No, o al menos, no sólo. Sin duda una de las grandes en las carteleras de los últimos tiempos, Amor es mucho más. Ganadora también de la Palma de Oro en el Festival de Cannes -la segunda que obtiene el director austriaco tras la que recibió en 2009 por La cinta blanca– la cámara de Haneke nos introduce en la intimidad de un hogar de clase media alta en el que, rodeados de libros, discos, obras de arte y recuerdos, vive una pareja de octogenarios.

Personal

Como el propio Haneke ha confesado, esta es su película más personal. Inspirada en parte en la experiencia vivida por una tía del cineasta, los cuadros que aparecen en pantalla pertenecen a sus padres y cuelgan en las paredes de la que fue su casa natal en Viena y la distribución del piso en la que transcurre la mayor parte de la cinta es muy parecida a la de aquella, su casa paterna.

El magistral despliegue interpretativo de Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, los protagonistas, es una de las claves de esta propuesta, en la que, entre música y lecturas, discurre para ellos plácida la vida hasta que, con la enfermedad degenerativa de ella, emerge la sombra de la muerte.

Las cosas cambian y en ese cambio se recrea una historia llena de sutileza y entrega, de frustración, reto, verdad y dolor, superación y abatimiento, y respeto, y condolencia y renuncia y amor, claro, amor; sublime amor. 

Atrevimiento

Dándole vueltas a las formas y muchos fondos de esta propuesta de Haneke en la que al cabo de los años, frente a frente, dos personas se miran, asumen, comprenden y se alegran, -por eso en Amor no hay solo desolación-, de haber transitado la vida juntos, el recuerdo rescató un poema incluido en un libro de quien esto escribe hace ya más de 20 años.

Pido excusas de antemano. Discúlpenme la osadía, pero Amor, con toda su grandeza, y Ancianos, en su pequeñez, tienen mucho en común, y eso justifica el atrevimiento.

 

ANCIANOS

Son los años pasados los que casi no pesan
aunque la carne vuele y se cubra de cuero,
se retuerzan las manos como raíces tristes
y el lumbago nos eche un poco hacia adelante.

Ahora somos pequeñitos de fuego
y la voz se desgarra, desgañita, achillona,
el recuerdo al rescate de sueños transcurridos.
Tantos años a cuestas… consumidos los días.

Qué eras tú? Qué eras?
viento, volcán, herida tremebunda
y yo a tu lado,
pues así lo quisimos una tarde de invierno
tras muchas otras tardes de lanzarnos silencios
y piedras y posibles.
Una tarde quisimos abrirnos las entrañas,
no hubo gente, flores, -era invierno?-
una mirada simple que se prolonga siempre,
sin acertar de todo qué ha pasado en el mundo…
Qué son estas palomas, zumbidos, gritos, cantos
este azúcar que a ratos se apodera del aire
qué es?, qué me has traído mujer,
si antes el tiempo eran las 24 horas,
sucediendo su incólume monocorde latido.

Qué vuelo de minutos que no pasan, y pasan
dejándonos tan viejos uno frente del otro.

Me quedan aún las ganas
de acariciar tu vientre -tambor desvencijado-
y llamarte unos nombre recubiertos de espuma.
Tú me acunas las noches,
esta tos que no cesa,
con tú música dulce de violín, violonchelo.