Mucho antes de arrancar con este proyecto decisivo en su vida, Pollack se había sentido cautivado por la obra y, muy especialmente, por la personalidad de esta autora danesa. Leyó sus libros, los que ella había escrito y los que sobre ella se habían escrito, y fascinado desde la primera frase “Yo tuve una granja en Africa…” por la autobiografía en la que la Blixen recogía sus años africanos se lanzó a tumba abierta a materializar una ilusión que le supuso esfuerzos de todo tipo.

La dificultad de los escenarios naturales

En primera instancia hubo de convencer a Meryl Streep para que aceptase un envite que pasaba por rodar en los escenarios naturales de la historia. Casi fue así pues tras varias batallas burocráticas no pudo llevar las cámaras, como fue su propósito inicial, a la auténtica plantación en la que la novelista había vivido, teniendo que conformarse con paisajes muy similares en la propia Kenia.

La otra pata de la pareja fue Robert Redford, uno de sus actores fetiche (con el que trabajó en siete películas) al que Pollack había conocido 23 años antes durante el rodaje de War Hunt, un drama sobre la guerra de Corea dirigido por Denis Sanders.

Pero volvamos a África. Con el sí del romántico dúo las cámaras arrancaron en enero de 1985. De allí a junio se vivió un rodaje muy complicado en el que jugaron su papel las lluvias torrenciales, que paralizaron la producción varias veces; las enfermedades, especialmente la malaria que se cebó en una parte del equipo, y las trabas administrativas que, por ejemplo y ante la prohibición de las autoridades de la región de que se utilizasen animales salvajes como espectáculo, se hubo de recurrir a leones y águilas transportados para la ocasión desde California.

Resultados

Vencidas todas las dificultades las memorias cinematográficas de la escritora respondieron con creces a la expectación levantada y supusieron un bombazo económico, la consagración popular del director y dieron pie a que en los años siguientes lo romántico impregnase, con distinta suerte y resultados, las pantallas.

El hecho es que la apasionada aventura de una Karen casada por conveniencia con un rico barón danés y Denis, un atractivo cazador que antepone su libertad a cualquier otro compromiso, encandila a todos y les rompe el corazón cuando el aventurero acaba por estamparse con su avioneta en algún rincón del exótico continente.

Pero por encima de todo Memorias de África refleja la tenaz profesionalidad de aquel director de origen ruso. Un hombre que se hizo así mismo emergiendo de una familia rota por el alcoholismo (su madre moriría cuando él apenas tenía 15 años) para,  tras probarse como actor, alcanzar la consideración de director referente para toda una generación de ilustres cineastas.

Ahí quedan para corroborarlo sus adaptaciones de obras literarias, como Propiedad condenada, en la que rescató el drama de Tennessee Williams, o El nadador, que supuso su primer gran éxito y la consagración de Burt Lancaster, o Danzad, danzad malditos, en la que sacaba lo mejor que para el cine ha dado Jane Fonda a través de un relato de Horace McEvoy.

Director de actores

Enorme director de actores, de su mano crecieron las carreras del propio Redford , – Las aventuras de Jeremiah Johnson, Tal como éramos (que sirvió también de catapulta a Barbra Streisand), Los tres días del Cóndor, El jinete eléctrico, Havana…-, de Robert Mitchum, que confesaría que pocos le enseñaron tanto como Pollack cuando lo dirigió en Yakuza; Al Pacino; Paul Newman, con el que hizo Ausencia de Malicia, y Dustin Hoffmam (Tootsie), y Tom Cruise y Harrison Ford y Nicole Kidman…

Pero Sydney Pollack trascendió su tarea como enorme director. También fue productor y como un concienzudo actor de registros varios lo vimos, entre otro buen puñado de cintas, en Maridos y mujeres de Woody Allen, en Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, en El juego de Hollywood del gran Altman o en Michael Clayton, que en 2007 supuso una de sus últimas apariciones.

El 26 de mayo, hace ahora un año y en plena actividad, se fue. Nos dejó como testamento su trabajo como productor de las entonces todavía no estrenadas El lector y Margaret y un puñado de irrefutables ejemplos que han contribuido a que el cine sea un espectáculo grande.