Han pasado ya unas semanas desde que en Los Ángeles se repartiesen esas figurillas doradas por las que se dejan la piel quienes se dedican al oficio. Es tiempo de analizar algo de lo sucedido con un punto de menor pasión y repasar las claves de una edición un tanto irregular y descafeinada.

La famosa alfombra de Hollywood se alargó esta vez más de 10.000 kilómetros para llegar hasta las calles de Bagdag y dar una peculiar visión, -cruda y descarnada- de la guerra de Irak a través de los ojos de un  artificiero del ejército estadounidense que asume el escenario de su trabajo, -y hasta parece hacerlo con gusto-, un lugar en el que cada persona puede ser un enemigo y cada objeto una posible bomba letal.

En tierra hostil partía como una de las grandes favoritas en una edición en la que en lugar de cinco nominadas a la mejor película hubo diez, algo que no sucedía desde 1943, año en la que arrasó Casablanca. Pero ya se sabe que ante todo los Oscar son los premios de la industria cinematográfica y en tiempos de crisis hay que dar juego a mayor número de opciones.

Al tramo final llegaron propuestas tan o más validas como la premiada, véase Precious (que logro las estatuillas a la mejor actriz de reparto y al mejor guión adaptado); Avatar (la gran perdedora de la noche con dos simples galardones a la dirección artística y a la fotografía); Malditos bastardos (pinchazo “oscariano” de Quentin Tarantino pues su película solo obtuvo el reconocimiento al mejor actor de reparto); Up in the air (nada para la protagonizada por Clooney); An education (más de nada para esta excelente cinta que plantea un tema políticamente incorrecto, y esto, no se olvide, puede pesar demasiado para el académico jurado del Sindicato de Directores), e incluso Up, esa pequeña joya que aunque no ganó el de la mejor película se llevó el de animación (y también el de banda sonora original).

Una mujer en la mejor dirección

Pero el caso es que En tierra hostil (que en Estados Unidos ha cosechado un cierto fracaso de taquilla) fue la gran triunfadora al meterse en la buchaca, además del de a la mejor película, los Oscar a la dirección, al guión original y al montaje.

¿Desequilibró la balanza el carisma de su directora y su peso en aquel lado del Atlántico? ¿El hecho de que la Bigelow se convierta en la primera cineasta que gana una estatuilla como directora y ya iba siendo hora ?

Hasta la fecha, y en los 82 años de historia de estos premios, sólo cuatro mujeres habían sido nominadas a la mejor dirección: en 1975 la italiana Lina Wertmüller por Siete Bellezas; la neozelandesa Jane Campion en 1993 por El piano; Sofía Coppola en 2003 por Lost in Translation y, ¡por fin!, este año Kathryn Bigelow que ha conseguido que a la cuarta el felino se moje (por aquello de “llevarse el gato al agua”, ¡huy ! que malo, pero ahí lo dejo).

Pero ese “por fin” no lo puede justificar todo y surgen muchas dudas sobre la justicia del premio para una opción que en clave de documental (cámara en movimiento, sonido directísimo, ángulos insólitos, diálogos alejados de lo convencional, etc.) da sin embargo la sensación de haber sido ya vista, de caer en un cierto efectismo y, a pesar de los esfuerzos por mostrarse original, no serlo en absoluto.
Pero, al tiempo,  apunta en su haber la crudeza de un guión que se convierte en una especie de contraataque, así lo afirma su directora, a esa corriente frecuente en las campañas de alistamiento (especialmente en las estadounidenses, insiste Bigelow), que venden la guerra como una experiencia atractiva y apasionante, cuando no divertida.

En cualquier caso, ahí está el galardón y a través de un género, el bélico, que es uno de los grandes clásicos de estos premios. No se olvide que el primer Oscar de la historia se concedió en 1927 a Alas, un film de guerra firmado por William Wellman, y que en 1946 Hollywood da una vuelta de tuerca pasando de hazañas bélicas protagonizadas por héroes a mostrarnos la cara salvaje de cualquier conflicto, premiando Los mejores años de nuestra vida, el traumático regreso a casa de tres veteranos de la Segunda Guerra Mundial, uno de los cuales remata sus brazos no con manos, sino con garfios.

De actrices y actores

Si la película genera dudas respecto a la justicia del premio, ¿qué decir del galardón a la mejor actriz? Sandra Bullock se lo llevó por un dramático trabajo en The blind side (traducida al español como Alocada obsesión). La supertaquillera actriz, cambió su habitual registro de comedieta para, en un esfuerzo encomiable, hacer creíble un papel nada sencillo. Pero de ahí a merecer birlarle el Oscar a la Gabourey Sibide, de Precious o a la Hellen Mirren de The last station, en su desbordante interpretación, divertida y dramática, como la apasionada mujer del escritor Tolstoy, media un verdadero e incomprensible abismo. Pero la Bullock vende y parece que quien vende lo tiene todo ganado.

Mucho más acuerdo hubo en el Oscar del veterano Jeff Brigdes en su papel de ídolo a la deriva en Corazón rebelde. Tras más de 60 películas, Brigdes borda su interpretación y lejos de histrionismos y recursos fáciles, convence y conmueve, y eso que tenía como contendientes al Morgan Freeman de Invictus y, especialmente, al Colin Firth exquisito y sensible de Un hombre soltero. Nadie discutió el merecimiento del premiado.

En los papeles de reparto, quien haya visto Precious acaba por aborrecer a esa madre maltratadora y sádica, con un monólogo final que se come la pantalla, de Mo´Nique, otro de los reconocimientos no cuestionados por nadie.

Y si de sádicos va, el premio al mejor actor secundario también suscitó acuerdo aunque mucho menos unánime que el femenino, al otorgársele a Stanley Tucci (que atesora dos Emy y dos Globos de Oro) como el depravado asesino de la acaso vapuleada en exceso The lovely bones. En el alero, lamentablemente, se quedó un excelente Christopher Plummer recreando a Tolstoy, sobre todo porque este meritorio actor nunca, en sus 50 años de carrera, había optado al Oscar.

Lauren Bacall, la actriz de mirada enigmática; Roger Corman, director de serie B y , ya en la dirección o en la producción, descubridor de talentos tales como Coppola, Bogdanovich, Scorsese, Jonathan Demme o Jack Nicholson, y el director de fotografía Gordon Willis recibieron también sus correspondientes galardones honoríficos.

¿Y lo hispano?

Esta vez, España nada. Penélope Cruz, ganadora el año pasado con Vicky Cristina Barcelona y que optaba por tercera vez a los premios, lo que la convierte en una de las intérpretes no anglosajonas más nominadas, en esta ocasión se quedó en blanco a pesar de su meritoria entrega en el musical Nine.

Tampoco tuvo suerte Javier Recio que viajó a Los Ángeles con el Goya debajo del brazo y optaba al mejor corto con La dama y la muerte, un excelente y comprometido trabajo de animación que se vino de vacío.

Pero lo hispano sí, pues El secreto de sus ojos, firmada por el argentino Juan José Campanella y coproducida en parte en España por Gerardo Herrero y Tornasol se llevó el Oscar a la Mejor Película en Habla no Inglesa.

Hace ocho años, Campanella sonó como favorito en Hollywood con El hijo de la novia, entonces no fueron pocos los que consideraron un fraude su derrota frente a En tierra de nadie. Pero esta vez las cosas fueron de otro modo y ese “Secreto” corrió de boca en boca para erigirse con justicia en película de referencia. Enhorabuena.

Y así, entre encuentros, semiencuentros y desencuentros, aciertos y otras decisiones menos consensuadas Hollywood recogió sus luces y plegó sus alfombras hasta dentro de un año.