (The Out of Towners, 1970) y El prisionero de la Segunda Avenida (Prisoner of Second Avenue, 1975). Ambos filmes ahondaban en la deshumanización de las grandes urbes, presentando a personajes que, de un modo u otro, acaban siendo devorados por Nueva York, el paradigma de las ciudades monstruo.

En Los encantos de la gran ciudad, de Arthur Hiller, Lemmon encarna a un ejecutivo de Ohio que visita la Gran Manzana junto a su mujer (caracterizada por Sandy Dennis) para asistir a una entrevista de trabajo. La pareja sufrirá una serie de desastrosos acontecimientos que se irán sucediendo en una disparatada espiral de infortunio.

El prisionero de la Segunda Avenida es una comedia si cabe más oscura, donde Lemmon se mete en la piel de un ejecutivo de mediana edad que tiene que lidiar con la depresión que sufre tras ser despedido. La gran Anne Bancroft interpreta a su compañera, que trata de que su marido no se arroje al abismo.

El origen teatral de la película de Melvin Frank se traduce en una atmósfera claustrofóbica, donde el apartamento cumple la función de prisión del ciudadano. En ambas producciones, Simon expresa la alienación del individuo en la cosmópolis estadounidense, y Lemmon hace suyas las neurosis de los urbanitas con sus retratos de hombres de clase media mediocres y desencantados.

‘El prisionero de la segunda avenida’.

En Salvad al tigre (Save the Tiger, 1973), Lemmon ahondaría en su caracterización de los desheredados del sueño americano. Para poder trabajar en esta modesta producción, el actor renunció a su salario habitual y actuó por un sueldo simbólico y un porcentaje de taquilla.

Dirigida por John G. Avildsen, el futuro realizador de Rocky (1976), Salvad al tigre recorre 24 horas de la vida de Harry Stoner, el desesperado dueño de un negocio textil que, para salvar a su empresa de una auditoría, proporciona prostitutas a sus proveedores y planea quemar una de sus fábricas para cobrar el seguro.

Lemmon compone una de sus actuaciones más sobrecogedoras en el papel de un veterano de guerra consumido por la culpa, y otro personaje que debería resultar despreciable acaba siendo humanizado por su magia. El actor admitió que aquella había sido la interpretación más gratificante de su carrera, tal vez porque en ella dejó un poso de su amarga lucha contra el alcoholismo. Lemmon ganó el Óscar por su caracterización de Harry Stoner, convirtiéndose en el primer hombre en obtener el galardón en dos categorías: actor de reparto y protagonista. Había roto la maldición. Magic time.

‘Salvad al tigre’.

En El síndrome de China (The China Syndrome, 1979) interpretaría a un ingeniero de una planta nuclear que trata de advertir a los directivos de la central de un riesgo de seguridad que podría provocar un accidente nuclear. El rol fue escrito originalmente para un actor de unos treinta y tantos años. Lemmon, que tenía más de cincuenta, convenció al productor, Michael Douglas, de que el público simpatizaría más con un hombre maduro, y consiguió el papel. Su interpretación es, una vez más, un monumento al ciudadano común: anodino y mediocre, pero con mayor sentido del deber que sus patronos.

‘El síndrome de China’.

El síndrome de China llegó a los cines el 16 de marzo de 1979, reabriendo el debate sobre los riesgos de la energía nuclear. Paradójicamente, tan solo doce días después del estreno de la película, el 28 de marzo, se produjo un accidente nuclear en la planta de Three Mile Island, al sureste de Harrisburg, en Pensilvania. Los más escépticos dijeron que aquello era un truco publicitario de los estudios.

Lemmon compaginó el rodaje de El síndrome de China con la representación en Broadway de la pieza teatral Tribute. Posteriormente también protagonizaría la adaptación cinematográfica de la obra, Tributo (Tribute, 1980). Además de encarnar a uno de sus personajes preferidos, un agente de prensa de Broadway que descubre que se está muriendo de cáncer y trata de reconciliarse con su familia, Lemmon demostraría en el filme sus dotes como pianista.

Cartel de Al Hirschfeld para la obra ‘Tributo’.

Otra de las cumbres de su carrera cinematográfica sería su interpretación de Ed Horman en Desaparecido (Missing, 1982), de Costa-Gavras. La película se basaba en un hecho real, la desaparición del periodista Charles Horman tras el Golpe de Estado de 1973 que derrocó al gobierno de Salvador Allende en Chile, y la batalla incansable de Ed Horman para descubrir el paradero de su hijo.

Con gran acierto, Costa-Gavras denuncia los crímenes contra la humanidad de la dictadura de Pinochet y la implicación de la CIA en el Golpe de Estado a través de los ojos de un empresario conservador y religioso, que al principio recela de las ideas de su hijo y el estilo de vida de su nuera, interpretada por Sissy Spacek. Finalmente, la evidencia hará que tenga que reconocer la verdad. En palabras de Lemmon: «Tuvo que crecer y aprender».

Con Sissy Spacek en ‘Desaparecido’.

La transformación del personaje de Lemmon en la pantalla es de una belleza y una tristeza inigualables. Cuando descubre el trágico destino de su hijo, un plano general lo muestra bajando unas escaleras, que a continuación vuelve a subir, totalmente desorientado. Duda, se gira, retoma su descenso. Es la viva imagen de la derrota. Pocas veces se ha expresado el dolor en la pantalla con tanta sutileza y poesía.

Al ser preguntado por su participación en películas críticas y progresistas como El síndrome de China y Desaparecido, Lemmon confesó: «Como ser humano y también como ciudadano estoy encantado de que ambas películas tengan cosas que decir con las que coincido. Pero las habría hecho aunque no estuviera de acuerdo».

En los años noventa, Jack Lemmon estaba en plena forma, trabajó con Oliver Stone y con Robert Altman e interpretó a Shelley «la máquina» Levene en Glengarry Glen Ross (1992), la adaptación cinematográfica de la obra de David Mamet. Glengarry Glen Ross tiene el que probablemente sea el mejor reparto masculino de la década: Al Pacino, Alan Arkin, Kevin Spacey, Ed Harris, Jonathan Pryce… Lemmon se los come a todos. Cuando sale en pantalla es imposible no fijar la vista en su magnífica caracterización de Levene, un agente inmobiliario fracasado y envejecido, que presume de dentadura postiza en una piscina llena de tiburones. El director James Foley recordaba la perfección y la precisión de la actuación de Lemmon, y cómo se cansaba de rodar con Al Pacino, que repetía toma tras toma experimentando con enfoques alternativos. En una ocasión, oyó como Lemmon murmuraba en voz baja: «Maldito método».

‘Glengarry Glen Ross’.

Lemmon admiraba el guion de Mamet y compuso uno de sus grandes personajes, un hombre patético y acobardado, que cree con fe desesperada que tiene un as en la manga hasta cuando el desastre se cierne sobre él. El actor comentaría que el público le decía que sentía pena por el personaje, aunque él no pretendía que fuese digno de compasión. Lemmon volvió a hacer gala de su humildad y atribuyó el mérito a David Mamet.

El actor siguió trabajando hasta el último momento. Como le gustaba decir: «En mi caso no me veo jubilado. Seguiré adelante hasta que me atropelle un camión o un productor». Actuó junto a George C. Scott en los remakes televisivos de los dramas judiciales 12 hombres sin piedad: El veredicto (12 Angry Men, 1997) y La herencia del viento (Inherit the Wind, 1999), por los que fue nominado al Emmy. Finalmente sería galardonado por otro telefilme, Martes con mi viejo profesor (Tuesdays with Morrie, 1999).

’12 hombres sin piedad: El veredicto’.

Con su amigo Walter Matthau volvería a coincidir en JFK: Caso abierto (JFK, 1991), aunque no compartirían ninguna escena. Su reencuentro como pareja cómica llegaría con Dos viejos gruñones (Grumpy Old Men, 1993), un inesperado éxito de taquilla que demostró que el mundo necesitaba a Lemmon y a Matthau. Después vino una secuela, Discordias a la carta (Grumpier Old Men, 1995), una película dirigida por el hijo de Walter, El arpa de hierba (The Grass Harp, 1995) y la mediocre Por rumbas y a lo loco (Out to Sea, 1997).

Por suerte, la despedida de la pareja estuvo a la altura de su legado. Neil Simon escribió el guion de La extraña pareja, otra vez (The Odd Couple II, 1998), y Oscar y Felix volvieron a cobrar vida. La magia seguía intacta. En total, Lemmon y Matthau habían hecho diez películas juntos.

‘JFK: Caso abierto’.

Echando la vista atrás, Jack recordó una ocasión en que caminaba por Broadway junto a un amigo. La calle estaba llena de actores hambrientos de fama. Él era el flamante nuevo ganador del Óscar al mejor actor secundario. Iba presumiendo de sus logros y hablando de su talento, cuando su acompañante le paró en seco: «¿Ves a ese tipo de ahí? ¿Y a ese de ahí? Pues tú no eres mejor actor que ellos. Solo has tenido más suerte». En el ocaso de su carrera, Jack había aprendido la lección: «Creo que he tenido muchísima suerte. En mi opinión, no conozco a ningún actor que haya tenido oportunidades tan maravillosas. No digo que yo sea bueno o genial o pésimo ni nada por el estilo. Esa opinión se la dejo a otras personas. Pero las oportunidades que he tenido son fantásticas, un papel maravilloso tras otro». Sin duda, era un tipo con suerte. Pero también un hombre extraordinario.

Lemmon existió por nosotros. Un pequeño consuelo para aquellos que hemos vivido nuestras mayores emociones mirando una pantalla. Con su sabiduría de histrión supo retratar la comedia con seriedad y el drama con una vis cómica, acertando a ver que la vida tiene muchas capas: «Resulta bastante difícil escribir un buen drama, pero es mucho más difícil escribir una buena comedia. Y lo más difícil de todo es escribir una mezcla de drama y comedia. Que es lo que es la vida».

‘La extraña pareja, otra vez’.

Un buen ejemplo de ello es la forma en que se enteró de la muerte de su amigo Walter Matthau. En su última entrevista en el programa de Larry King, en el año 2000, confesó que descubrió que su amigo había fallecido mientras estaba en el retrete. En una situación tan poco solemne, su mujer, Felicia, entró al baño, se inclinó, le besó en la frente y le dio la funesta noticia.

Lemmon murió un año después de la partida de Matthau. Se lo llevó por delante la misma enfermedad que había acabado con la mujer que le abrió las puertas del cine y con su mejor amigo, fuera y dentro de la pantalla. Hoy en día descansan a pocos metros de distancia, en el cementerio de Westwood.

Al fin y al cabo, nadie definió mejor a Jack que su amigo Walter: «Solía pensar que la razón por la que me resultaba tan cercano en la pantalla era lo bien que le conocía. Pero la razón no es esa. Es lo que sabe hacer mejor que nadie. Nos permite ver la tragedia y la comedia del mundo a través de los ojos de alguien que conocemos. Alguien que insinúa que tal vez podríamos ser nosotros mismos. Porque, en palabras del poeta y filósofo Billy Wilder: “La mayoría de los actores son capaces de mostrarte una o dos cosas y con eso han vaciado sus estantes. Jack Lemmon es los almacenes Macys, Tiffanys y Sears, los catálogos al completo”». Magic time.