La sangre española que corría por sus venas la bombeaba un corazón bueno, más parecido al de su madre irlandesa (Volga Hayworth), que al de su dominante padre sevillano (Eduardo Cansino), que la obligó a abandonar el colegio para convertirla en su pareja de baile en casinos y garitos del oeste de Estados Unidos y México. El abuso paterno no fue solo laboral, sino también personal y, según cuentan las crónicas, incluso sexual, obligándole a ser una mujer antes que una chica de su edad. Marga(Rita) había nacido en Brooklyn el año de la mal llamada “gripe española” y desde siempre poseyó una personalidad tímida y un tanto ingenua, mostrándose a lo largo de su vida como una mujer de contrastes en sus relaciones personales, vulnerable y, en cierto modo, misteriosa.

Su trayectoria artística comenzó a los 13 años como Rita Cansino, sustituyendo a su tía Elisa (parece que fue quien la enseñó a bailar) como pareja de baile de su padre en los Dancing Cansino. Winfield Sheehan, jefe de producción de la Fox, la descubrió un día en el casino de Agua Caliente, en Tijuana, cuando Rita apenas contaba 16 años y se propuso convertir a la bailarina que le había embelesado con sus danzas seductoras en una estrella de cine que sedujera al gran público.

Acababa de cumplir 16 años cuando debutó en un papel de bailarina en La nave de Satán (Harry Lachman), película protagonizada por Spencer Tracy. Sin embargo, la fusión de la Fox, que atravesaba serios problemas económicos, con la Twentieth Century Pictures trajo consigo su despido de la nueva compañía, en la que ya no estaba Sheehan para protegerla. Ante la perspectiva de tener que volver a los escenarios con su padre se echó en manos del arribista Edward Judson, con quien se casaría a los 19 años y quien le proporcionaría un nuevo contrato con la Columbia Pictures, a través de Harry Cohn, dirigente de la compañía que con el tiempo se convertiría en una de sus muchas pesadillas. Fue el inicio de su lanzamiento cinematográfico.

Dispuso de su primer papel importante en la película de Howard Hawks Solo los ángeles tienen alas (1939), en la que consiguió que su nombre apareciera en el cartel de la película junto al de Cary Grant y otros grandes artistas de Hollywood de aquellos tiempos. Luego rodó junto a Brian Aherne la comedia Una dama en cuestión (1940), de Charles Vidor, y algunas otras películas de cierto éxito en taquilla en su momento, pero poco recordadas después.

En 1941 tuvo el primer papel protagonista en una superproducción de la Columbia. Fue en el musical Desde aquel beso, con música y letra de Cole Porter y dirección de Sidney Lanfield, en la que tuvo como compañero de reparto a Fred Astaire. Un año después volvería a coprotagonizar con Fred Astaire la romántica cinta Bailando nace el amor (William A. Seiter, 1942). Ambas películas representaron algunas de sus mayores alegrías en la pantalla, si no las que más, como ella misma reconocería años más tarde y la convirtieron en la gran estrella de la Columbia, sobre todo a raíz de su icónica foto en la revista Life. El gran bailarín llegaría a confesar: “Bailando con Rita he sentido por primera vez que tenía alas”.

No obstante, en 1941 había vuelto a firmar un contrato con la Twentieth Century Fox, compañía que la había rechazado pocos años antes, bajo cuyo sello interpretó, a las órdenes de Rouben Mamoulian, a Doña Sol en el taquillazo Sangre y Arena (1941), adaptación de la novela homónima de Blasco Ibañez, en la que compartió protagonismo con el seductor Tyrone Power. Mamoulian comentaría acerca de Rita: “Tenía una fotogenia excepcional y era la seductora más elegante de la época. Su melena color fuego que caía en cascada sobre sus hombros blancos y la perfección de sus rasgos resultaba un espectáculo fabuloso cuando se la filmaba en technicolor”.

Por ese mismo tiempo también filmó para la Warner Bross, que había conseguido un contrato de cesión de la Columbia, La pelirroja (Raoul Walsh, 1921), junto a James Cagney y Olivia de Havilland, y repitió con la 20th Century Fox en Mi chica favorita (Irvingg Cummings, 1942), al lado de Víctor Mature. Mientras ella se convertía en una rutilante estrella de cine, su matrimonio con Eddie se había ido definitivamente al garete y había aprendido a esquivar el acoso casi permanente del obsesivo Harry Cohn.

Pronto se cruzaría en su camino Orson Welles, que, para entonces, ya había conseguido el estatus de genio, tanto en la radio como en el cine y el teatro, al tiempo que se había enamorado perdidamente de la actriz. Fruto de este segundo matrimonio nacería su hija Rebeca (Becky).

Si, en el plano cinematográfico, Rita siempre recordaría sus interpretaciones con Fred Astaire, en el personal, quedaría su confesión a Welles: “La única felicidad que he tenido en la vida ha sido contigo”. Pero, una vez liquidada la relación, tras dos años de pasión y otros tantos de conflictos, él declararía a un periodista: “Si aquello fue la felicidad, imagina cómo había sido el resto de su vida”.

Durante su relación con el creador de Ciudadano Kane (1941), Hayworth protagonizó el innovador musical Las modelos (1944), de Charles Vidor, junto a Gene Kelly y Phil Silvers, y la tragicomedia con aires musicales Esta noche y todas las noches (1945), de Victor Saville, junto a Lee Bowman y Janet Blair. Sin embargo, sería Gilda, película dirigida en 1946 por Charles Vidor, con Glenn Ford como pareja estelar, la que la elevaría definitivamente al Olimpo de la mitología cinematográfica. Se trata de una de las grandes películas del cine negro, en la que Rita protagoniza dos de los momentos más deslumbrantes de la historia de la cinematografía. El primero es la sugerente interpretación en menos de dos minutos de la canción Echarle la culpa a Mame, en la que incluyó el streptease más insólito jamás realizado frente a una cámara de cine: fue quitándose el guante de su brazo derecho como si se tratara de una media, dejando al descubierto su codo y su antebrazo como si fueran uno de sus muslos y de su rodilla, y luego lo hizo girar con su mano, mientras movía provocativamente todo su cuerpo. El segundo momento de gloria fue la escena de la bofetada que le propinaba su compañero de reparto, Glenn Ford, en respuesta a la que le había sacudido la actriz poco antes. La película consiguió récords de taquilla en todo el mundo, a pesar de que en algunos países ambas escenas fueron censuradas. “Nunca hubo una mujer como Gilda”, sostenía la publicidad del filme.

Sobre Gilda se han escrito ríos de tinta, pero nosotros nos quedamos con este retrato del crítico Ángel Fernández-Santos: “Es Gilda casi una identidad del fondo oculto de aquella hermosa e infortunada estrella, que hizo estallar su belleza dentro de un personaje más cercano y veraz de lo que parece, pues por debajo de su idea suicida de la vida y de la moral funámbula, sobre el filo de una navaja, de que alardea el personaje, hay en él una sutil y casi secreta representación del desamparo, la fragilidad y la inocencia de la actriz que lo creó. De ahí que en la punta de la genialidad colectiva que hizo a Gilda esté Rita Hayworth en carne y hueso, una mujer herida que llenó a su personaje de sí misma y le movió con el impulso de su infelicidad (…). El director, un sagaz húngaro exiliado que se hacía llamar Charles Vidor, y algunos compañeros de reparto, sobre todo Glenn Ford, que la conocía y la amaba, se dieron cuenta del agotador esfuerzo mental y moral que Rita Hayworth estaba haciendo para componer aquel liberador y terrible autorretrato, y la sostuvieron y empujaron, en un ejercicio de solidaridad como se recuerdan pocos en el cine, que es un mundo duro, donde cada uno tira de su cuerda y se olvida de quien a su lado tira de la suya”.

No cabe duda que Gilda fue el papel más importante en la carrera de Hayworth y marcó su cumbre cinematográfica. Nunca más daría vida a un personaje tan inolvidable. No obstante, en 1947, con su todavía marido Orson Welles en la dirección, protagonizó un filme mucho más reconocido por la crítica en años posteriores que por la taquilla en la época de su proyección en las salas cinematográficas: La dama de Shangai, en la que aparecía con el pelo corto y teñido de rubio platino, cambio de imagen que no convenció al público, a pesar de los buenos propósitos del director: “Orson intentaba algo nuevo conmigo, pero Harry Cohn quería la Imagen… ¡la Imagen que él quería que mantuviera hasta que yo cumpliera los noventa!”.

Otros títulos importantes de su filmografía, una vez dejada atrás su relación con Welles, fueron Los amores de Carmen (Charles Vidor, 1948), al decir de Terenci Moix, “la mejor Carmen del cine”, y La dama de Trinidad (Vincent Sheman, 1952). A pesar del buen trabajo de Rita en ambas y de repetir pareja protagonista con Glenn Ford, ninguna de ellas consiguió, ni de lejos, el éxito de Gilda.

Posteriormente rodaría Salomé (1953), de William Dieterle, recreación del personaje bíblico, y La bella del Pacífico (1953), de Curtis Bernhardt, versión de un clásico de William Somerset Maugham, al tiempo que rechazaba el papel protagonista de La condesa descalza (Joseph Mankiewicz, 1954). Después vendrían entre otras películas Pal Joey (George Sidney, 1957), comedia musical basada en una obra teatral, en la que interpretó uno de los personajes de un triángulo amoroso que completaban Frank Sinatra y Kim Novak; Fuego escondido (1957), de Robert Parrish, junto a Robert Mitchum y Jack Lemmon; y Mesas separadas (1958), de Delbert Mann.

En el plano personal, el final de la década de 1940 y la siguiente estuvieron marcados por su romance, fastuosa boda y laberíntico divorcio con el príncipe persa Ali Khan, hijo de Aga Khan III, padre de su hija Yasmin. También acabarían naufragando sus posteriores matrimonios con Dick Haymes, cantante, actor y, sobre todo, vividor, y con el productor cinematográfico James Hill.

El año de su separación de Hill (1961) filmó la comedia El último chantaje (George Marshall, 1961), donde Rita Hayworth y Rex Harrison encarnan a una pareja de ladrones que pretenden robar una obra de Goya en el Museo del Prado. En 1964 actuó en El fabuloso mundo del circo (Henry Hathaway), teniendo como compañeros de reparto a John Wayne y Claudia Cardinale; un año después volvería al cine negro en La trampa del dinero (Burt Kennedy), con Glenn Ford y Joseph Cotten como protagonistas. A finales la década de 1960 y principios de la de 1970 ya solo trabajó de forma ocasional. En 1972 hizo su última aparición en el cine en La ira de Dios (Ralph Nelson). Había comenzado su deterioro físico y mental que acabaría con su vida en la primavera de 1987, a los 68 años de edad.

Su fiel amigo Glenn Ford le dedicaría estas sentidas palabras al conocer su muerte: «Estoy triste, una querida amiga me ha dejado solo. Ver sus imágenes, sentir el halo que desprenden, hace más terrible pensar en su lento deterioro. Pocas como ella lograron hacer brillar tanto la magia del cine. Y ninguna pudo brillar tan alto y con tanta alegría de vivir». Él no fue uno de aquellos a los que se refería Rita: “Todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo”.

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