Si uno piensa en los matrimonios forjados en el Hollywood clásico y lo poco que duran, lo normal es citarles, eso sí, a cada uno en un extremo. Newman estuvo, hasta su muerte, casado con la actriz Joanne Woodward durante cinco décadas. Más o menos en ese tiempo, Taylor sumó ocho matrimonios, con siete maridos porque con Richard Burton se casó dos veces. Bueno, pues dicho esto, hablamos de dos leyendas que, aparte de judíos, un poco bajitos y lucir una belleza que no es de este mundo, tuvieron bastante en común a tenor de lo leído en los dos últimos libros publicados en español sobre ambas estrellas: la documentadísima biografía que sobre la actriz ha escrito Kate Andersen Brower y la autobiografía de Newman, con versión televisiva de HBO+ (Las última estrellas de Hollywood) a partir de las cintas que un día grabó para que sus hijos supieran quién fue realmente.

Madres tremendas

Pasa a veces que la madre se enamora del hijo y le quiere para ella sola por muy talludito que esté la niña de sus ojos. La de Newman decidió que se dedicaría al teatro le gustara o no, y eso se lo agradeceremos siempre, pero fue una pesadilla con piernas para su primera esposa y para Joanne Woodward. Cómo sería que su hijo le retiró la palabra durante quince años tras echarla un día del coche en pleno Manhattan por una maldad injustificada hacia su mujer. “Mamá era la encarnación de todas mis cargas, de todo aquello que me disgustaba de mí mismo, de mi servilismo, mi sentido de la incertidumbre, el no saber en qué momento llegaría la siguiente agresión y por qué motivo”. A Elizabeth Taylor nunca le gustó el modo en que sus padres fomentaron su capacidad para hacer caja desde que apenas tenía diez o doce años de edad y se convirtió en la estrella infantil de la Metro-Goldwyn-Mayer. Ese fue un aspecto que reforzaría después su complicidad con Michael Jackson.

La estatuilla dorada no se entera

Tanto Newman como Taylor estuvieron nominados al Óscar por su trabajo en La gata sobre el tejado de zinc (1959), la adaptación al cine que hizo Richard Brooks de la pieza teatral de Tennessee Williams. Fue la primera nominación de él y la segunda de ella tras El árbol de la vida el año anterior.

Newman coleccionó nominaciones que merecieron y no tuvieron premio (esas tres barbaridades interpretativas: El buscavidas, La leyenda del indomable o Veredicto final,) y acabó recibiéndolo por El color del dinero. A Taylor no le gustaba nada Una mujer marcada (su primera estatuilla) y le agradaba mucho más el premio por el enorme tour de force con su marido de entonces, Richard Burton, en ¿Quién teme a Virginia Wolf?

Antes de coincidir a finales de los cincuenta, cuando eran dos pipiolos, ella había hecho mejores películas (Mujercitas, Un lugar en el sol, Gigante…) pero a partir de los años setenta solo parecían llegar papeles interesantes para él (El golpe, Ausencia de malicia, Ni un pelo de tonto, Al caer el sol, Camino a perdición…). Otro punto de conexión cinéfila fue James Dean. Taylor adoraba al actor de Rebelde sin causa; fue uno de sus grandes amigos. Su muerte en 1955 por accidente de tráfico permitió a Newman conseguir uno de sus primeros papeles como protagonista y el trabajo que le ayudó a que le permitieran encarnar al boxeador Rocky Graciano en Marcado por el odio.

Lujuria desatada

Si entendemos lujuria como exceso en el placer sexual y en otras cosas, lo de la Taylor y Burton no tiene rival. Basta leer los diarios y las cartas que se cruzaron y a las que Andersen Brower ha tenido acceso. Era un ardor cuyas primeras llamas podían ser bastante violentas. De la pasión entre Newman y Woodward, él dejó dicho que fueron maestros consumados de la lascivia: “Dejábamos un rastro de lujuria allí por donde pasábamos: hoteles, moteles, parques públicos, cuartos de baño, piscinas, playas, asientos traseros y coches de alquiler”. Taylor y Burton se enamoraron en el rodaje de la inmensa Cleopatra. “Estaban tan juntos en el plató que había que echarles agua caliente para despegarlos”, comentó un publicista del estudio.

Alcoholismos galopantes

Tanto en la biografía de Taylor como en las memorias orales que grabó Newman, el alcohol es un personaje más, mucho más relevante de lo que a ellos les gustaba admitir. Puede que al principio Newman lo viera como una herramienta que le servía para desbloquearse o a conectar más rápido con sus iguales pero lo cierto es que Newman bebía sin límite, buscaba la temible desconexión total y absoluta. Era el modo en que encontraba cierta paz. “Para alguien tan controlador como yo, experimentar el deleite y la lujuria de la pérdida de control, de no tener la más remota idea de qué hay al doblar la esquina y exponerse al riesgo constantemente fue simplemente un placer”. Taylor, por su parte, fue una de las primeras celebridades mundiales en recibir tratamiento para el alcohol y los fármacos. Sabía suplicar a los médicos como la gran actriz que era para obtener comprimidos analgésicos que no pocas veces ingería con Jack Daniels, champán o vodka.

Un don para los negocios

Ya lo comentó Newman: “la popularidad genera una clase de poder que puede transferirse a los negocios y permite llevar a cabo la clase de proyectos en los que deseas embarcarte”. El de Newman fueron las salsas, aliño para ensaladas en botes con su rostro impreso. El de Taylor, los perfumes creando una línea de fragancias que le generó más dinero que toda su filmografía. Su perfume White Diamond evoca su amor a las joyas y es uno de los más vendidos de todos los tiempos. “Cuando ella salía a promocionar sus productos, los centros comerciales eran tomados al asalto por el público”.

Activismo y filantropía

Newman hizo campaña por los demócratas contra Richard Nixon. Taylor aprovechó su amistad en los ochenta con el matrimonio Reagan para intentar erradicar el estigma asociado al sida. Ningún rostro popular hizo tanto por lograrlo. Recaudó más de cien millones de dólares, utilizó a todos sus contactos para mejorar la situación de los enfermos y, sobre todo, los visitó cuando no había cámaras y los abrazó cuando casi nadie lo hacía.

Ambos actores se sintieron muchas veces maltratados por la prensa sensacionalista pero llegado un momento se valieron de su fama en beneficio de las causas que les parecían justas. “Siempre me he cuestionado mis impulsos caritativos. No sé en qué medida son altruistas. O generosos, o cristianos, o lo que sea. Lo único que verdaderamente puedo alegar en mi defensa es que los tengo, y que eso es mejor que no tenerlos”. Newman estaba muy orgulloso del campamento (Hole in the Wall Gang Camp) que fundó en 1988 para que niños y niñas pudieran escapar del miedo y el aislamiento que les provoca la enfermedad.

Paul & Liz

Volviendo al matrimonio que ambos formaban en La gata sobre el tejado de zinc, durante su rodaje irrumpió la tragedia sin trampa ni cartón: el tercer marido de la actriz, el productor Michael Todd, se mató en un accidente de avión un año después de haberse casado. Newman no supo consolarla como le habría gustado. Taylor quedaba viuda a los 26 años con tres hijos pequeños. Estaba enamorada como solo lo estuvo después con Burton. Supo reponerse… casándose muy poco después con el mejor amigo de Todd. Newman no sabía entonces que el destino sería aún más cruel con él justo veinte años después. Su hijo mayor, Scott, heredó su impulso autodestructivo con el problema añadido de querer ser actor y no ser Paul Newman, de no tener sus ojos ni su talento. Batalló contra las adicciones y acabó muriendo de una sobredosis con solo 28 años.

Vidas épicas, hedonistas y trágicas que coincidieron al principio de su carrera en una película que les capturó para siempre en el apogeo de su belleza.

Paul Newman. La extraordinaria vida de un hombre corriente

Paul Newman

Traductor: Francisco Javier Pérez Jiménez

Editorial Libros Cúpula

336 páginas

21,50 euros

Elizabeth Taylor. La fuerza y el glamour de un icono

Kate Andersen Brower

Traductor: Joan Andreano Weyland

Editorial Libros Cúpula

528 páginas

22,95 euros