La losa de la telefa pesa sobre tantas generaciones de mujeres etíopes. Hasta 2004, la telefa, o matrimonio por rapto, era castigada con tres años de cárcel según una ley promulgada en 1957. Tras una revisión del código penal etíope hace ahora once años, se reformularon las penas por cometer telefa, ascendiendo a 15 o más años en prisión en el caso de los raptos seguidos de violación. Un paso adelante que aún dista de la idea de justicia.

El problema del asunto no reside únicamente en el sistema judicial, sino en la mentalidad de la población, especialmente la residente en áreas rurales. Los campesinos prefieren mantener una tradición que siempre les ha funcionado a meterse en los líos que supone la burocracia de las denuncias.

La génesis de Difret data de 2005, cuando el director conoció a Meaza Ashenafi, abogada desde cuyo despacho ayuda a mujeres y niños con bajos recursos. Ashenafi, nominada en 2005 para el Premio Nobel de la Paz, fue la defensora de la joven Hirut en 1996, en un caso que reabrió un debate nacional que por desgracia sigue siendo necesario en la actualidad. Una historia tan potente, que deja al descubierto las vergüenzas de todo un país, no podía quedar sin retratar.

Dos mundos

La cinta de Mehari sorprende de primeras por la belleza de sus imágenes, logradas gracias a una encomiable labor de Monika Lenczewska, directora de fotografía, que impregna los 35mm en que se ha rodado la película de toda la hermosura del país africano, unos ambientes que mezclan lo idílico de la naturaleza, relacionado con la inocencia de Hirut, y lo duro de los centros institucionales.

Al frente del reparto destaca Meron Getnet, dramaturga y poetisa, amén de popular actriz en la televisión etíope, que encarna a Ashenafi con una pasión arrolladora, señal de su compromiso con un proyecto tan necesario. A su lado, la debutante Tizita Hagere afronta con mucha entereza el complejo rol de Hirut, una adolescente que pasa de la candidez y la inocencia a la amargura.

El sinsentido de ciertas tradiciones y la necesidad de abrir la mente son temas capitales en Difret, palabra que en amárico, lengua etíope, significa del mismo modo «valiente» y «violación» (un doble significado que refuerza lo que la cinta narra). Dos mujeres (Meaza y Hirut) que representan dos mundos distintos, el del progreso y el de lo tradicional, el del campo y el de la ciudad. Meaza abre a Hirut un mundo de posibilidades en el que la pequeña se siente confusa ante tantos caminos distintos a tomar.

Desarraigo

Hirut sufre el desarraigo de quienes ponen toda su fe en un sistema que les falla. El mundo que conocía se ha desmoronado. No conoce nada más. No tiene adónde ir. Al sufrimiento del rapto y la violación, la joven suma la humillación que ha atraído hacia ella y su familia. Al margen de la batalla legal que se libra en los juzgados, la más dura de todas tiene lugar en el hogar, donde, digan lo que digan los jueces, no hay solución posible.

Casi veinte años después de aquel suceso, Hirut aún no ha regresado a su pueblo natal y no muestra señas de querer exponerse a la luz de los medios. Es la losa con la que tienen que cargar tantas mujeres condenadas a un destierro obligado por una humillación tan arcaica como solo una tradición sin sentido puede traer.

Difret CartelDifret
Dirección y guion: Zeresenay Berhane Mehari
Intérpretes: Meron Getnet, Tizita Hagere, Haregewine Assefa, Brook Sheferaw, Mekonen Laeake, Meaza Tekle y Rahel Teshome
Música: Dave Eggar y David Schommer
Fotografía: Monika Lenczewska
Etiopía / 2014 / 99 minutos