Casi al tiempo y también sobre el Atlántico, pero muchas millas al sur (frente a las costas de Pernambuco), se esfumaba en el aire, acaso partido por un rayo, el vuelo 447 de Air France, que con 228 personas a bordo había dejado horas antes el aeropuerto de Río de Janeiro con destino París.

El azar cierra el elíptico juego de las casualidades cuando sabemos que en las pantallas del misterioso vuelo transoceánico estaba previsto (¿se habría proyectado ya cuando surgió la tormenta?) el pase de la película de Cameron en la que Leonardo Di Caprio y Kate Winslet viven su torrencial pasión sobre la cubierta anegada de la nave.

Millvina Dean

No fue consciente de nada, pero aquello marcó su existencia para siempre. Vivió 97 años para contar que era la viajera más joven, que su familia ocupaba un camarote de tercera en el que se había embarcado en busca del sueño americano. Que su padre proyectaba abrir en Kansas un negocio de tabaco. Que no pudo ser porque tras la colisión frente a las costas de Terranova, aquel hombre se ahogó acompañando al fondo del océano a otras 1.500 personas.
Ella, su madre y su hermano se salvaron flotando en un repleto bote al que auxilió el Carpathia, al que se subieron, ateridos, los 700 supervivientes. Tras la decisión materna de regresar a Inglaterra, Millvina Dean ha vivido toda su vida en Southampton, reacia siempre a participar en actos conmemorativos de la tragedia.

Cuando en 1985 fueron localizados en el fondo marino los restos del gran barco y el Museo Marítimo Británico organizó una exposición con los restos recuperados, dudó de las intenciones y criticó el carácter comercial de la muestra.
Nunca quiso ver ni la película de Cameron ni ninguna otra, documentales incluidos, sobre el naufragio, “a fin de cuentas, dijo, ese fue el ataúd de mi padre”. Pero los problemas económicos le hicieron subastar los objetos, una maleta y unos carteles de la época, lo que le ayudaban a pagar la residencia en la que pasó sus últimos años. El comprador, devolvió a Millvina los objetos y los 1.500 euros que había desembolsado, y los actores y el director de la película (una de las más taquilleras de la historia) tuvieron con ella un gesto de 30.000 dólares destinados a sanear las agotadas cuentas de la anciana.

Cinematográfico suspense

En la zona en la que supuestamente cayó el Airbus 330 de la compañía Air France la profundidad marina oscila entre los 1.600 y los 4.000 metros. La región se caracteriza por gran inestabilidad atmosférica, aunque a diario es sobrevolada sin problemas por buen número de aviones. La hipótesis del rayo como desencadenante único de la tragedia no es compartida por los expertos que insisten en que tuvo que producirse algo más.

Un cierto suspense, muy afín a lo cinematográfico, rodea aquel naufragio de 1912 y la tragedia que ahora entristece al mundo. En ambos casos se habla de potentes máquinas difíciles de abatir. En ambos casos lo inesperado se convirtió en decisivo. En ambos casos la búsqueda de los restos es tarea compleja, larga, acaso inalcanzable. En ambos casos las víctimas (Atlántico Norte y Atlántico Sur) yacen en la sin luz del fondo oceánico.

Silencio

En ese silencio se debieron de instalar los ejecutivos de la Fox y la Paramount cuando el coste de la obra de Cameron sobrepasó los 300 millones de dólares y los retrasos condicionados por un complicado proceso de más de 500 efectos especiales rompieron todos los plazos y el estreno tuvo que posponerse. Se habló entonces de que Titanic era el mayor “naufragio” de la historia del cine.

Pero cuando en diciembre de 1997 se estrenó, en muy poco tiempo se convirtió en un fenómeno visto por millones de personas de los cinco continentes. La película, que sigue despertando filias y fobias, es una de las más premiadas y taquilleras de la historia.

Pero rescatemos el juego de azares del arranque de estas líneas. Volvamos a aquello de los hados (de las casualidades si se quiere, de los sinos) porque la memoria viviente del Titanic moría al tiempo que perdía su conexión con la vida un Airbus lleno de espectadores que en uno de sus últimos actos acaso habían contemplado esa película que cuenta el fatídico encuentro entre un barco inexpugnable y un iceberg a la deriva.

La realidad siempre guarda una desconcertante vuelta de tuerca más. Cruel destino.