Desde entonces, allá por 1962, cuando un joven de 29 recién salido de la Escuela de Cine de Lódz sorprendiese al mundo con El cuchillo en el agua, una propuesta llena de contrastes que cobijaba ya buena parte del gran cine que con el tiempo Polanski ha ido desgranando.

Excéntrico, sí. Y complejo, huidizo, egocéntrico, obsesivo (parece que con el sexo, por ejemplo), y turbulento y claustrofóbico. Pero también culto y muchas veces víctima, y venerado y comprometido y solidario, como cuando en 1968 ante los graves sucesos del Mayo francés renunció (como lo harían Louis Malle, Monica Vitti y Terence Young) a su puesto en el jurado del Festival de Cannes en apoyo de quienes en las calles de París, -ciudad a la que él acudió inmediatamente para sumarse a la causa y convertirse en uno de los iconos de la revuelta-, se rompían la cara en defensa de un nuevo modelo social.

En aquel Festival, que quedó clausurado a las pocas horas de arrancar, Carlos Saura, Richard Lester y Alain Resnais retiraron sus películas y Truffraut, Geraldine Chaplin y otros cuantos se colgaron del telón para que no pudiera proyectarse el filme inaugural.

Nada fácil

Desde el primer momento, Roman Polansky, que nació en París en el verano de 1933, no lo tuvo nada fácil. Muy pronto lo trasladaron a Varsovia de donde sus padres procedían y allí vio, muy niño todavía, como los nazis se llevaban a gran parte de su familia. De los campos de concentración sólo regresó su padre con el que se reencontraría bastantes años más tarde.

Cuando el totalitarismo de Stalin alcanza Polonia, el joven Polanski se declara en rebeldía y malvive en la clandestinidad para no tener que integrarse en las filas del ejército. Es a la muerte del dictador ruso cuando se acerca al cine y ya en su debut como director deja boquiabiertos a muchos.

Salta a Gran Bretaña y en el 65 firma Repulsión, considerado por muchos como uno de los ejercicios psicológicos más perturbadores que se hayan filmado. Acaso en el mejor papel de su vida, -por encima de la excelente interpretación en Belle de jour-, Catherine Deneuve nos incrusta en el cerebro los miedos y las represiones de aquella mujer que va perdiendo sin remedio la razón.

Vendrá luego, ya afincado en Estados Unidos, El baile de los vampiros, en donde en una cabriola de las suyas desmitifica el cine de terror, y La semilla del Diablo (Rosemary´s baby), una verdadera obra maestra. Excepcional y satánico filme de pausas y fotografía memorable que rueda en la casa en la que sería asesinado John Lennon. Allí se fraguó buena parte de la siniestra fama que ha perseguido desde entonces a un hombre que sufriría en 1969 el asesinato de su mujer embarazada, la actriz Sharon Tate, a manos de los integrantes de la secta del fanático James Manson. Nunca superó esta tragedia aunque enseguida recompuso su vida sexual al lado de bellezones que quitaban el hipo.

A raíz de aquello y durante algunos años su cine pierde pulso. Rueda en Gran Bretaña una adaptación del Macbeth de Shakespeare y en Italia ¿Qué?, una comedia de poco fuste.

Donde hay, hay

Pero donde hay, hay, y en 1974 vuelve a su mejor cine con Chinatown, que descubre a Jack Nicholson del que se hace amigo y en la casa del que tuvo las ilícitas relaciones con la chica de 13 años por las que fue encausado. Antes de que concluyese el proceso que le acabaría condenando, huye a Europa para no volver jamás a América. Esa es la causa que sigue coleando y que, de un modo extraño e inesperado, se reabrió recientemente en Suiza.

En 1979 rueda Tess, en la que adapta una obra de Thomas Hardy y en la que descubre a Nastassia Kinski, una de sus ninfas desde entonces. Vuelve a no rodar y tras varios años sin hacerlo fracasa con Piratas.

En 1988, Frenético, después Lunas de hiel, El quimérico inquilino, La muerte y la doncella, en la que vuelve a poner la batuta en tema escabroso al plantear la venganza de una mujer (Sigourney Weaver) que ansía castigar al hombre que en el pasado la torturó en la cárcel de una dictadura sudamericana.

Vendrá después La novena puerta, thriller protagonizado por Johnny Depp e inspirado en El Club Dumas, la novela de Arturo Pérez Reverte, y en 2002, El pianista, otra pieza para la historia con la que en parte salda una vieja deuda, la de su madre asesinada en el campo de concentración de Auschwitz.

Polanski se llevó el Oscar a la mejor dirección y al mejor guión y la película ganó la Palma de Oro en Cannes. El Pianista narra la historia real del músico polaco Wladyslaw Szpilman, que sobrevivió a la tragedia del gueto de Varsovia escondido entre las ruinas con la única compañía de un maltrecho piano.

En Oliver Twist (2005) hizo debutar como actores a los dos hijos que ha tenido con Enmanuelle Seigner y revivió, como ha repetido en mil y una entrevistas, muchas de las difíciles vicisitudes que marcaron su infancia.

Y ahora, El escritor

Y ahora por suerte para el cine y tras tan turbios asuntos, oscuras detenciones y sumarísimos seguimientos (de cuyas razones y oportunismo habría mucho que hablar) amanece de nuevo el gran Polanski y nos coloca ante los ojos El escritor, otra vuelta de tuerca más a su excelente modo de concebir películas.

Nuevamente, tema espinoso como lo es este inquietante thriller inspirado en la figura del político británico Tony Blair. Lo protagoniza un escritor desconocido (Ewan McGregor) que es contratado para hacer de “negro” y redactar las memorias de un ex primer ministro (por una vez, convincente Pierce Brosnan) que, de cara a la galería, figurará como autor.

Desde ese, en principio, simple planteamiento, Polanski nos sumerge en una atmósfera gélida en las que todos tienen algo que ocultar, todos se sienten amenazados y de la que nadie saldrá indemne. Pocos directores han sabido hacer de la amenaza, justificada o no, un vehículo argumental más. Cine y del bueno. Mano sabia de quien sabe:  “Me gusta inquietar y emocionar. El cine es un arte que sirve para conmover, provocar miedo, risa o llanto. Cuando voy al cine me gusta que me hagan sentir. Cuando dirijo busco argumentos e historias que me puedan remover como espectador”.

Declaración de intenciones del propio Roman Polanski que ésta, su más reciente entrega, y casi toda su peculiar carrera se ha encargado de hacerla verdad incontestable (linchamientos aparte).