Saulnier se dio a conocer para el público aficionado al cine independiente ultraviolento (lo que ha venido a bautizarse como mumblegore) en 2013, cuando presentó Blue Ruin, una celebrada historia de venganza. ¿De dónde había salido aquel tipo tan interesante? Curtido como director de fotografía, ha llegado a ejercer de operador de cámara en algunos especiales televisivos de Oprah Winfrey, lo que explica que haya acabado ejerciendo la ultraviolencia (cinematográficamente, claro).

Green Room se presenta como una de esas películas con concepción de montaña rusa, con un ritmo vertiginoso que la hace avanzar implacablemente hacia delante, sin posibilidad de mirar atrás un segundo. No tiene profundidad y tampoco la necesita, porque el thriller de Saulnier es un divertimento (habría que inventar un término para referirse a los divertimentos terroríficos) cuyo único objetivo es zarandear al espectador durante hora y media haciendo que se pregunte, cada vez más tenso, si alguien conseguirá salir con vida.

Saulnier ha comentado medio en broma que Green Room forma parte de su Trilogía del Protagonista Inepto (completada por Murder Party y Blue Ruin), en la que sus personajes han de hacer frente a una situación excepcional recurriendo a habilidades que no tienen. Personajes confusos y desvalidos, espacio reducido, atmósfera opresora y un juego del gato y el ratón (aunque por el nivel de violencia, más bien del lobo y el conejo).

Humor negro

Para digerir tanta violencia descarnada, Saulnier mete buenos golpes de humor negro, de agradecer entre tanta tensión y barbarie. Además de reflexionar por encima sobre la idiosincrasia de los grupos de punk, lo auténtico o no de sus ideales en nuestros tiempos, y los clichés a la hora de enmarcar ideológicamente las creencias de alguien, Green Room plantea una pequeña broma que se desarrolla espaciadamente a lo largo de la película, un recurso que recuerda a Nueve reinas y su juego con Rita Pavone.

Al frente del reparto está Anton Yelchin, la imagen misma de ese protagonista inepto al que se refería Saulnier, con un personaje que va cobrando a bandazos una fortaleza que deja entrever todo el rato el miedo que no deja de atenazarle. Imogen Poots está increíblemente carismática como descarada neonazi, lo que alcanza grandes momentos con los cortes que le lanza Alia Shawkat, también arrolladora en la película.

Pero inevitablemente todas las miradas están puestas en Patrick Stewart, que borda un villano que derrocha carisma, elegancia y un sadismo considerable. Resulta chocante ver al profesor Charles Xavier, ese rostro siempre amable, lanzar sentencias de muerte con una frialdad estremecedora y dejarlo todo perfectamente atado a la manera de un Señor Lobo ultraderechista.

Disfruten Green Room como la experiencia infartante que es. Si son de estómago sensible vayan advertidos de que abandonarán la sala con un mal cuerpo que les durará hasta bien acabada la proyección. Pero si comulgan con la ultraviolencia bien encarrilada, naturalista, y el humor negro, encontrarán aquí un título con el que lo pasarán muy bien. Una película que logra convertir el pogo en una experiencia estética. No es poco.

Green RoomGreen Room
Dirección y guion: Jeremy Saulnier
Intérpretes: Anton Yelchin, Imogen Poots, Patrick Stewart, Alia Shawkat, Joe Cole, Callum Turner, Macon Blair
Música: Brooke Blair, Will Blair
Fotografía: Sean Porter
Estados Unidos / 2015 / 95 minutos