Para cuando verdaderamente cumplió los 30 años de edad, había llevado a cabo su Intermezzo (1936, 1939) entre la pieza vivida en su Estocolmo natal y la que viviría en Hollywood de la mano de la encantadora pianista Anita Hoffman; había dado vida a Ivy, la alegre camarera que acaba siendo una mujer angustiada cuando descubre la maldad que esconde míster Hyde, el duplicado corazón del doctor Jekyll (El extraño caso del doctor Jekyll, 1941); se había metido en cada poro de la piel y en cada uno de los gestos en los que afloraban los sentimientos contradictorios y toda la tensión interior de la inolvidable Ilsa Lund (Casablanca, 1942); fue María, la joven republicana española que mantiene un romance con un brigadista internacional en la Sierra de Guadarrama, bajo las bombas de la Guerra Civil (Por quién doblan las campanas, 1944); había conseguido el primero de sus tres Óscar por su magistral interpretación de la atormentada Paula, la joven aspirante a cantante de ópera que va perdiendo su cordura conforme agoniza la luz (Luz de gas, 1944); había comenzado su fructífera colaboración con Alfred Hitchcook, asumiendo el papel de la psicoanalista Constance Petersen, entre secuencias oníricas diseñadas por Dalí para separar la materia orgánica de la chatarra de los recuerdos, para no equivocarse en el recuerdo de lo más importante (Recuerda, 1944), y se encontraba ensayando en ese momento con Cary Grant el beso más largo en la historia del cine entre una descreída Alicia Huberman (“no me interesan los patriotas. Llevan una bandera en la mano y con la otra van vaciando los bolsillos de la gente”), espía a la fuerza, y Devlin, un agente de los servicios secretos estadounidenses (Encadenados, 1946).

Poco después, el maestro del suspense la convencería para transformarse en la Lady Harrietta que mantiene una compleja relación amorosa en Atormentada (1949). Si detrás quedaban los galanes con los que había compartido cartelera y primeros planos: Spencer Tracy, Humphrey Bogart, Gary Cooper, Charles Boyer, Gregory Peck, Joseph Cotten…, por delante le esperaba una apasionada relación con el fotógrafo Robert Cappa, quien le previno de no firmar contratos que le harían menos persona y le advirtió que “el éxito es más peligroso y corrupto que la desgracia”; ella siguió tomándose las películas tan en serio o más que la vida misma, pero no dejó caer en balde los consejos de quien fue uno de sus grandes amores. Se dispuso a abandonar Hollywood y tomar los nuevos caminos que estaba abriendo el cine europeo.

En 1948, Ingrid Bergman decidió escribir una carta​ dirigida al director italiano Roberto Rossellini, expresándole su deseo de trabajar en alguna de sus películas: “Soy una actriz sueca, que sabe hablar inglés, no se ha olvidado de su alemán, se le malentiende en francés y en italiano solo sabe decir ti amo”. Comenzaron a trabajar juntos un año más tarde en Stromboli (1949), cuyo volcán entró en erupción durante el rodaje, de igual manera que lo hizo la relación amorosa entre ellos.

Stromboli es un apasionante retrato de las relaciones del ser humano con la naturaleza y ahonda en el drama de una mujer a la búsqueda de su libertad. Nunca, nadie había sido capaz de transmitir tantos sentimientos de belleza, fragilidad y sensualidad como Rossellini con los primeros planos de Ingrid en su papel de Karin, la protagonista de la película, con la que, en cierto modo, comparte su periplo vital en aquellos días de angustia y calvario, como bien refleja la subida hacia la cumbre del volcán, ese viejo dios pagano que vigila los caminos mediterráneos por los que un día anduvieron los personajes de Homero y de Virgilio.

El maestro del neorrealismo italiano y precursor de la nouvelle vague le obsequió con una carta de amor cinematográfica en Europa’51 (1952) y, entre otros personajes principales, con el papel de Katherine en la inigualable Te querré siempre (Viaggo in Italia, 1954), un “road movie” con la decadente belleza del paisaje napolitano de fondo. A partir de su ruptura con Rosellini inició el camino de regreso. Volvió a Hollywood, en donde le esperaba Anastasia (1956), una mujer a la búsqueda de su verdadera identidad, cuya interpretación le valió su segunda estatuilla.

Se propuso envejecer con la dignidad que proporciona la búsqueda del atractivo que se puede encontrar en cada etapa de la vida. Se subió al Orient Express para participar en la que probablemente es la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Agatha Christie (Asesinato en el Orient Express, 1974) y obtener su tercer Ócar (en este caso, a la mejor actriz secundaria). Y regresó a la Suecia de su infancia para trabajar con su admirado Ingmar Bergman e interpretar a otra pianista, la Charlotte de Sonata de otoño (1978). Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que el marmolista llamara a su puerta. El cáncer, ese desbocado galope celular hacia la destrucción, se la llevó por delante el mismo día de su 67 cumpleaños, aunque en un insólito gesto de piedad dejó que cayera muerta en su propio regazo, tras haber dado vida a la primera ministra israelí Golda Meir para una serie de televisión y escribir su autobiografía.  

Ingrid Bergman consiguió ser una actriz original a partir de su naturalidad. Llevaba a cabo sus actuaciones sin que aparentaran serlas, sin otro maquillaje que su propia vivencia de la escena. En su vida personal rompió con el estereotipo de esposa fiel, buena madre y mujer intachable, pero el precio que tuvo que pagar por ello fue muy alto, porque nunca aceptó que la Iglesia católica o la luterana, los políticos de tres al cuarto, los puritanos de Hollywood o la prensa rosa le dictaran cómo tenía que actuar sobre el escenario de sus días. Sus detractores utilizaron más madera para crucificarle que la que utilizó “el maquinista de la General”, pero ella había interpretado a Juana de Arco tanto en cine como en teatro y supo leer hasta en los renglones vacíos del guion que le tenían preparados los inquisitoriales “depositarios de la moral” para no acabar convertida en ceniza. Quizás su secreto siempre estuvo en saber que “el amor necesita luz en el rostro”, fuera y dentro del cine.

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