Porque hoy, el imaginario colectivo acota el adjetivo felliniano a la hora de referirse a aquello que emparenta con el director y describe el universo artístico y social, estético y político de quien estableció una forma nueva de contar el mundo desde los sueños y desde la vertiente más personal, incluso grotesca, de sus fantasías y recuerdos.

En pocos realizadores el término pasión cobra más sentido que en quien gustaba de autosignificarse como “apasionadamente enamorado de la vida con todas sus consecuencias”. Y entre estas, las consecuencias, jugó papel esencial a lo largo de su existencia todo aquello que él mismo definió como “misterio”, aludiendo al mundo invisible, a la búsqueda infatigable de otras posibilidades, otras dimensiones, otros viajes… a la implacable curiosidad por todo lo que puede hacer volar el espíritu y las zonas menos conocidas de la mente.

En ese ámbito, en esa niebla que determina límites difusos entre lo que es y lo que no, Fellini se movía como pez en el agua: “A menudo no sé si lo que cuento me sucedió realmente o me lo inventé. O acaso lo imaginé hace tanto tiempo que ya lo asumo como si fuera una verdad total que me sucedió y viví”.  

Siguiendo esas palabras es más que oportuno el documental de Dell’Olio, que ahora se estrena en España, que profundiza en el mundo invisible y sobrenatural del ganador de cinco Óscares.

Producido en 2020, la película recoge extraordinarios materiales de archivo, fragmentos de sus películas y entrevistas a sus más directos colaboradores y amigos. Su relación con el filósofo Jung y con el chamán Gustavo Rol; su compleja relación con las mujeres; su asidua asistencia a sesiones de espiritismo; la admiración que suscita en colegas de profesión como Terry Gilliam, los oscarizados Damien Chazelle (La La Land: La ciudad de las estrellas) y Willam Friedkin (El exorcista) o la íntima amistad que le unió de por vida con el músico Nino Rota, autor de la banda sonora de buena parte de sus filmes.

El 20 de enero de 1920 nacía en Rímini, ciudad de costa adriática al noreste de Italia, el primer hijo de Urbano, un viajante que comerciaba con productos alimenticios, -quesos y café-, con fama de don Juan sobre el que Fellini contó una historia que el tiempo demostró producto de su imaginación. Es aquella en la que durante el entierro de su padre se presentó un grupo de mujeres que lloraban desconsoladas. Esas mujeres eran algunas de las amantes que había tenido a lo largo de su vida y que eran incapaces de olvidarle.

La familia

Entre verdades y fantasías, el hecho es que Fellini idealizaría a su progenitor al retratarlo como el padre del personaje de Marcello Mastroiani en La dolce Vita. Respecto a su madre, el realizador la definía como estricta y católica ferviente, rasgos que marcaron la educación de sus tres hijos, hasta el punto de que ninguno de ellos tuvo llaves de la casa familiar hasta cumplidos los veinte años y estaban obligados a regresar cada día antes de las siete y media de la tarde.

En el ambiente de la Italia rural de entonces, el que el pequeño Fellini vivía, el fervor religioso se mezclaba con todo un mundo de supersticiones y leyendas que desembocaban en el temor ante las brujas y otros seres imaginarios a quienes se atribuían poderes sobrenaturales. En ese escenario atesoró los materiales que más tarde, transfigurados, asentarían su inconfundible imaginario cinematográfico.

“Esa férrea educación me obligo a construir, desde la imaginación, mundos más libres”, diría quien en otro de sus relatos autobiográficos contaba que cuando tenía ocho años había huido de su ciudad con un circo. Sin embargo, ninguno de sus familiares y amigos de infancia reconocieron como cierto ese episodio.

Sería con su abuela paterna, Francesca, con la que el pequeño mantendría una profunda relación que le marcaría de por vida: “No podía imaginar la vida sin ella”, escribió. “Mi abuela llevaba siempre un pañuelo negro en la cabeza; parecía la compañera de Toro Sentado… Ha campeado por mi infancia, y por mi vida, como un personaje de leyenda. Era una magnífica patrona, es decir, sabía dirigir, mandar, soportar cargas, gobernar y soñar… Ha sido un ejemplo, un punto de referencia que me ha guiado a lo largo de toda mi carrera; de toda mi vida”.  

Del dibujo a la pantalla

A los doce años, Fellini ya enviaba dibujos y relatos a revistas de Florencia y Roma que firmaba con diferentes seudónimos. Pero habría de esperar algunos años para ver publicadas sus primeras creaciones. En 1937, con diecisiete años, consiguió un empleo de periodista en Florencia en el semanario de humor 420, así llamado por el mortífero cañón alemán de largo alcance. Ese fue el pórtico de su marcha a Roma en donde, buscando fortuna como caricaturista y dibujante, se instaló en enero de 1939. Atrás quedaba su juventud y Rímini, la ciudad que amalgama los recuerdos entrañables, inconexos, también disparatados que fraguaron en épocas diferentes en tres joyas como Los inútiles (1953), La Strada (1954) y, muy especialmente, en 1973, en Amarcord.

Será a partir de los primeros años cuarenta cuando el cine ocupa plano principal en su vida. A esa industria accede como ocasional actor y guionista para firmar como director su primer filme Luces de variedad, en 1950. Desde ese momento y a lo largo de cuatro décadas, así lo recoge la historia de la gran pantalla, el universo Fellini se plasmó en veintitantas propuestas inolvidables. Ahí están, por mencionar sólo un puñado: Las noches de Cabiria; La dolce vita; Ocho y medio; Satiricón; Giulietta de los espíritus; Roma; Los Clowns; Casanova; Y la nave va; Ginger y Fred y La voz de la luna, con la que cerró producción en 1990.

A causa de un derrame cerebral, Fellini murió en Roma el 31 de octubre de 1993. Aquel día, un paparazzi (término que acuñó el director cuando llamó paparazzo al fotógrafo que acompaña a Mastroianni en La Dolce Vita) se coló en la habitación del hospital en el que yacía y le fotografíó. En señal de respeto, ningún medio de comunicación publicó aquellas morbosas imágenes.  

Todo su mundo, el que generó ese tesoro cinematográfico, es carne de Fellini de los espíritus. Un documental que abre las puertas menos conocidas del universo del realizador que dejó escrito que “dirigir cine es como mandar a la tripulación de Cristóbal Colón, que siempre quiere volver atrás”. Saltándose sus propias palabras, Federico Fellini, siempre hacia adelante, nos embarcó en mágicos viajes que conducen a historias y puertos inolvidables.

Fellini de los espíritus

Dirección y guion: Anselma Dell’Olio

Italia, Francia, Bélgica / 2020 / 100 minutos

Distribuidora: Sherlock Films